Capítulo 6 - Lo que sigue.

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Biagio.

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —me pregunta Dante mientras fumo un cigarro en el jardín mientras los soldatos mueven a los prisioneros hacia la furgoneta

—Claramente —Dante mira con horror a los prisioneros que no solo huelen mal, si no que están hechos mierda—. ¿Y desde cuando cuestionas mis métodos?

Dante observa sus manos con nerviosismo, luego dirige la mirada a su hermano Donato. Más muerto que vivo. Por más que intente hacerse fuerte, sé que le pesa verlo en ese estado. Pero así es como le ha tocado.

—No te estoy cuestionando, Biagio. Simplemente, Donato sigue siendo mi hermano. Me duele verlo así, y aún más, saber que nos ha traicionado como familia.

—Por esa misma razón te doy la oportunidad de verlo y despedirte. Si no, créeme que lo dejaría pudrirse en este lugar.

Él asiente, tragando saliva. Se suponía que Dante no vendría hasta dentro de seis días, pero con Mellea lejos, necesito adelantar mis planes.

—¿Y qué hay con Mellea? ¿Crees que ver a mi hermano la puso en ese estado crítico en el que ya no quiere nada contigo?

—No —respondo, dando una calada al cigarro—. Ella está así por el otro imbécil.

—¿Quién?

Señalo con la cabeza al bastardo que ya no puede caminar por sí solo y, como si fuera poco, tampoco puede hablar, ya que le corté la lengua por bocón.

—¿Quién es ese?

—El ex guardia personal del imbécil de Lorenzo Mancini.

—¿También es responsable de esto?

—Sí, y el hijo de puta todavía se atrevió a meterle basura en la cabeza a Mellea.

—A ver si entiendo; él le dijo algo a Mellea, ¿por eso se fue?

—Exactamente —respondo, apretando los dientes mientras observo a los prisioneros ser arrastrados—. Le llenó la cabeza de dudas, y ahora está tan confundida que quiere mantenerme lejos de ella.

El aire se vuelve denso, estoy cargado de frustración y rabia. No puedo permitir que nadie interfiera en lo que es mío.

—Pero entonces, ¿no estás enojado con ella?

—No.

Suspira, visiblemente aliviado. —Joder, qué bueno, porque creí que volverías a ser tan miserable como hace dos años.

Lo miro mal, una advertencia silenciosa.

—Pero es en serio, ¿verdad? —repite, como si no pudiera creer mis palabras—. ¿Ni aunque te abandone como ahora? ¿Nada?

Niego con firmeza. —Nada va a interponerse entre lo que siento por ella. Puede gritarme, insultarme o traicionarme si quiere. Que haga lo que quiera, pero no la voy a dejar ir, jamás. Es mía, solo mía, y nadie más va a volver a dañarla.

Dante asiente lentamente, su mirada fija en el suelo. La culpa lo consume, pero no puede permitirse mostrar debilidad.

—¿Y qué haremos con él? —pregunta, señalando al ex guardia que gime en el suelo.

—Lo que merece. Pero primero, necesito que tú y yo nos centremos en el negocio. Muchas cosas van a cambiar en el territorio. Sobre todo, tengo que saldar cuentas con esos tres.

—Pero si Donato... —comienza Dante, pero lo interrumpo.

—Donato es un riesgo. Y aunque sea tu hermano, tienes que entender que está en nuestro camino. Nos arrastrará a su caos.

Final LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora