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Esa mañana, Daiki corría por el pasillo maldiciendo al despertador por no haber cumplido con su trabajo. Iba tarde a clases, cosa que en el fondo de su ser ni siquiera le importaba, sólo detestaba el tener que gastar energía extra en el trayecto. Chequeó la hora en uno de los relojes de pared del establecimiento, percatándose de que llevaba una hora de retraso; se detuvo en seco y mandó al diablo las clases. Lo regañarían por llegar tan tarde de todas formas.

Para su suerte, la azotea, su lugar favorito para dormir sin ser molestado, estaba libre y con fácil acceso; a veces se tomaban el trabajo de cerrar la puerta con candado. Subió, lanzó su mochila por alguna parte y se recostó al resguardo del sol tenue que apenas se asomaba. Disfrutó del silencio, sabía que, en cuanto sonara el timbre en una hora más, eso se acabaría. O tal vez se acabó demasiado pronto.
Daiki abrió los ojos con molestia en cuanto oyó fuertes pisadas provenientes de las escaleras. Eran como pisotones de rabia. Al instante, la puerta de la azotea se abrió, estruendo que fue seguido de un par de insultos al aire.

—Ah, eres tú —murmuró el peli azul al percatarse de que se trataba de Taiga, para luego volver a su posición inicial de relajo—. Creí que era uno de los directivos.

—La estúpida alarma no sonó. No pienso entrar a clases ahora —dijo, sentándose al sol.

Ambos permanecieron en silencio un rato. Daiki aparentaba haberse quedado dormido, o al menos eso parecía desde la posición de Taiga, quien lo observaba de lejos. El sol comenzaba a hacer estragos en su vista, formando pequeñas manchas en todo en lo que reparaban sus ojos, así que decidió moverse a la sombra, a un lado del moreno.
Ojeó su celular; el timbre sonaría dentro de poco. Pensó en despertarlo, pues si el portero o alguna autoridad los veía bajar de allí, estarían en problemas. Tanteó, entonces, la pierna del otro, sacudiéndola levemente en un intento por despertarlo. No hubo respuesta alguna, así que se acercó hacia él con movimientos lentos, como si, aún cuando su intención era despertarlo, intentara hacer el menor sonido posible. De esta forma, luego de haber logrado tener el rostro de Daiki frente a él, y como una especie de karma por haberse saltado la clase de ese día, el escandaloso timbre retumbó en todo el colegio. No hace falta aclarar que, como consecuencia del ruido, el moreno despertó de su sueño profundo para encontrarse cara a cara con Taiga, quien tenía su rostro extrañamente cerca del suyo, como aquel que intenta despertar al amor de su vida con un tierno beso.

—¿Qué? —alcanzó a cuestionar Daiki, en medio de aquella situación tan rara y dicha posición tan comprometedora.

El pelirrojo lanzó una risa nerviosa al aire, alejándose al fin del otro y gesticulando torpemente con las manos.

—Sólo iba... iba a despertarte. —Se puso de pie tan rápido como le fue posible y tomó su mochila—. ¡No te duermas en un lugar como este! Nos van a regañar si nos ven aquí.

—No me importa —balbuceó, reincorporándose de forma lenta y perezosa.

Luego del momento incómodo, sin decir nada más sobre ello, cada quien se dispuso a irse por su lado, mas parecían tener en mente el mismo recorrido que el otro.

—Deja de seguirme.

—Tú deja de seguirme.

Ambos caminaban a la par, en sentido contrario al resto de los estudiantes, quienes aspiraban a ver la luz del sol después de dos horas encerrados en las aulas.

—Voy al baño.

—Yo también.

Guardaron silencio una vez más. De vez en cuando, durante el breve trayecto, se lanzaban miradas de reojo mutuamente a través de la multitud, como asegurándose de que el otro le siguiera el ritmo. O tal vez deseando que decidiera tomar un camino distinto. En eso, estando ya cerca de su destino, Daiki fantaseaba sobre lo que escribiría esta vez para su destinatario mientras sacaba un bolígrafo rojo del bolsillo y lo ocultaba dentro de su otra mano.
Cruzaron sus miradas, así, en la puerta esperando a que el otro la abriera, chocaron sus manos en un incómodo y gracioso intento por hacerlo, hasta que el moreno tomó la delantera y se adentró primero. Rápidamente, olvidándose ya de todo lo demás y con una sonrisa maliciosa en el rostro, se encaminó hacia el último cubículo bajo la mirada atenta del otro, quien casi pisaba sus talones. No obstante, no llegó a abrir la puerta esta vez, pues Taiga carraspeó la garganta y, poniendo una mano sobre el hombro de Daiki, comenzó:

—Ese es mi cubículo.

—¿Tiene tu nombre? —cuestionó, de forma sarcástica y ahora con una sonrisa de lado.
Taiga, sintiéndose desafiado, sacó el lapicero azul que traía siempre en el bolsillo y pintarrajeó su propio nombre en una de las esquinas superiores de la puerta.

—Sí, lo tiene —dijo, sonriéndole de vuelta y dando por finalizada la discusión.

—¿Por qué traes un bolígrafo en el bolsillo?

—¿Y tú por qué traes uno también? —Señaló el que ahora Daiki ya no ocultaba en su mano izquierda.

—Por la misma razón que tú.

—Lo dudo.

La absurda discusión continuó durante un rato más. Nada considerablemente importante; una vez terminados los berrinches, cada quien tomó su propio camino y ninguno de los dos entró al cubículo ese día. Sin embargo...

«te espero en el patio trasero después de clases, esta vez no faltes»

through the wall; aokagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora