Capítulo 2: La maestra de ciencias

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Actualidad: Enero, 2022

Cuando era una niña solía decir que sería doctora, supongo que mis padres tuvieron mucha influencia en eso, pero llegado el momento de elegir, decidí que la medicina me quedaba grande, pero la ciencia no, así que opté por la pedagogía.

¿Me arrepiento? Sí.

Por las mañanas al levantarme tan temprano, durante las clases en las que mis estudiantes deciden volverse locos, cuando llego a casa y debo revisar exámenes... Es decir, cada bendito día.

El más travieso de la clase se llama Jonathan, todos mis colegas lo detestan, a veces imagino que un día llego al salón, paso la lista y cuando me detengo en número veintidós su nombre está tachado porque: ¡Sorpresa! Sus padres han decidido enviarlo a un internado para niños rebeldes.

Para ser profesora de primaria se debe tener agallas, no cualquiera puede mantener a más de treinta niños ajenos sentados en sus respectivos lugares durante noventa minutos seguidos.

―¡Señorita, mi mamá dice que los gusanos son asquerosos! ―reniega Jonathan desde su lugar, los músculos de sus mejillas rellenitas y rosadas se contraen cuando arruga la nariz.

―Tiene un punto, es cierto ―le doy la razón, me detengo en otro lugar para enseñarle a los niños mi fuente de abono―, pero son seres que nos ayudan mucho, y son buena comida para las... ―dejo la frase incompleta esperando que alguien responda.

―¡Las ratas! ―se ríe Emilia, los demás la secundan.

―¡Las cucarachas! ―dice Pedro en el último asiento del fondo.

―¡Las mulas! ―Más risas, me movilizo para que alguien más pueda ver los gusanos abasteciéndose de los residuos de frutas y verduras.

―Las aves ―los corrijo y un coro de "Oooh" se escucha en el salón.

La clase continúa luego de enseñarles a todos mi caja con gusanos que producen abono, estamos pasando la unidad de plantas, comenzamos por la tierra, ahora vamos por la semilla así que escribo en el pizarrón una lista de materiales para la próxima clase, y cuando el timbre suena solo se levantan aquellos que ya lo anotaron todo en sus cuadernos, me encargo de eso poniendo una firma de "revisado" al final de la hoja de cada uno.

Me fijo en el celular cuando me encuentro sola, tengo una llamada perdida de Stella. Sé muy bien lo que ocurre, y no estoy de humor para esas cosas, pero le devuelvo la llamada mientras recojo mis pertenencias y salgo del salón en dirección a la sala de profesores.

―Lamento haber llamado, olvidé que ya no estabas con la licencia ―dice antes de permitirme hablar.

―No pasa nada ―le resto importancia―. Supongo que llamas para recordarme sobre la cena ―, cruzo el enorme patio con niños jugando, todos llevan sus lindos uniformes, utilizan chaquetas y gorritos para protegerse del frío, pero seguro los que están corriendo no van a sentir la baja temperatura de la mañana.

―De hecho, sería bueno que trajeras a Kevin ―menciona a mi novio―, sé que están pasando por un bache, tal vez una cena en familia nos venga bien a todos antes de la boda, recuerda que sólo quedan dos semanas.

―Le diré que vaya, pero no te aseguro nada, está muy distraído con todo esto de la fecha de la boda ―suspiro y mantengo el celular entre mi oreja y hombro para abrir la puerta de la sala de profesores. Dentro está muy temperado, no hace nada de frío y mis colegas ya están preparándose el desayuno mientras charlan.

―¿Van a cambiarla? ―pregunta con tensión en su tono. Si la cambiamos será porque su madre le metió cosa en la cabeza.

―No lo sé ―admito―, llevamos tres años juntos, Stella, y justo cuando decidimos ser padres... ―, corto la frase para no deprimirme más. Me acerco a mi casillero para acomodarme y dejar dentro los libros que ya utilicé para la clase, tomo mi taza y cuchara, lista para ir por café.

Querido orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora