cap 6

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Ana caminaba lentamente por el pequeño y desvencijado cuarto del viejo motel Alfa, esquivando la basura esparcida por el suelo. Miró de reojo a María, quien la seguía con una expresión nerviosa.

—¿Y qué clase de información tienes sobre mi hermano? —preguntó Ana, apretando los puños, conteniendo la ansiedad que empezaba a enredarse en su pecho.

María se movió incómodamente, bajando la mirada.

—Solo lo vi una vez —respondió, con la voz entrecortada—. Estaba buscando más drogas.

Ana la miró con desdén, su paciencia empezaba a agotarse.

—¿Para qué me trajiste aquí, entonces? —inquirió, el tono de su voz elevado por la frustración.

María soltó una risa nerviosa, una chispa de malicia iluminando sus ojos.

—Te puedo llevar hasta donde lo vi... pero necesito algo a cambio —dijo, dejando caer la oferta como una bomba en el aire tenso que las rodeaba.

Ana cruzó los brazos, miró a María con desconfianza y le preguntó qué quería. La morena, con una expresión que oscilaba entre la preocupación y la urgencia, explicó que necesitaba entregar un paquete a un hombre con el que no se llevaba bien. La situación era complicada y, de alguna manera, Ana se había convertido en la mensajera involuntaria de esta misión arriesgada.

Ana abrió los ojos con incredulidad y se negó rotundamente. Un instante después, giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta, lista para marcharse. Sin embargo, la voz de María la detuvo.

—Está bien si te vas —dijo la latina, sin perder la calma—, pero piénsalo: ¿realmente vas a dejar a tu hermano con un traficante?

Estas palabras quedaron suspendidas en el aire, haciendo eco de una verdad que Ana no podía ignorar. Se paró en seco, su mirada se encontró con la de María, que sonreía con esa mezcla de confianza y desafío que la morena sabía que tenía. En ese momento, Ana comprendió que había caído en la trampa de la Omega, atrapada por el dilema moral que enfrentaba.

La mente de Ana se debatía entre la razón y la desesperación. Su hermano había desaparecido en un mundo del que ella no tenía ningún control, y cada segundo que pasaba, el miedo se apoderaba más de su corazón.

—¿Qué tipo de paquete? —preguntó, sintiendo que su voz temblaba.

María hizo un gesto vago con la mano, como si el contenido no importara.

—Algo peligroso, solo eso. No te puedo decir más —respondió, sus ojos oscuros fijos en Ana, intentando leer su reacción.

Ana suspiró, luchando para mantener la calma. El silencio del cuarto, interrumpido únicamente por el roce del viento en la ventana rota, se hizo aún más palpable.

—No puedo simplemente... —comenzó a decir, pero se interrumpió al pensar en su hermano. —Sí, dejarlo en manos de un traficante.

—Exacto —María brincó, acercándose un paso, como si su acercamiento pudiese hacer que Ana cayera en sus redes—. Solo es un envío, una entrega. Si todo va bien, te llevo a donde está tu hermano.

Ana se sintió atrapada entre dos abismos: uno la conducía a la inevitable posibilidad de perder a su hermano para siempre y el otro era un camino lleno de riesgos, pero con una pequeña luz de esperanza.

—¿Y si algo sale mal? —preguntó finalmente.

—Nada saldrá mal si seguimos el plan —respondió María, segura de sí misma, como si tuviera un mapa dibujado en la mente.

Ana se mordió el labio, sopesando la situación. La imagen del rostro de su hermano la perseguía, el brillo de sus ojos, su risa contagiosa. El recuerdo de cómo solían jugar juntos de niños la impulsaba a actuar, a no permitir que la oscuridad lo consumiera.

—Está bien —dijo de repente, más convencida de lo que se sentía—. Te ayudaré con tu entrega. Pero después, me llevarás a donde está mi hermano. Y si no lo haces, me aseguraré de que te arrepientas de haberme mentido.

María sonrió, satisfecha, y asintió lentamente.

—Perfecto. Solo ten cuidado. Esto no es un juego... —su voz se tornó seria—. Y puede que haya más en juego de lo que imaginas.

Ana frunció el ceño, sintiendo que se acercaba una tormenta. Con un último vistazo alrededor del cuarto oscuro y desgastado, tomó aire.

—¿Dónde empieza este juego? —preguntó, cada palabra impregnada de la determinación que la había caracterizado desde siempre.

María dejó escapar una risita, casi inaudible, antes de dar un paso hacia la puerta.

—Vamos. Ya es hora de recibir al mensajero.

Mientras salían del cuarto y el aire fresco de la noche las envolvía, Ana sintió que, a pesar del caos que la rodeaba, había tomado la decisión correcta. La búsqueda de su hermano había comenzado y no se detendría hasta encontrarlo.

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