III

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—¿Qué importancia tiene lo que escriba un tipo en la puerta de un baño?

—No entiendes nada —murmuró, desbordando de indignación. La conversación había empezado desde hacía un rato y ninguno de los que se hacían llamar sus amigos entendía la importancia de ganar aquella discusión—. No puedo creer que no vayan a ayudarme.

Taiga se puso de pie dispuesto a irse, mostrando una expresión de molestia antes de voltearse y comenzar, a paso lento, a dirigirse hacia la salida. Sus amigos, sentados aún en el suelo y comiendo tranquilamente su almuerzo, sólo lo miraban sin intenciones de detenerlo. Ambos sabían que Taiga esperaba que lo hicieran, que le dieran una mano, pero no lo harían; tal vez porque la discusión era en sí misma estúpida, o tal vez por el placer de verlo enfadarse por esas razones estúpidas. De una u otra forma, ninguno de los dos dijo nada, y Taiga terminó yéndose, totalmente decepcionado por la clase de amigos que tenía.

Ocupó el último cubículo del baño como se le había hecho costumbre. Se sentó en la tapa del retrete y sacó su bolígrafo. No escribió nada, aún estaba pensando si sería lo suficientemente valiente como para desafiar a aquel idiota con el que se mensajeaba a verse y arreglar sus asuntos cara a cara; o “lo suficientemente inmaduro”, como había dicho Midorima, uno de sus amigos traidores que no quisieron ayudarlo. Ya se encargaría de eso después.
Tomó el bolígrafo, ya decidido a demostrar lo valiente que podía ser. Por un momento, el pensamiento de que probablemente fuera a enfrentarse a uno de esos grandullones del colegio se le pasó por la mente. Taiga era alto y corpulento, pero habían tipos mucho más grandes que él a los que nadie querría hacer frente. Pero no era su caso. Él lo haría. Igualmente, mientras escribía, pedía al cielo que fuese alguien más pequeño que él. No era cobarde, sólo prefería asegurar una victoria.

«pelea conmigo si eres tan valiente. te espero a la salida de clases, en la cancha de basket de al lado»

×

—Voy a ir.

—¡Pero Aominecchi!

—En cuanto le dé una paliza, se acabará todo este problema.

—Ni siquiera es un problema realmente.

Lo que le siguió a las súplicas de su amigo para que se lo pensara mejor no llegó a oídos de Daiki. Su decisión estaba tomada, por lo tanto nada ni nadie lo haría cambiar de opinión. De hecho, él mismo pensaba desafiar a una pelea a aquel tipo en algún momento, pues toda la discusión escrita le comenzaba a resultar inútil y aburrida. Ansiaba poder demostrarle de la mejor forma que se había metido con la persona equivocada.

—Aominecchi, ¿me estás escuchando? —preguntó su amigo, con claro signo de fastidio en su voz. Daiki había permanecido en silencio todo ese tiempo, sonriendo y, probablemente, ya imaginándose victorioso en la futura pelea—. No sabes quién es, podría pelear mucho mejor que tú.

—¿Qué? —cuestionó al instante. No había alcanzado a oír toda la frase en medio de su desvarío, pero con tan sólo leer de sus labios “mejor que tú” fue suficiente para encender sus alarmas—. No digas tonterías. Voy a ganar.

—Ese no es el punto. Además —continuó al recordar lo que Satsuki, amiga en común de ambos, les había dicho el día anterior—, Momoicchi dijo que no podemos faltar al entrenamiento después de clases.

Daiki cerró los ojos en señal de profundo fastidio, seguido de un largo y pesado suspiro lleno de resignación. Es cierto que le había prometido no faltar esa vez, y si rompía su promesa «sería duramente castigado», en palabras de su entrenador. Maldijo la hora en la que decidió prometer algo que tanto él como ella sabían que no cumpliría de todas formas, pero ahora se encontraba atado de manos. Sabía lo pesados que eran los castigos y no estaba de humor para enfrentarse a ellos.

—Tal vez pueda irme antes —balbuceó al final, conservando un poco de esperanza en su interior. Miró al rubio a los ojos, quien se veía satisfecho ante la idea de que probablemente no podría asistir a dicha pelea, y pensó—. Kise, ayúdame a convencerlos para salir antes.

—No.

—¡¿Qué?! ¡Oh, vamos!

La discusión de ambos duró los cinco minutos que restaban del receso. Al momento de volver a clases, Daiki entró al aula con una sonrisa victoriosa de oreja a oreja tras haber logrado su cometido, mientras que, detrás de él, entraba el rubio aún preocupado y regañándose por ceder tan fácilmente a su petición.

through the wall; aokagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora