Mellea.
Una vez pongo un pie en el castillo, la sensación de tensión palpita en el aire. Lorenzo Mancini me espera, rodeado de un ejército, como si yo fuera la enemiga a la que hay que someter. Su mirada fría y calculadora me provoca una risa amarga, y no puedo evitar pensar en lo absurdo de la situación.
Y ahí están también Nicoletta y Elián, logrando que la incomodidad se intensifique. Menuda ironía tener que enfrentarme a ellos de nuevo, y lo peor es que todos me miran como si fuera una criminal condenada antes de ser juzgada.
—¿Desde cuándo volviste? ¿Y dónde estabas? —me interroga Lorenzo en su tono seco como el desierto.
No me detengo a saludar a nadie, mucho menos a tratar de ser educada con mi propio padre.
—¿Te importa? —le lanzo, levantando una ceja—. Creí que, después de que me quitaste mi puesto, el hecho de explicarte adónde voy se volvió un asunto privado. No tienes por qué saberlo.
Antes de que pueda dar un paso más, Lorenzo me agarra del brazo. Su toque es firme, pero yo no estoy dispuesta a ceder.
—¿Qué? ¿Regreso al castillo y ya quieres pegarme? —le miro con desdén.
Él se da cuenta de lo impulsivo de su acto y me suelta, pero su mirada no se ablanda.
—No, solo quiero que me digas adónde fuiste.
—¿Y por qué tengo que hacerlo? —replico, desafiándolo. Su mirada severa no me intimida en lo más mínimo, aunque la presión de todos los presentes me provoca un nudo en el estómago.
—Estamos en zona de riesgo, hay planes ejecutándose, y no puedes andar por ahí como si nada —explica, su voz un susurro de autoridad.
—¿Por qué? —pregunto, sintiendo que la rabia brota en mí como un volcán a punto de estallar.
Me la devuelve con frialdad.
—Ya no eres la Sottocapo. No tengo por qué darte explicaciones —me responde, despojándome de cualquier atisbo de poder.
—Tienes razón, entonces no me importa salir.
Doy un paso más, pero su siguiente frase me detiene en seco.
—De ahora en adelante, tus salidas estarán vigiladas. Mientras estés en el castillo, Elián te acompañará a donde necesites ir. Sin excepción.
—No necesito a Elián o a cualquiera de tus perros guardianes. Tengo a mis guardias personales, por si no lo sabes —le digo, intentando mantener la compostura.
—Pero ya no tienes un puesto que justifique su presencia. Podría hacer que Oliver y Bonnie se integren para hacer servicio con los soldatos —me amenaza.
Lo miro como si estuviera demente, la incredulidad reflejada en cada rasgo de mi rostro.
—Ah, no. A ellos no. No me importa que ya no sea la maldita Sottocapo. Los entrene yo y no se van a ir con Nicoletta ni con nadie más, si eso está en tus planes.
Mi prima no dice nada, se queda callada, evitando mi mirada mientras juega con sus manos, como si el silencio pudiera protegerla de la tensión que nos rodea.
—Pues entonces no me obligues a hacerlo —dicta Lorenzo, su voz firme como un martillo. —Si quieres que tenga la consideración de que sigan siendo tus guardias, entonces tus salidas estarán controladas. Y si lo dicto yo, Elián o cualquiera de mis soldados personales te acompañarán en su lugar.
Aprieto los dientes con fuerza, sintiendo cómo la rabia hierve en mi interior. No voy a ceder tan fácilmente.
—¿Te quedó claro? —pregunta, y lo ignoro deliberadamente. No le voy a dar la satisfacción de una respuesta. —Y por cierto, no me has dicho a dónde fuiste.
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Final Letal
RomansaLas traiciones se pagan caro, y más si tienen fecha de caducidad. Llega el final de la historia, es momento que Mellea y Biagio, marcados por el sufrimiento, se enfrenten a sus sentimientos y busquen una tregua en medio del caos. Secretos ocultos sa...