Pasado (prologo)

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Stan observaba al Omega pelirrojo sentado en las gradas, el nerviosismo apoderándose de él mientras apretaba su vaso de plástico entre las manos. Su mirada se desvió hacia la elegante figura de Wendy, quien lucía un vestido morado que realzaba su belleza. Con un tono de disculpa en su voz, Stan le dijo:

—Lo siento, Wendy. Tengo que hacer algo.

Se alejó de la joven beta, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Wendy asintió con comprensión, sus ojos siguieron la dirección en la que se marchaba el alfa, y en su rostro se dibujó una pequeña sonrisa de aliento.

—Pensé que eras un cobarde, Stan— bromeó con complicidad, justo antes de unirse a su amiga rubia, quien hablaba animadamente con Nicole.

—Hola, Kyle...— saludó Stan con un murmuro que apenas logró cruzar la distancia entre ellos. Al alzar la mirada, Kyle reveló un rostro surcado de lágrimas. El maquillaje, que antes había adornado sus rasgos, ahora se había convertido en un trazo desdibujado, emitiendo un aire de desolación que atravesó el corazón de Stan como una flecha.

—¿Qué quieres, Stan...?— contestó Kyle, la represión flotando en su voz mientras se limpiaba las lágrimas de forma casi mecánica, evitando con cuidado el contacto visual con el alfa. Stan sintió cómo un nudo en su garganta crecía, pesado e implacable.

Se rascó la nuca, una costumbre nerviosa que lo acompañaba en momentos de incertidumbre, y finalmente, tras un suspiro profundo, balbuceó—: Kyle... yo... yo quiero disculparme—.

Esa simple frase, suspendida en el aire, logró captar la atención del pelirrojo, quien, aunque dudas y recelos emanaban de su ser, giró ligeramente la cabeza en un intento por enfrentar la intensidad de la mirada de Stan. En ese momento, el espacio entre ellos se cargó de un silencio, un instante en el que las emociones latentes parecían gritar con fuerza, esperando ser escuchadas.

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Mientras tanto, en otro rincón del local, un joven de complexión robusta observaba la escena con una mezcla de tristeza y desasosiego. Sus ojos se posaron en el pelinegro de porte elegante que, sin saberlo, alimentaba sus propios anhelos no correspondidos. Con un gesto despreocupado, el alfa extendió su mano hacia el omega pelirrojo, quien, con una sonrisa radiante, no dudó en aceptar la invitación a bailar.

El castaño sintió un nudo en la garganta al contemplar cómo el chico al que había amado desde la infancia se movía con gracia en la pista, disfrutando cada instante en compañía de otro alfa. Cada risa, cada giro y cada complicidad entre ellos intensificaban su propia angustia, recordándole que, a pesar de los sueños compartidos, el amor no siempre se correspondía. En un momento, sintió que las paredes del salón se cerraban sobre él, atrapado entre sus propios sentimientos y el deseo ajeno de felicidad ajena.

Observo a la castaña regresar con los dos vasos de plastico en la mano, Cartman no pudo evitar notar lo hermoso de su vestido verde lima adornado con un cituron morado que resaltaba su cintura y que le llegaba hasta debajo de las rodillas. Sin embargo, su gesto de bufido revelaba su actitud indiferente, incapaz de apreciar la belleza de la chica. Ante la reacción de Cartman, la joven le preguntó con dulzura en su voz, emitiendo un tono empalagoso que no lograba penetrar su armadura emocional.

—Eric, ¿estás bien?— inquirió la joven, preocupada por su reacción. Cartman, sin siquiera mirarla, respondió con frialdad —Sí, no es nada— Su tono indiferente contrastaba con la amabilidad de la castaña, creando una atmósfera de tensión palpable en ese momento. Mientras la joven buscaba comprender la actitud de Cartman, él se perdía en sus pensamientos, sin percatarse de la oportunidad de conexión que tenía delante.

Mientras tanto, en la pista de baile, el pelinegro tomó suavemente la cintura del omega, invitándolo a moverse al ritmo de la música que inundaba la sala. Con una sonrisa nerviosa pero radiante, el omega aceptó el gesto con entusiasmo, dejándose llevar por la melodía y la alegría del momento. El castaño, desde la distancia, observaba la escena con una mezcla de hira y resignación, sintiendo un nudo en la garganta al ver al chico que había amado en secreto desde la infancia disfrutando de la compañía del pelinegro en la pista de baile.

A medida que la música envolvía el ambiente y las parejas bailaban con pasión y alegría, el castaño se sumergió entre la tristeza de lo que pudo haber sido.

Otra vida(style Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora