Capítulo 16. El octavo mandamiento

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Las Vegas, Nevada. Julio de 2022

La cafetería de siempre, su cafetería, había amanecido tranquila. Un calmado ambiente de clientes sin prisa inundaba el local en sus mesas y sillas mientras que algunos esperaban en la barra para ser atendidos. Desde una de las mesas al lado de la ventana y sentada sobre el mullido banco, Kingsley se calentó las manos poniéndolas alrededor de la taza de café. Olisqueó el aroma amargo que este desprendía cuando se lo llevó a los labios y lo saboreó tras dar un sorbo. Por primera vez, Kingsley parecía existir con los cinco sentidos. Ya no sentía el perfume de la sangre y la putrefacción pegado a su nariz, era como si se hubiera disipado en el aire para no volver. Se sentía despierta, como después de pasar por un resfriado y haber eliminado los rastros del virus en su cuerpo.

Cuando Williams entró en su cafetería de siempre, donde solían desayunar juntos, a Kingsley ni siquiera se le revolvió el estómago. No puso mueca alguna, no le llamó. Él mismo buscaba su presencia entre los clientes y, al encontrarla, caminó hacia ella con una sonrisa altanera. Tomó asiento en el banco de enfrente para poder mirarla a los ojos cuando esta se hundiera ante él. Tras recibir la llamada, Williams estaba esperanzado de ver el desconsuelo en sus ojos, ese que había advertido en su rendido tono de voz cuando le decía que iba a apartarse del caso.

—¿Y bien? ¿Ya has pensado que le vas a decir a Anderson? Es mejor que busques una excusa creíble, una que no necesite de una visita a tu hermana, por si decides cometer la locura de tirar de la manta.

Kingsley frunció los labios, ojeando por la ventana la nieve que helaba la acera ya a las nueve de la mañana. Los temporales no habían amainado, de hecho, parecían ir a peor. En parte le preocupaba que esos... seres no se estuvieran encargando. Ella podía trabajar en su terreno, el Plano Terrenal, como lo había llamado Lucifer, pero no estaba segura de si podría hacerse cargo de fenómenos sobrenaturales. Volvió la vista a Williams y chasqueó la lengua.

—¿Sabes qué? No merece la pena.

Este asintió satisfecho.

—Esa es exactamente la actitud que...

—No merece la pena que te haga creer que te has salido con la tuya ahora que han detenido a Abraham Miller.

Usher Williams levantó la mirada. Una sonrisa escéptica curvó sus comisuras mientras negaba con la cabeza. Miró hacia un lado y empezó a reír, creyendo que le estaba tomando el pelo.

—Ash, Ash... No cuela. Créeme, soy de los primeros que tendría esa información.

Kingsley arqueó una ceja, en un gesto dubitativo.

—No si John Brown te dice lo que queremos que te diga.

La mujer conocía a ese hombre desde que entró al cuerpo del FBI hacía ya entonces dos años. Conocía sus gestos, sus muecas, sus manías... pero hasta ese instante, nunca le había visto palidecer tanto.

—Brown no está metido en esto.

—Está metido hasta el cuello, de hecho. Cantó hace ya tiempo, como un ruiseñor al amanecer.

Williams se carcajeó de nuevo, pero la gota de sudor que cayó por su sien, a la vez que se aflojaba la corbata, no tenía una pizca de humor.

—No te creo, Kingsley. Estás desesperada, me sé todos los trucos que existen en un interrogatorio para debilitar al detenido y sé lo que pretendes. Así que no me voy a creer nada de lo que me digas.

Kingsley sacó su móvil.

—Pues entonces créete a ti mismo.

Y lo puso sobre la mesa.

Hasta que el Infierno se congeleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora