Capítulo 2 - La venganza.

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Biagio.

No hay nada como recordar la primera vez que hiciste algo.

La primera pelea.

La primera borrachera.

La primera arma.

La primera muerte.

Y sin duda, una de las cosas que no puedo olvidar es la primera vez que torturé a alguien. La satisfacción de infligir dolor, de hacer que esos hijos de perra paguen por creer que pueden actuar sin consecuencias, es insuperable. Se creen intocables, y es mi deber recordarles que en este mundo no existe el karma. O tal vez sí, pero no en mi vida. Yo le llamo venganza, ejecutada con mis propias manos.

—¡YA! ¡PARA! —grita la escoria mientras le despellejo la piel, que se asemeja a un fino corte de carne.

El trozo que arranco lo lanzo a un cesto de basura, mientras la sangre se esparce, formando un charco oscuro en el suelo.

—¿Cómo que paré? —me burlo, afilando el pelador humano en mis manos.

Alzo la vista y veo a Milo sosteniendo con firmeza su dedo sobre la silla.

Me acerco, ejerciendo presión en el cuello y el hombro del miserable. Sus gritos agonizantes son como una sinfonía macabra, un eco que reverbera en mi mente.

Verlos sufrir es lo que me alimenta. Y más aún, sabiendo que lo que me están pagando es justo lo que merecen.

Mellea despertó hace una semana. La vi por primera vez en la mañana, y la emoción me golpeó como un puño en el estómago.

Demasiado, como hace un mes, cuando la tuvieron que inducir a un coma.

Un maldito mes en el que no pude dormir, comer o siquiera beber bien.

La primera semana la pasé en su habitación, observándola dormir conectada a un montón de tubos, como un jodido acosador que aguardaba día y noche por su regreso. La segunda semana se convirtió en un infierno, y para la tercera, ya estaba al borde de la locura. No sé cómo logré sobrevivir a ese mes, con todo esa mierda que me devastaba por dentro.

Cada vez que recordaba su estado, una furia incontrolable brotaba en mí, y ese vacío que dejaba su ausencia se llenaba momentáneamente con la tortura, con el dolor que infligía a otros. Pero al final del día, la verdad me golpeaba con fuerza: nada de eso podía llenar el abismo que había dejado su coma.

Mi vida solo mejora al verla despierta, al encontrarme con esos ojos que me convierten en un idiota. Aunque sé que ella no está bien, no me importa en lo más mínimo. Soy un egoísta de mierda, pero tenerla a mi lado es todo lo que necesito.

—¡PIEDAD! —su grito me saca de la realidad, sus lamentos alimentan mi oscuridad.

Miro la basura frente a mí y una sonrisa sádica se dibuja en mi rostro.

«Cree que eso es suficiente. No ha visto nada de lo que le espera.»

—¡Y...! —lo golpeo con firmeza en la boca, deseando que se calle de una buena vez.

El impacto revienta sus labios, y la sangre brota, salpicando el aire. Escupe lo que parece ser un diente, un recuerdo vívido de su miseria.

Observo mis nudillos, ahora manchados de rojo, y una satisfacción fría me envuelve.

—No mereces que te golpee con mis propias manos —le recuerdo con frialdad— ni tanto vales.

Cada vez que contemplo la cara de este pedazo de escoria, me invaden las imágenes de lo que le hicieron a Mellea. La tenían colgada, como un puto animal, y lo peor era ver cómo se burlaban de ella, cómo la golpeaban, pateaban, quemaban... tantas cosas que no sé cómo me contengo para acabar con su asquerosa y miserable vida.

Final LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora