A la mañana siguiente, Taiga llegó a su clase gritando el nombre de su amigo y lanzando su mochila hacia algún sitio. Los otros alumnos no llegaban al aula todavía, así que tenía total libertad de gritar todo lo que quisiera.
Midorima, quien ya estaba instalado en su pupitre, y Kuroko, el nombrado por Taiga, lo miraron al entrar ya sabiendo lo que se vendría. Bueno, el pequeño de cabello celeste lo sabía, el otro veía expectante la situación.—Buenos días, Kagami-kun —saludó el más bajo, sin una pizca de inmutabilidad en su rostro.
—¡Nada de buenos días!
—No es necesario explicar nada de lo que pasó ayer, no te preocupes —se adelantó a decir, sin dejarlo continuar—. Guardaré tu secreto.
Kuroko le sonrió con aires de complicidad, haciendo que la rabia y un tenue rubor subieran por el rostro del pelirrojo. Midorima, en completo silencio, tenía puesta la vista en un libro y parecía absorto en él.
—¿Cuál secreto? —exclamó, intentando ocultar el rubor en sus mejillas—. Tú fuiste quien escribió eso en el baño, ¿cierto?
—¿Cuánto tardaste en darte cuenta? —agregó Midorima, aún hojeando las páginas del libro superficialmente.
—Ese no es el punto... ¿Por qué lo hiciste?
—Creí que necesitarías ayuda —explicó Kuroko—. Además, ya no estarás al borde del colapso mientras lees la pared del baño. Te dije que podrían ser muy buenos amigos.
—¿Amigos? Ahora cree que yo planeé todo sólo para tener una cita con él.
—¿Y no es así? —volvió a hablar Midorima, a sabiendas de lo mucho que lo estaba haciendo enfadar; Kuroko rió por lo bajo tras su pregunta.
Taiga no dijo nada más, puesto que pronto soltaría alguna grosería si continuaba la conversación. Se limitó a mostrar todo su enojo con el ceño fruncido y se sentó en su pupitre, a la espera del inicio de clases. En el fondo de su ser sabía que, de alguna manera, se merecía aquellas burlas por darle demasiada importancia al asunto; un asunto que habría quedado fácilmente en la nada si lo hubiera ignorado. Ellos se lo advirtieron y ahora sacaban provecho de su humillación. Estaba bien, no les guardaba rencor por ello... Ya tomaría su venganza en algún momento.
×
Hora del receso. El rubio alzaba los brazos sobre su cabeza, estirándose y bostezando. De repente, como si algo se saliera de su rutina de todos los días, notó que su amigo tomaba un rumbo distinto al salir del aula. Con sus manos dentro de los bolsillos y una actitud relajada, se dirigía lenta y perezosamente hacia el patio trasero del establecimiento.
—Aominecchi —lo llamó antes de que cruzara el umbral; recibió una reacción al instante—, ¿no irás al baño hoy?
—No.
—Oh, espera. —El pánico se adueñó del rostro de Kise al segundo de oírlo. Corrió hacia su amigo y paseó los ojos con frenesí a lo largo y ancho de su cuerpo, buscando algún indicio de lucha previa. Nada parecía haber a simple vista—. ¿Qué le hiciste a ese chico? ¿Lo viste? ¿Te hizo algo?
La catarata de preguntas no cesó hasta que Daiki, aturdido y con inmensas ganas de irse a dormir a la azotea, puso una mano sobre la boca ajena, acallando cualquier sonido.
—No le hice nada —dijo, quitando su mano y liberándolo del agarre—, y él a mí tampoco. Resulta que era alguien a quien ya conocía.
El rubio soltó un gran suspiro de alivio, más por el hecho de que aquello significaba el fin del conflicto, sus escapadas del entrenamiento y los regaños que él recibía en lugar del moreno. De hecho, tal vez su amigo así comenzaría a centrarse en sus responsabilidades con el club y las clases.
—Aominecchi, ¿a dónde vas? —cuestionó al verlo salir, sin decir nada más. Conocía ese recorrido y lo que implicaba.
—A la azotea. No iré a la siguiente clase, te veo en el gimnasio.
Kise volvió a soltar un suspiro, esta vez de resignación.
×
Subió a su lugar favorito con una sonrisa, la que aún más se ensanchó en cuanto divisó una conocida figura en el suelo, recostada y con los ojos cerrados; sin embargo, no dormía. En silencio, cerró la pesada puerta detrás suyo y caminó con sigilo hasta posicionarse a su lado, donde se recostó con los brazos cruzados detrás de su cabeza.
No solía compartir aquel sitio, de hecho, sólo lo hizo en dos ocasiones: la presente, y el día en el que su despertador no sonó (al igual que el de Taiga). La idea de estar acompañado allí, por lo general, le disgustaba. Disfrutaba del silencio y la tranquilidad –más allá del evidente deseo de evadir las clases–, cosa que poca gente podía darle sin rechistar. No obstante, el pelirrojo junto a él parecía contentarse con lo mismo.—¿Y bien? —habló Daiki, sin despegar la vista del cielo. Quería asegurarse de que no estuviera dormido.
—¿Y bien qué? —preguntó de vuelta al cabo de unos segundos, aún con los ojos cerrados. Ni siquiera fue necesario abrirlos para reconocer el tono grave y tosco del moreno al hablar—. ¿Vas a querer la paliza que te debo?
Daiki rió. No estaba dispuesto a admitir que, en caso de una hipotética pelea, Taiga sería de los pocos capaces de hacerle frente gracias al físico tan similar al suyo que tenía.
—Entonces... —continuó, ignorando la sarcástica pregunta del otro—, cuando dijiste que en realidad no querías una cita conmigo, ¿era así?
Taiga le explicó el rol de su amigo en toda aquella absurda y complicada situación, sumado a la serie de malos entendidos que lo habían llevado a un desenlace extraño. Entre tanto, Daiki oía en silencio y sin mirarlo, hasta que, al finalizar su aclaración, Taiga pudo percibir lo que parecía ser desilusión en su voz en cuanto comenzó a hablar:
—Ya veo —dijo, para luego hacer una pausa y recobrar su ánimo anterior—. Igualmente, estaría dispuesto a darte la oportunidad de salir conmigo si me lo pidieras.
Taiga suspiró. No podía creerlo, el ego de ese tipo estaba por las nubes, y aún así le daba gracia oírlo decir esas tonterías.
—¿No habías dicho que no te iban los chicos?
—Bueno... —comenzó, girando la cabeza hacia el otro para analizarlo sin descaro con la mirada—, no estás tan mal.
El pelirrojo se sentó en su sitio de un sólo movimiento, repitiendo «¿Tan mal?» con indignación en su hablar. Era increíble, tenía un don: el don de usar siempre la peor elección de palabras, y ni siquiera parecía darse cuenta de ello. O no le importaba.
—De acuerdo. No estás nada mal, ¿así está bien?
Taiga volvió a recostarse, deseando quitarle aquella sonrisa pícara del rostro.
Pasaron varios minutos en profundo silencio antes de que alguno de los dos volviera a decir algo, minutos en los que pudieron oír el timbre del inicio de clases, siendo seguido por el tumulto de gente y el consecuente mutismo de toda perturbación. Sólo las aves y sus propios alientos en total calma los acompañaban.—Tal vez —murmuró, haciendo que el moreno, quien comenzaba a quedarse dormido, abriera los ojos— podamos ir a jugar basket en la cancha de al lado. Y esta vez sí te estoy citando yo.
Daiki sonrió. De alguna manera, le agradaba la idea de practicar su deporte favorito en otro sitio por fuera del gimnasio, sin exigencias ni presiones propias del entrenamiento. Asimismo, disfrutarlo con alguien más.
—Sabía que querías salir conmigo —habló al cabo de un rato.
—¿Qué diablos dices?
—Sólo estoy bromeando.
×××
gracias por leer ♡
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through the wall; aokaga
Fanfiction(finalizado) advertencia: contenido yaoi (chico × chico) [aomine daiki × kagami taiga] • siete capítulos previstos, cortos. • el anime y los personajes le pertenecen a tadatoshi fujimaki.