IV

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Cuatro tazas estaban en la pequeña mesa que tenía Santiago en el centro de su departamento, una repleto de café de la olla que había aprendido a la mala que era de Alejandro porque estaba extremadamente dulce, un té de jengibre el cual ahora estaba en las manos de Ketsaly, un café americano que había dejado a medio tomar Lucas y él suyo con hielo, ya que, como siempre negaba a tomar alguna bebida caliente aún si estuviera a menos dos grados centígrados, se negaba a eso. Así como ahora se negaba a aceptar la verdad que pasaba frente de sí y el hecho de que esas tres personas estuvieran involucradas ahora en su vida.

- Cuando quieras –Se atrevió a hablar Santiago mirando a su mejor amigo con el ceño más que fruncido y la expectativa- Explica todo este desmadre al cual dices que pertenezco y que mi mamá es la llorona.

- No es... - Lucas resopló cansado, pero ignoró esto y continuo- Como me refería a que son parientes directos no me refería precisamente a sus hijos, tú al igual que Ketsaly pertenecen a un largo linaje que viene desde tiempos antiguos, la diferencia entre ella y tú, es que, a ella le inculcaron que era descendiente de un dios desde pequeña y siempre estuvo en contacto con mi familia.

Santiago volteo a ver a la chica que ahora se encontraba bebiendo tranquilamente su taza de té.

- ¿Y esa es la razón por la que te crees mucho?

- No me creo, lo soy –Respondió tranquilamente la chica sin dejar de tomar su taza de té- No te desquites conmigo porque no sabías la verdad de tu familia.

- Ya –Santiago dio el tema por sentado- ¿Y este? –Dijo volteando a ver al motociclista que se encontraba echándole más azúcar a su café- ¿Sabia de quien era pariente?

- Bueno –Lucas se encogió de hombros no sabiendo cómo abordar ese tema- Alejandro, pues... En él es diferente, él si es descendiente directo. Su papá es el charro negro.

Santiago volteó a verlo y Alejandro le sonrió con la cuchara del azúcar en la boca.

- Tú mamá si tiene gustos extraños.

- Yo ya hice ese chiste cuando me entere, gracias –Ironizó Ale a la vez que mezclaba su café- Bueno, al menos yo puedo decir que mi papá se fue a buscar almas en vez de cigarro, eso es nuevo... Y da gracias a eso, porque gracias a que soy hijo de quien soy, esa cosa en el metro no te atacó.

- Casi nos carga la verga a ti a y a mí –Recordó Santiago.

- ¡Pero nos di tiempo de correr!

- Eso tampoco es cierto –Agregó Ketsaly riendo sobre su taza de té.

- Ahora todos son críticos.

- Compa, tú no ayudas en nada, la que nos ayudo fue...-Santiago cayó al sólo recordar- La dama elegante del vestido roja... ¿Quién era? –Preguntó volteando a ver a su amigo- No más mentiras, Lucas.

Sin embargo, antes de que Lucas o cualquiera de los muchachos pudiera decir algo se sintió una leve brisa en el departamento y todas las luces se extinguieron, lo único que iluminaba el lugar era una pequeña vela aromatizante que Santiago tenía y fue ahí cuando la vio. Para de en una esquina con elegante vestido rojo y su mirada enigmática, Santiago ya empezaba a entender de quien se trataba.

- Flaca...-Se escuchó la voz de Alejandro y Santiago apenas pudo notar como este parecía familiarizado con ella, como si estuviera acostumbrado a tratarla- ¿Dos veces en un día? Nos honra tu presencia...

- No es momento para bromas, charrito –Dijo de forma firme la mujer de labios y vestido rojos. Santiago apretó los labios cuando notó como se acercaba a él- Ya sabes quién soy, ¿verdad?

El llamado de los colibrísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora