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Minho fue a la cita a ciegas de casualidad.

Su primera opción era pasar la noche con una botella de vodka caro, manejando por la autopista sin un rumbo definido. Planeaba bajar la ventanilla y cerrar los ojos, acelerar para que el aire fresco le pegue en la cara hasta congelar sus mejillas. Tal vez llegar al lago y tirarse al agua helada.

La segunda opción era encontrar a alguien dispuesto a abrir las piernas para él por un rato. La ciudad estaba llena de hombres que se acostarían con él a cambio de nada, y Minho sabía dónde ubicarlos, cómo convencerlos.

Se decidió por la segunda a último momento y se metió en la ducha.

Contra su voluntad, recordó la cita a ciegas que la recepcionista del edificio le había nombrado. Minho la rechazó con frialdad, pero ella puso los ojos en blanco y forzó un papelito dentro de su bolsillo.

El papelito seguía ahí cuando Minho lo buscó con las manos húmedas. Tenía escrita la fecha de hoy y la dirección del restaurante y Han Jisung.

Minho fue.

Convenció a Han de abrir las piernas para él.

Han escondió la cara en el cuello de Minho y se quedó dormido.

Minho esperó, porque no sabía qué más hacer.

No sabía lo que se sentía que alguien girara en la cama buscando su calor. No sabía lo que se sentía que alguien apoyara la mano sobre su cintura tan inocentemente.

No sabía lo difícil que resultaba no devolverle el abrazo, lo difícil que era resistir el impulso de besar su frente, sostenerlo cerquita y quedarse dormido con él.

Minho se quedó quieto, las manos a los lados de su cuerpo sobre el colchón, lejos de Han.

Cuando la respiración de Han se volvió suave y regular, Minho escapó de su abrazo y se levantó cuidadosamente de la cama. Esperó un rato más en la cocina, con un vaso de agua fría del que tomó un solo sorbo y vació el resto en la pileta.

Han seguía dormido cuando Minho volvió a la habitación. Con la mejilla aplastada sobre la almohada, se veía incluso más joven. Minho se cubrió la cara con las manos para ahogar un suspiro.

Cuando volvió a acostarse, se aseguró de que ninguna parte de su cuerpo tocara a Han.

Ni siquiera lo miró cuando despertó al amanecer. No tenía nada que hacer, pero se vistió, se puso el calzado y salió al estacionamiento. Se sentó en el auto sin encenderlo y esperó, patéticamente, un par de horas más.

Esperó a que Han se fuera.

Dejó caer la frente sobre el volante y repasó las reglas en su mente: no besarse en la boca, no quedarse a dormir, no volver a verse.

Había roto una, pero estaba a tiempo de revertirlo, podía respetar las demás.

Ahora, ignora todas las reglas y toca a Han sin permiso. Arrastra los dedos sobre el semen en su pecho, agacha la cabeza para levantarlo con la lengua. El sabor salado se mantiene en su paladar cuando traga.

—Nghh, Minho... —Han se queja, hipersensible. Se revuelve húmedo contra las sábanas cuando Minho lame una gota sobre su cuello.

— ¿Qué pasó? Pensé que querías besos... —Minho lo molesta.

—Sí.

Han tira del pelo de Minho y atrapa su boca en un beso desordenado, demasiado húmedo. Atrapa la erección de Minho en la otra mano. Después de haber quedado abandonada, aplastada contra el colchón, el contacto es un alivio, brisa salada.

Han aprieta como a Minho le gusta, le saca un suspiro.

Han no deja de besarlo, a pesar de lo agitados que ambos están.

Cuando Minho acaba –el labio inferior de Han entre sus dientes, la cadera empujando involuntariamente dentro de su puño–, Han lo obliga a acostarse y trepa sobre él. Lo besa un poco más.

Se queda dormido un rato después, con la cara en el cuello de Minho, una mano inocente sobre su cintura. Los brazos de Minho envolviendo su torso. Minho hunde la nariz en su pelo, deja un besito en su sien.

Han está calentito, pegajoso. Ya no huele a jabón, huele a Minho. Hay tréboles pegados a la piel de su cadera y sobre sus muslos. Minho los sacude con una mano y los músculos de Han se contraen, cosquillas.

Minho nunca había tenido una buena razón para no manejar con los ojos cerrados.

Minho quería creer que era feliz, ¿por qué no lo sería?, pero hacía años que estaba convencido de que había hecho suficiente, convencido de que su vida había llegado demasiado lejos y ya no tenía nada nuevo para lograr, nada que esperar.

No es que Minho no quisiera seguir viviendo. Es que realmente no le importaba si, de pronto, por alguna razón, dejaba de hacerlo.

Hasta que Han se quedó dormido en su cama sin avisar. Han pegó su cuerpo al de Minho y respiró sobre su cuello y sostuvo su cintura sin pedir permiso.

Han dejó entre sus sábanas un puñado de tréboles y la idea de futuro.

La casa estaba vacía cuando Minho volvió a entrar. Tenía las piernas dormidas por haber pasado tanto tiempo sentado. Era más fácil prestar atención al cosquilleo en sus pies que a las grietas que quebraban las murallas cada vez que pensaba en esto: Han se había ido.

Y en esto: Minho quería volver a verlo.

Y en esto: Minho había tomado una decisión. La próxima vez, lo abrazaría para dormir.

Minho sonríe.

Aprieta a Han un poco más fuerte, para no tener que recordar cómo se siente no tenerlo en sus brazos.

Han se agita, pero no se despierta. Minho cierra los ojos. Con la mano sobre la espalda baja de Han, se concentra en sentir el movimiento de su respiración.

Han duerme tranquilo.

Minho haría cualquier cosa para proteger la paz que comparten.

Clover [Minsung] 🍀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora