Capítulo 8: Ni tan soltera, ni tan despedida

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Presente: Enero, 2022

No me gusta beber alcohol, hay gente que se pone agresiva, otros comienzan a hacerse los graciosos, incluso hay unos que abrazan demasiado. Cuando era más joven era una especie de golpe de energía, hacía cosas raras, pero ahora... bueno, tengo veinticinco años, me da sueño tomar una sola copita de lo que sea.

—Vamos, Deme, es tu fiesta —me alienta Roxana, es una profesora de matemáticas que trabaja conmigo en el colegio, tiene dos hijos, los dejó con su madre y está realmente feliz.

—Me va a dar sueño —le aseguro y sacudo la cabeza, me niego a beber, no hoy.

He accedido a todo lo que han organizado, le di una mordida al pastel con forma de pene, abrí los regalos (en su mayoría era lancería), jugué las decenas de juegos que Penny y Stella prepararon, incluso canté en el karaoke.

Son las dos de la mañana y en serio, en serio me muero de cansancio.

—Es increíble que Demetria se vaya a casar —dice Stellita, ha bebido un poquito de tequila, se pone roja y muy pegajosa, abraza a todo el mundo—. Aún recuerdo cuando me casé con Izan, faltaban unas semanas y no podía dormir de la emoción.

La miro atentamente, la época en que Stella e Izan se casaron fue interesante, después de todo, ocurrieron demasiadas cosas en esos meses.

—Ayyy, amo las historias de bodas —se emociona Julieta, la novia de Penny.

—Izan es un hombre a la antigua, me visitaba y se marchaba, no pasó la noche conmigo durante un mes entero —nos dice Stella, miro mi mano, el anillo de compromiso que eligió Kevin es muy bonito, pero... no lo sé, siento que podría ser un poco menos extravagante—. El día de la boda sentía que iba a morirme, estaba tan feliz, imaginaba nuestra vida juntos, a nuestros hijos... sabía que Izan era el indicado.

Todas las chicas están sonriendo, las doce invitadas parecen estar creyendo en el amor, yo en cambio no puedo evitar hundirme en mi asiento.

Saco el celular se mi bolsillo y miro la pantalla, Kevin no me ha llamado, dijo que su hermano le iba a preparar una fiesta en ese pueblo donde vive. Mi pulgar navega por la pantalla hasta detenerme en el contacto de Isaac. Estuvo en línea hace dos horas. Me pregunto si ya engatusó a su cita y se la llevó al hotel donde se está quedando estos días.

—Ay, disculpen, es la niñera —se ríe Stellita y atiende su celular. Bastan unas pocas palabras para que se ponga de pie y recoja sus cosas—. Dean tiene fiebre, tendré que marcharme —se lamenta.

—¿Viniste en auto? Te puedo llevar —le ofrece Moira, una profesora de inglés que ronda los cuarenta años.

—Te lo agradecería un montón —le asegura mi hermana. Me mira con tristeza—. Lo siento mucho, quería quedarme hasta el final.

—No te preocupes, Stellita, de todas formas voy a marcharme, me duele mucho la cabeza y estoy agotada —le explico. Hace una mueca y me abraza contra ella, sus abrazos siempre son bien recibidos.

Después de un rato Julieta se ofrece a llevarme a mi departamento, y sé que debería estar triste por dejar mi fiesta, debería estar llorando porque Kevin no está aquí, pero al entrar en casa el silencio se siente demasiado bien.

No hay alguien sentado en el sofá esperando por mí, no debo dar explicaciones, no hay malas caras o energías pesadas.

Me deshago de los zapatos y el abrigo para ir hacia el baño, no puedo evitar pensar en el día de la boda, ¿estoy emocionada? Ni siquiera me gusta mi vestido. Sacudo la cabeza. Faltan tres días, no voy a poner marcha atrás.

Querido orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora