𝖝𝖎. ❝ᴼᶜᵘˡᵗᵃʳ❞

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𝕰l dolor en los pies no se había disminuido, al contrario, se intensificaban con cada pisada y, a este punto, una ampolla ardiente salía en la parte trasera de su tobillo izquierdo, ante la fricción de sus tacones oscuros

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𝕰l dolor en los pies no se había disminuido, al contrario, se intensificaban con cada pisada y, a este punto, una ampolla ardiente salía en la parte trasera de su tobillo izquierdo, ante la fricción de sus tacones oscuros.

Parecía justo el día de hoy que quería descansar un poco de la semana agobiante, el mundo se ponía de acuerdo para que diera la poca energía reservada que le quedaba. Primero en Ecomoda se les dio por avanzar el trabajo que se suponía debía realizarse a final de mes, así que como Gutiérrez se aprovechaba de utilizarla de secretaria personal, daba vueltas por toda la empresa, más en producción, por lo que justo ese día tuvo que ocupar las escaleras, porque todo mundo iba y venía en elevador, en especial el Presidente y Hugo Lombardi, que parecían estar de una histeria ante la preparación de la colección, optaba por bajar los tres pisos, al igual que la hora de la comida, aprovecho a visitar a Sam al hospital, finalizando con el día en ir parada por casi una hora en aquel camión en plena hora Pico.

Aunque el pesar de las bolsas de plástico, le sacaron una rápida sonrisa, al recordar a quien vería esa noche, olvidándose del mal día y el ardor de las ampollas, emprendiendo las tres cuadras que restaban. Al llegar al edificio de ladrillos rojos y deteriorados por el sol, subió los cinco pisos, con una mano libre, toco la puerta de madera oscura y espero en el pasillo, con el aire fresco que brindaba la noche, extrañamente, el clima era un poco más ligero que los días anteriores y lo agradeció.

—¡Lu! —no le dio el tiempo de ver a Carla, cuando sintió su cuerpo sosteniéndola en un fuerte y cálido abrazo. Con la mano desocupada, trato de devolverle el gesto, aunque rápido su compañera se desapego de ella—. Oh, déjame ayudarte con esas bolsas— siguió mientras le quitaba unas de la mano y la dejaba pasar, para escuchar la puerta de la casa cerrándose detrás de ella.

—¿D-Dónde las pongo?

—Acá en la cocina —explico su amiga mientras la dirigía al espacio reducido, dejando las bolsas de plástico en la mesa—. ¿En qué llegaste? Me preocupé por ti, me quise comunicar contigo, pero como te niegas a tener un teléfono personal, estuve a expensas y pedí la comida, ordené Bulgogis y fideos, ¿Te parece bien?

—Oh, si es e-excelente, estoy aburrida de las pizzas —dijo mientras se quitaba los tacones y respiraba de alivio al sentir los dedos libres—. ¡Por fin! E-Estos zapatos me traen muerta, p-perdón por la tardanza, tomé el bus y el tráfico se puso horrible a esta hora, a parte me fui todo el trayecto de la empresa hasta la parada de acá. M-Mira, hasta ampollas se me hicieron en los tobillos— enseño las marcas a Carla rápidamente.

Una mueca de dolor, fue una clara respuesta.

—Au-unque fue porque estuve dando vueltas por toda la empresa hoy, pero dejemos el trabajo a un lado y sigamos por lo importante ¿D-Dónde puedo dejar los zapatos? —cuestiono Lucía buscando un espacio por toda la estancia.

—En el pasillo de la entrada, ahí está la zapatera. Ay cariño, ya te dije que te compres unos nuevos zapatos, más lindos y sofisticados, llevas con esos desde primero de la carrera.

𝕽𝖊𝖉𝖊𝖓𝖈𝖎ó𝖓 ┃𝒟.𝒱.Where stories live. Discover now