VI

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Interrumpían aquellos muros decorados ventanas elevadas y arcos de doce pies de alto; unas y otras conservaban los tableros petrificados, profusamente tallados y pulidos, de postigos y hojas de puerta. Todos los accesorios metálicos que habían desaparecido mucho tiempo atrás, pero algunas de las puertas se mantenían cerradas y nos vimos obligados a abrirlas a la fuerza para pasar de una cámara a otra. Aquí y allá se conservaban, aunque no en número considerable, algunos marcos de ventana con extraños entrepaños transparentes, elípticos los más de ellos. También había abundantes hornacinas de gran tamaño, generalmente vacías, aunque de tarde en tarde alguna contenía un extraño objeto tallado en esteatita verde, que, o estaba roto, o se consideró de valor insuficiente para justificar su traslado. Había otras aberturas indudablemente relacionadas con desaparecidos utensilios mecánicos -de calefacción, iluminación y cosas del tipo que sugerían muchos de los bajorrelieves. Los techos tendían a la sencillez, pero algunas veces estaban decorados con incrustaciones de esteatita verde o con azulejos de varias clases, casi todos ellos desaparecidos. Los suelos estaban, en ocasiones, igualmente cubiertos de azulejos, pero predominaban los suelos enlosados.

Como he dicho anteriormente, no se veían muebles ni enseres, pero los bajorrelieves daban clara idea de los extraños objetos que habían visto aquellos aposentos semejantes a panteones llenos de sonoros ecos. A niveles supe-riores de la capa de hielo, los suelos aparecían por lo general cubiertos de escombros y suciedad, pero más abajo unos y otra disminuían. En algunos de los corredores y aposentos más bajos apenas había sino polvo arenoso o añejas incrustaciones, mientras que en otras estancias se advertía una misteriosa limpieza como de lugar recién barrido. Naturalmente, en donde había habido derrumbamiento, los aposentos bajos estaban tan colmados de es-combros como los de arriba. Un patio central -como en otras edificaciones que habíamos visto desde lo alto- libraba a las estancias interiores de la total oscuridad por lo que rara vez tuvimos que utilizar las linternas eléctricas en las cámaras de arriba, excepto para estudiar los detalles esculpidos. Pero bajo la capa de hielo aumentaba la penumbra; y en muchos lugares de la laberíntica planta baja, la oscuridad llegaba a ser casi absoluta.

Para formarse aunque no sea más que una idea rudimentaria de lo que fueron nuestros pensamientos y sensaciones conforme penetrábamos en aquel laberinto de silencio más que milenario y de mampostería ajena a la humanidad, sería menester correlacionar un caos desesperadamente enmarañado de huidizos estados de ánimo, recuerdos e impresiones. La misma enorme antigüedad y la mortal desolación del lugar bastaban para abrumar casi a cualquier persona sensible, pero además de estos elementos contaban el reciente e inexplicado horror del campamento y las revelaciones que pronto habíamos de encontrar en las espeluznantes imágenes esculpidas que nos ro-deaban. En el momento en que nos encontramos ante un fragmento de bajorrelieve en perfecto estado, con imágenes tan claras que no permitían las interpretaciones erróneas, no tuvimos más que estudiarlo brevemente para des-cubrir la horrible verdad -una verdad que seria ingenuo pretender que Danforth y yo, cada uno por su cuenta, no habíamos sospechado con antelación, aunque nos hubiéramos abstenido incluso de insinuárnosla mutuamente. Ya no podía caber duda ninguna acerca de la naturaleza de los seres que habían edificado esta monstruosa ciudad muerta y que habían vivido en ella hacia millones de años, cuando los antepasados del hombre eran mamíferos arcaicos y primitivos y cuando los gigantescos dinosaurios vagaban por las tropicales estepas de Europa y de Asia.

Hasta entonces nos habíamos aferrado a una desesperada alternativa y habíamos insistido -cada uno en su fuero interno- en que la omnipresencia del tema de las cinco puntas sólo significaba algún tipo de exaltación cultural o religiosa de un objeto natural arcaico que encarnaba claramente dicha forma, igual que los motivos decorativos de la Creta minoica exaltaban el toro sagrado, los de Egipto el escarabajo, los de Roma el lobo y el águila, y las diversas tribus salvajes un animal totémico. Pero este único refugio nos fue arrebatado ahora obligándonos a enfrentarnos definitivamente con una realidad peligrosa para la razón y que indudablemente el lector de estas páginas hace ya tiempo que ha adivinado. Apenas puedo soportar la idea de escribirlo ni siquiera ahora, pero tal vez no sea necesario.

Lo que se crió y habitó dentro de aquellos formidables edificios en la era de los dinosaurios no fueron, desde 'luego, dinosaurios, sino algo mucho peor. Estos eran seres nuevos y casi desprovistos de cerebro, pero los constructores de la ciudad eran sabios y viejos y habían dejado ciertas señales en las piedras que, induso entonces, llevaban colocadas casi mil millones de años, piedras colocadas antes que la vida -tal como hoy la conocemos- hubiera pasado de ser más que un dúctil grupo de células, piedras colocadas antes que hubiera existido en la Tierra vida verdadera. Ellos fueron sin duda los que crearon y esclavizaron esa vida y los modelos en que se basaban los pérfidos mitos primigenios que se insinúan temerosamente en los Manuscritos Pnakóticos y en el Necronomicón. Eran los Primordiales que habían bajado de las estrellas cuando la Tierra era joven -los seres cuya sustancia había modelado una extraña evolución y cuyos poderes eran mayores de los que jamás habían existido en este planeta. ¡Pensar que solamente ayer Danforth y yo habíamos contemplado trozos de sustancia fosilizada hacía millares de anos y que el desgraciado Lake y sus compañeros habían visto su figura completa...!

Naturalmente, me es imposible relatar en el debido orden las etapas en que reunimos lo que hoy sabemos acerca de aquel monstruoso capítulo de la vida prehumana. Después de la primera impresión producida por la certeza de las revelaciones tuvimos que detenernos algún tiempo para reponemos, y eran más de las tres cuando comenzamos nuestro verdadero recorrido de investigación sistemática. Las esculturas del edificio en que entramos eran de una época relativamente menos remota -quizá de hace dos millones de años- según los indicios geológicos, biológicos y astronómicos, y tenían un estilo que pudiera llamarse decadente al compararlo con el de las muestras que encontramos en otros edificios después de cruzar puentes bajo la capa de hielo. Uno de los edificios, tallado todo él en la roca viva, parecía remontarse a una antigüedad de cuarenta o quizá cincuenta millones de años -al Eoceno inferior o Cretáceo superior- y contenía bajorrelieves de un arte superior a todo lo que hasta entonces habíamos encontrado, con una tremenda excepción. Aquélla fue, según hemos convenido posteriormente, la vivienda más antigua que atravesamos.

De no ser por el testimonio de las fotografías sacadas con la ayuda de flash y que se publicarán en breve, me abstendría de decir lo que encontré y deduje, para que no me encerraran por loco. Naturalmente, las partes infinitamente primitivas de este relato compuesto de muchos fragmentos, las que atañen a la vida preterrestre de los seres de cabeza estrellada en otros planetas, en otras galaxias y en otros universos, pueden interpretarse fácilmente como la fantástica mitología de esos mismos seres, pero esas partes se aproximaban en ocasiones de manera tan prodigiosa a los más modernos descubrimientos de la ciencia matemática y de la astrofísica que apenas sé qué pensar. Que juzguen otros cuando vean las fotografías que he de publicar.

En las montañas de la locura (H.P Lovecraft)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora