Capítulo 1 - Pesadillas.

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Mellea.

Corro, corro y corro lo más rápido que puedo. El viento azota mi rostro, y siento cómo mis pies golpean el suelo con desesperación. Mis piernas están entumecidas, las pantorrillas arden en un fuego que parece consumir cada fibra de mi ser. Mis pulmones gritan, ardiendo con cada inhalación, mientras el aire se me escapa a cada segundo. El latido de mi corazón retumba en mis oídos, un tambor frenético que me empuja a seguir adelante.

Escucho una voz a lo lejos, una llamada que resuena en mi cabeza, como un eco familiar. No sé si es alguien que conozco, pero su tono provoca un escalofrío en mi piel.

«Mellea, Mellea.» repite, y me estremezco. No puedo detenerme. Algo en mi interior me grita que no mire atrás, que corra con todas mis fuerzas y que no me dejen atrapar.

El sudor me empapa, y en medio de la oscuridad, vislumbro una luz al final del túnel. Estoy en un puente que cruje bajo mis pies, cada paso amenaza con hacerme caer al abismo. Acelero, desafiando el dolor que me consume, pero cuando estoy a punto de alcanzar la salvación, un tropiezo me derriba. Caigo al suelo, un golpe brutal entre las costillas me deja sin aliento, desestabilizada y vulnerable.

Me esfuerzo por levantarme, pero el dolor es intenso, como si mil agujas se clavaran en mi piel. «¡Suéltame!» grito, luchando con cada gramo de fuerza que me queda. Pero mis palabras se pierden en la nada; parece que no me escuchan.

De repente, un tirón en mi cabello me arrastra de nuevo hacia la oscuridad. Mi cabeza arde, el cuero cabelludo duele, recordándome las agonías pasadas que pensé haber dejado atrás. Lucho con desesperación, pero es inútil. Me llevan a rastras, hasta que me dejan, exhausta, bajo un faro de luz.

La figura que me sostiene me suelta, y en un instante, un grupo de hombres me rodea. Sus rostros son sombras, sus intenciones oscuras. De entre ellos, aparece alguien que no reconozco. Su mirada es fría, calculadora. Saca un cuchillo de su bolsillo, y el pánico me invade.

—No puedes huir de mí— dice con una sonrisa torcida, y antes de que pueda reaccionar, el acero se clava en mi estómago. El dolor es agudo, y la oscuridad empieza a nublar mi visión.

Siento cómo el mundo se desmorona a mi alrededor, mientras la desesperación y la rabia se mezclan en mi pecho

—¡No! —grito con todas mis fuerzas, el terror aún latente en mi pecho.

—Ey, ey, tranquila —siento las manos suaves de Bonnie que me retienen, cálidas y reconfortantes—. Solo es un sueño. Estás bien, estás a salvo.

Abro los ojos de golpe y la realidad me golpea. Estoy en la misma habitación de siempre, el familiar olor a madera y el suave brillo de la luz que entra por la ventana me rodean. Me doy cuenta de que no hay nadie malo a mi alrededor, que no estoy en peligro. Pero el eco de la pesadilla todavía me persigue.

Bonnie me sostiene, su mirada refleja preocupación.

No es real. Solo era una pesadilla, otra más de esas que me atormentan desde hace días.

Me toco el pecho, sintiendo el latido acelerado que aún no se calma. Respiro hondo, inhalando y exhalando con esfuerzo, tratando de centrarme en la realidad.

—Todo está bien —repite Bonnie, su voz es un ancla en medio de mi tormenta interna.

La abrazo, asustada, sintiendo cómo las lágrimas amenazan con escapar de mis ojos. La calidez de su abrazo me reconforta, pero el miedo aún se aferra a mí.

No es la primera vez que me pasa. Desde que comenzaron estos sueños macabros, cada noche me llevan de regreso al mismo suplicio, el recuerdo de mi secuestro que se niega a desvanecerse.

Final LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora