Capítulo II: Ojos grises

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Su estomago rugía con fuerza así que tuvo que abrir los ojos lentamente, su cabeza dolía y un cansancio terrible se apoderaba de ese pequeño cuerpo; recuerdo de que de su alto y grácil cuerpo ya no existía, volver a la piel y huesos se sentía deplorable. Nada sucedió como en su primera vida, fue peor. Por un momento, deseo enserio poder descansar en paz. Ese pensamiento fugaz se vio opacado por el recuerdo de la sonrisa más linda que había visto y un poco de esperanza se le devolvía.

Solo fue a bañarse y ponerse la ropa lista que su madre había dejado. No podía comer, aunque su estomago rugiera, sentía una pesadez y malestar que le advertía que si comía era seguro que vomitaría. Le era muy conocida esa sensación de niño, ya en Hogwarts lo fue perdiendo. Hubo un momento en el que sentía que esa maldita sensación se iría por completo, cuando sentía su ego y superioridad alzarse. Eso hasta que su pelea y separación con Lily, sumado al hecho de trabajar bajo presión ante Voldemort, solo hizo el ardor y la acidez de su estómago asentarse junto con las nauseas. De adulto en sus momentos de auto desprecio podía pasar días sin comer, lo que provocaba su notoria delgadez.

No hizo ruido alguno y se asomó por la puerta del cuarto de sus padres, ignoró la escena de la cama y se enfocó su objetivo. Tomó la billetera y saco todo el dinero que esta contenía. No iba a cometer los mismos errores, pasar penas por falta de dinero. Era 1 de septiembre, el alcohol de buena calidad delataba al hombre recién cobrado. No era mucho pero al menos le iba a servir hasta que se le ocurriera algo. Su madre iba a estar bien, siempre tenia una provisión escondida en la casa para cuando el hombre ya no tenia dinero.

Y así, un niño de 11 años arrastraba una gran maleta por las calles de Londres. Muchos curiosos lo miraban con pena y otros murmuraban cosas, pero no le importaba. Se supone que ese día debió haber sostenido la mano de su madre mientras caminaba hacia su destino, recuerda como ese niño estaba agradecido de que su madre tomara su mano en un momento tan importante, aunque no lo viera, aunque sus pequeñas piernas se trabaran por seguir su paso a tropezones por los grandes zapatos viejos, aunque luciera apurada y con miedo.

Pensaba en como en su infancia era mirar al suelo, con la cabeza gacha y con la espalda encorvada. De adulto, su pose era firme, la cabeza arriba. Altiva y arrogante. No iba a volver a rebajarse así.

Era consciente que llamaba la atención, pero lo ignoró. Si bien su niño anterior estaría avergonzado de tantas miradas, su mente ya estaba acostumbrada a llamar la atención con su larga túnica y su semblante hosco.

Espero un poco a que la gente ignorase su presencia en la estación. No podía arriesgarse a usar la varita de su madre fuera, además de que aún no sabia como reaccionaria su magia a esta. De hecho, la primera vez, no pudo comprarse su propia varita hasta que cumplió 16 y Lucius Malfoy se la ofreció de regalo, esta vez iba a ser diferente necesitaba su propia varita. Recordaba teoría, pociones y hasta esas pequeñas sensaciones que dejaba cuando realizaba un hechizo, pero desconocía si podría hacer hechizos potentes con la magia tan descontrolada de un niño.

Entro a la plataforma 9 ¾, con el único objetivo de encontrar a Lily, parado en medio de tanta gente con una gran maleta que le llevaba a la altura del pecho, viendo como familias enteras que de despedían entre lagrimas como si los mandasen a la guerra. Miente, ver a los familiares de aquellos niños que sabían las tensiones de una posible guerra fue mucho peor, su año como director, en general, fue una desgracia. 

Entonces lo vio, a lo lejos, un niño con el cabello oscuro y con un ondulado suelto. Un poco más alto que él, con pantalones de mezclilla acampanados y un abrigo negro con cuello de tortuga ceñido al cuerpo resaltando su blanca piel, pero no como la de un británico de clase alta. Se lo veía más asoleado, un brutal contraste con las personas que los acompañaban, todo vestido pulcramente con trajes formales y caras de repugnancia, excepto por el menor. Esa cara con facciones suaves por la edad, pero definidas. Llevaba una sonrisa coqueta y maliciosa, como si disfrutará de lo que sea que estuviese haciendo. Y esos ojos, los mismos con los durante tanto tiempo los atormentaba en sus pesadillas, esos ojos de un gris con tinte azulados, pero un gris más oscuro que los del niño a su lado que estaba tratando de llamar su atención.

Esos ojos (Snirius)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora