PRÓLOGO

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Toda mi vida sentí que no pertenecía a este lugar

No me malinterpreten, tengo una familia y los quiero profundamente. Pero esa sensación de desasosiego me persigue, como una sombra que nunca se aleja.

Vivo en Sevilla, Andalucía en España. En una casa, donde habitábamos 4 personas - sin contar a las personas que se encargan de los quehaceres - y una perrita, "Princesa", que con su dulzura, parece la 3era hija de esta familia.

Mis papás son, ante los ojos del mundo, el epítome de la pareja perfecta. Mi papá dirige MTBcorp, una empresa reconocida mundialmente por sus impresionantes construcciones y diseños de carreteras que enlazan ciudades. Por su parte, mi mamá lidera el principal hospital de Sevilla, especializado en trasplantes de órganos, con una red que abarca todo el continente. Ambos han logrado construir un imperio, uniendo sus trayectorias en una danza que muchos envidiarían.

Su éxito no ha sido casual. Mi madre, que creció en la adversidad tras ser abandonada por su padre, encontró en su familia el apoyo necesario para convertirse en la profesional que es hoy. En contraste, mi tío, el hermano mayor de mi papá, sacrificó sus sueños para ayudar a mis abuelos a criar a sus hermanos, logrando que cada uno de ellos se convirtiera en un profesional destacado. Mi padre, el mayor de esos hijos, ahora dirige la empresa familiar, que se ha vuelto el orgullo de todos.

Y así, con estos antecedentes, no es sorprendente que la gente nos vea como el modelo de la familia perfecta. Sin embargo, dentro de esa perfección, hay matices que pocos conocen.

Mi hermano menor, Sebastián, tiene 14 años y, como cualquier adolescente, es un torbellino de energía e irritabilidad. Sin embargo, algo en nuestra relación está cambiando; tal vez esté madurando, o quizás yo.

Luego está Logan, mi hermano mayor, de 24 años. A pesar de que vive con su madre y nuestras reuniones son esporádicas debido a su trabajo, siempre que estamos juntos, la conexión es instantánea y profunda.

Pasé toda mi infancia en un colegio de prestigio, pero al llegar a casa, siempre me esperaban más lecciones. Era como si un deber inquebrantable me empujara a ser la mejor, como si la aprobación de mis padres fuera el único camino hacia la felicidad. Primeros lugares en la escuela, pocos amigos, y una constante búsqueda de la excelencia en áreas que parecían dictar mi futuro.

Nada fuera de lo normal. Pero, ¿qué es lo normal? ¿Es conformarse a lo que otros esperan, o es, tal vez, un acto de valentía ser uno mismo?

Más allá del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora