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Al fin decidimos llevar a cabo nuestro proyecto inicial de volar quinientas millas hacia el Este con los cuatro aviones de exploración y establecer una nueva base auxiliar en un punto que, probablemente, estaría situado en el continente menor o lo que erróneamente juzgábamos como tal. Las muestras geológicas que allí obtuviéramos nos servirían para comparar. Nuestra salud hasta entonces continuaba siendo excelente, pues el zumo de lima compensaba sobradamente el régimen continuo a base de conservas y alimentos salados, y las temperaturas, generalmente superiores a cero, nos permitían prescindirde las pieles más gruesas. Estábamos a mediados de verano, y si nos apresurábamos, tal vez pudiéramos acabar la tarea para marzo y evitar la tediosa invernada durante la larga noche antártica. Varias tormentas huracanadas arremetían contra nosotros desde el este, pero logramos escapar de ellas ilesos gradas a la habilidad de Atwood para construir hangares rudimentarios y defensas contrael viento con grandes bloques de hielo, y para reforzar con más nieve los principales refugios del campamento. Nuestra eficiencia y buena suerte habíansido casi milagrosas.

El mundo sabía de nuestro programa y fue informado también acerca de la tenaz y extraña insistencia de Lake en hacer un viaje de exploración hacia el oeste, o más bien hacía el noroeste, antes de nuestro definitivo traslado a la nueva base. Parece que había cavilado mucho, y con una audacia alarmantemente extrema, sobre la marca triangular y estriada observada en la pizarra, viendo en ella ciertas contradicciones entre su naturaleza y el período geológico a que pertenecía, contradicciones que habían despertado al máximo su curiosidad, por lo que deseaba llevar a cabo perforaciones y voladuras en la región que se extendía hacia occidente y a la que evidentemente pertenecían los fragmentos desenterrados. Estaba extrañamente convencido de que aquellas marcas eran la huella de algún organismo voluminoso, desconocido, inclasificable y de un grado de evolución considerablemente avanzando, a pesar de que la roca donde aparecieron era de tanremotísima antigüedad cámbrica, si no decididamente precámbrica que excluía la existencia probable, no sólo de toda dase de vida evolucionada, sino de cualquier forma de vida superior a la de una etapa unicelular o a lo sumo de los trilobites. Aquellos fragmentos, con sus extrañas marcas, debían teneruna antigüedad de quinientos a mil millones de años.

En las montañas de la locura (H.P Lovecraft)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora