01

263 19 3
                                    

Tréboles. Un puñado de tréboles.

Minho los ve cuando sale de la ducha, una toalla blanca atada flojamente alrededor de su cintura, los productos de skincare que siempre carga en su bolsito todavía frescos en la piel de su rostro.

Han debe haberlos encontrado entre los pastos salpicados de rocío junto a la hamaca. Soltó la mano de Minho para sujetarse de la cadena y agacharse a tocar algo en el suelo. Fue antes de que empezara a llover, cuando la noche todavía era tibia.

Minho cruzó los tobillos, se balanceó suavemente en la hamaca.

Los fuegos artificiales explotaban de colores en el cielo.

Han sostenía algo en la mano cuando volvió a subir, sonreía estrellas.

Deben haber sido los tréboles.

Ahora los desparrama... No, los ordena. Los acomoda sobre las sábanas blancas de la cama de hotel para formar una figura de simetría radial. Le asigna a cada uno de los tréboles un lugar perfecto.

—Quedate acá —susurra, tocando las hojas de un trébol del lado izquierdo del círculo—. No te alejes.

Minho pasa una mano por su pelo lacio, todavía húmedo en las raíces. No logra ver el dibujo entero, no sabría qué significados esconde aunque lo hiciera, así que se enfoca en Han.

En la concentración con la que observa su obra de arte, en la delicadeza con la que sus dedos mueven los tallos de los tréboles, en la gota de agua tibia que quedó atrapada en su clavícula porque él también se dio una ducha más temprano y espera a Minho sin haberse vestido.

Han levanta la vista cuando lo escucha acercarse a la cama. Se arrodilla sobre el colchón y algunos tréboles se aplastan bajo sus piernas, algunos saltan en el aire, tiñen la pequeña habitación de verde.

Han es ojitos brillantes y una sonrisa tierna. Han es la forma en la que su rostro se ilumina involuntariamente cada vez que ve a Minho.

Es adorable así, pelo castaño revuelto hacia atrás, brazos abiertos para recibir a Minho que sube a la cama con él.

La toalla se tensa cuando Minho apoya la rodilla sobre el colchón, entre las piernas de Han. Los brazos de Han rodean sus hombros, manos abiertas sobre sus omóplatos.

Han abraza a Minho y tira de él hasta que caen juntos sobre la almohada.

—Hola —susurra.

Se ve especialmente lindo, bañado de dorado por la lámpara encendida sobre la mesita de luz, tan relajado que sus párpados pesan.

Minho apoya su frente sobre la de Han.

—Hola —contesta, tocando la nariz de Han con la suya. Han infla los cachetes.

—Tardaste mucho —Han dice.

—Me bañé lo más rápido que pude.

Tal vez Han no está hablando de la ducha.

Minho cierra los ojos. Respira hondo. La piel de Han conserva la frescura de la lluvia de verano, el perfume del jabón de avena.

— ¿Puedo besarte? —Minho pregunta.

Los labios de Han acarician los suyos cuando asiente con la cabeza, lo vuelven a hacer cuando habla:

—Sí, por favor.

La llovizna golpea dulcemente el cristal de la ventana.

Minho besa a Han una vez, con cariño.

Piensa en una vida de camas de hotel, ciudades con nombres que no puede pronunciar. Noches en las que la calma los envuelve en terciopelo y el tiempo se estira hasta detenerse.

Se incorpora sobre las dos manos para mirar a Han a la cara. Aleja un mechón de pelo que cae sobre su ceja, rozando su sien con los dedos.

Presiona sus labios sobre los de Han una vez más, con adoración, y piensa en el futuro.

A veces el sonido de la lluvia, a veces el del mar, a veces el canto de los pájaros al amanecer y el aroma del pasto recién cortado, las flores silvestres.

Siempre, Han a su lado.

Es fácil imaginarlo. Quizás no debería serlo, pero Han tiene paciencia –más de la que Minho tiene derecho a exigir– y hace que todo sea posible.

Han lo recibió en su casa esa noche que Minho apareció en su puerta, desesperado y muerto de miedo porque estaba pidiendo una segunda oportunidad que realmente no merecía. Han escuchó todo lo que Minho tenía para decir, no se rió de él cuando se le escaparon las lágrimas.

Lo abrazó con fuerza y acarició su pelo y Minho prometió aprender, prometió cambiar.

Se quedaron despiertos toda la noche, hablando sobre todo: lo que habían hecho mal, lo que podían hacer mejor, los acuerdos a los que tenían que llegar si querían seguir adelante. Todo sobre lo que no habían hablado antes.

Minho lloró un poco más, agradeciendo que no fuera demasiado tarde. Han besó las lágrimas en sus mejillas.

Al amanecer, Minho se sintió culpable por no haberlo dejado dormir y se ofreció a preparar el desayuno. Sentado en la mesada, Han lo miró cocinar en silencio. Minho tuvo la sensación de que Han sabía la verdad: había muchas cosas por las que Minho se sentía culpable, cosas horribles que un simple desayuno no podía arreglar.

Todos estos días después, Minho sigue estando lejos de arreglarlo. No cree que sea capaz de hacerlo, nunca.

Así que besa a Han una tercera vez, con remordimiento, porque puede empezar por ahí, puede tratar de compensar todos los besos que le negó en el pasado.

Han los acepta; una bendición o un regalo o la mínima demostración de afecto que merece.

Pero Han merece mucho más. Por eso Minho puso distancia tercamente entre ambos, intentó hacer que Han se alejara de él para buscar a alguien mejor en otro lado.

Obligar a Han a irse era más fácil que hacerse cargo de sus propios errores. Ya no lo es, y no es una opción.

Una de las manos de Han sube por su espalda, acaricia una línea suave hasta su nuca.

Hay polvo sobre la piel de Minho, las ruinas de las murallas que levantó dentro suyo. Ocultaban sus sentimientos para que nadie pudiera tocarlos, y se derrumban de a poco con cada caricia de Han, cada mirada, cada pregunta incómoda.

La otra mano se mueve hacia abajo y adelante, uñas rozando el abdomen de Minho. Se detiene sobre el borde de la toalla.

A veces, las murallas intentan volver a levantarse solas –son treinta y dos años de ser un idiota, después de todo–, pero nunca más van a interponerse entre ambos.

Minho no va a permitirlo.

Han tira de la toalla para desatar el nudo que la ajusta y la deja caer a la alfombra. Minho aguanta la respiración.

El pulgar de Han dibuja círculos lentos detrás de su oreja. Su mirada pasa por los labios de Minho antes de instalarse en sus ojos.

Han es sentimientos confesados como olas, empapan a Minho cuando rompen en la orilla.

Minho se estremece.

Besa a Han una vez más, con amor.

Clover [Minsung] 🍀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora