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02 de septiembre de 2021.
Punta Cana, República Dominicana.

Julián Álvarez.

Me acomodo los anteojos de sol sobre el puente de la nariz, lo hago por vez número no sé cuánto. A pesar de que me salieron carísimos, son una reverenda mierda que se me resbala a más no poder.

Refunfuño cuando vuelven a descender un poco sobre mi nariz y, de un manotazo, me los saco y los doblo en el cuello de la musculosa de River que llevo puesta.

Son las 10 y acabo de finalizar con el entrenamiento que me mandaron desde el club, adaptado por supuesto a las instalaciones del hotel, las cuales estudiaron minuciosamente cuando informé que aquí me hospedería.

Llego a uno de los dos restaurantes donde sirven el desayuno, es el más pequeño de los dos y por ende el más tranquilo. Mientras que el otro se encuentra a metros de las piscinas donde hacen las fiestas y animaciones, y a unos cuantos más de la playa, este está justo debajo de una de las secciones de habitaciones, frente a la cancha de beach voley, los toboganes acuáticos y tres piscinas.

No entiendo por qué en lugar de haber una sola piscina inmensa hay tres separadas por caminitos hacia uno de los anfiteatros y las secciones de habitaciones.

Ah.

Bueno, creo que ya entendí. Si fuese una sola inmensa deberían dar semejantes vueltas para llegar a las habitaciones de cada sección, en lugar de atravesar en un atajo. Hotel no apto para vagonetas.

Dejo mis anteojos y celular sobre una de las mesas libres. Ya sé, re confite, pero ayer a la tarde a Daniel se le perdieron los anteojos y reclamó en recepción, sacaron cajas con cosas perdidas y estaban repletas de cosas de MUCHÍSIMO valor, desde celulares, relojes, joyas y tarjetas, así que me toca confiar.

Además el short de entrenamiento no tiene bolsillos y planeo traer varios platos de comida, por lo que no puedo andar malabareando también con el celular en la mano. Prioridades por favor.

Ya dentro de buffet (¿así se les dice? No estoy seguro, es muy cheto ese vocabulario para alguien de Calchín, culiao) agarro un plato grande y pongo un bagel (a ese le sé el nombre porque en todas las concentraciones hay) y uno que parece bollito, espero que tenga chicharrón, sería un golaso. Después voy hacia donde un señor está constantemente haciendo huevos revueltos, hervidos y cuantas formas de hacerlos haya, pero yo soy básico y le pido unos revueltos.

No voy a marearles con toda la comida que levanté para el desayuno, lo resumiré en que, luego de unos 10 minutos aproximadamente, después de haber pasado por las estaciones de frutas, quesos y embutidos, lácteos, yogurt y frutos secos, volví a mi mesa haciendo, efectivamente, los malabares que dije hace un rato, pero sin poner en riesgo a mi teléfono, que por cierto aún está donde lo dejé.

— ¿Con leche? — asiento ante la pregunta del camarero que sirve una taza de café para mí.

— Mmm, goloso. — Benjamín aparece detrás del muchacho con su mejor cara de malpensado, haciéndome ahogar un poco con el bagel.

Le agradezco al chico que luego se retira. Me arrepiento de no haber bajado mi billetera ya que podría haberle dado una propina. Más tarde lo buscaré.

— ¿Qué tal tu noche? — pregunto a mi amigo. Aún no va a buscar su comida ya que está esperando a Lina que aún no baja.

— Fua, amigo, Lina borracha es muy intensa. — menciona fingiendo cansancio, pero la sonrisa de costado lo delata. — No sé cómo será tu novia borracha, pero la mía se piensa un wacho más, no sabés.

PERDAMONO' • Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora