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La amistad apoya,
Las influencias afectan,
Los amores alegran,
La familia aporta,
El cielo escucha.

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—¿Cuándo regresas?

—El domingo en la tarde— acabé de acomodar mi mochila, me la colgué en los hombros y miré a Ian, se veía decaído— ¿Qué pasa?

—Nada, solo me alegra que puedas ver a tu familia— una expresión de pena me atravesó el rostro, él lo notó pero sonrió al instante— se te hace tarde.

—Cuídate mucho, ¿sí?

—Bien, mamá— expresó burlón, aún con eso me acompañó hasta la puerta— saldré un rato... Nos vemos luego.

—Ten cuidado— no podía decirle más, le estaba agarrando aprecio poco a poco, aún sabiendo lo que hacía yo estaba convencido de que era un buen chico y lo que acababa de pasar arriba en el dormitorio lo demostraba.

Subí al taxi, que llegó un rato después de que él se fue, le indiqué el lugar y minutos, en realidad casi una hora después, llegué a la estación camionera para tomar el mío y dirigirme a mi ciudad, estaba demasiado emocionado y feliz de poder ver a todos de nuevo, sobre todo a mis hermanos y por supuesto a Aurora.

Ellos pensaban que llegaba el sábado por la mañana, pero había cambiado la fecha y llegaría el viernes por la tarde ya que algunas clases se cancelarían por un evento importante que se estaba preparando, así que aproveché para pasar aunque fuera unas horas más con ellos. Se suponía que los primeros cuatro meses no podría salir, pero era un rumor de muy mal gusto.

El camino fue tranquilo y relativamente rápido, una vez estuvimos en la estación de la ciudad me emocioné al bajar, sentía que no había estado ahí hacía tiempo aunque habían pasado solo dos meses. Avancé tranquilo con mi mochila en los hombros, tomé un taxi y este me llevó hasta casa; en vez de bajarme en la mía bajé en la de Aurora.

Toqué el timbre una vez, solo eso bastó para que la puerta se abriera unos segundos después y mirara hacía mi dirección con curiosidad, una vez me identificó ni abrió bien la puerta ya se había lanzado para abrazarme.

—¿No llegabas mañana?— preguntó feliz mientras miraba hacia arriba— no importa— se puso de puntitas y depositó un beso en mis labios, sonreí y la cargué haciéndola girar.

—¡No sabes cuánto te extrañé!— ella rió y se separó un poco para mirarme y volver a abrazarme— amor, de verdad que me hacías tanta falta...— me acarició el cabello con la delicadeza y dulzura que solo ella podía expresar, me agaché un poco para besarla de nuevo, ella correspondió feliz.

—Yo te iba a recoger— hizo un puchero que eliminó en el instante en el que negué y volví a abrazarla— te extrañé mucho, amor.

Me acercó aún más a ella, sin dejar de acariciar mi cabello, su cabeza recargada en mi hombro, su respiración calentando mi cuello; yo olía su cabello, le acariciaba la espalda, no lo sabía con exactitud pero se sentía como un abrazo de bienvenida, de una vuelta a casa verdadera, de mi lugar seguro volviendo a mí luego de varias semanas.

—¿Ya viste a tu hermano?— se separó de mí con los ojos brillantes y una sonrisa preciosa, había tomado mis manos y no parecía querer soltarme, reí y comencé a acariciar el dorso de las suyas con mis pulgares.

—No, llegué directamente a verte a tí... Y valió mucho la pena— la sonrisa no se borraba de su rostro, no flaqueaba en ningún momento y no sé porque, pero sentí que algo pasaría, más que nada porque ese sentimiento de presentimiento en mí no era muy normal y esa vez... Fue auténtico, fue fuerte, fue contundente.

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