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La desvencijada puerta principal lucía aún mas descuidada que de costumbre. No sabía si los nervios causaban aquella impresión, o si lo que iba a suceder convertía al escenario en algún aún más deplorable, si es que eso era posible. Con la sensación de que algo malo se avecinaba, tomo el pomo y lo giró lentamente, lista para lo peor.

No hace mucho el boletín de notas había llegado. Oh, como la preocupaba eso, solamente eso. Un papelito amarillento, en el que se podían apreciar unas letras del tamaño de una hormiga, cada una como un soldado, en perfecto alineamiento en las casillas. Apenas hubo entrado, se sorprendió al ver que su padre no la estaba esperando. Ninguna luz estaba prendida, toda la estancia estaba bañada por un resplandor pálido, fruto del nublado clima. Todo se sentía apagado, apaciguado, muy tenue, tanto que a Sana esto le causó nervios.  

Escuchó unos pasos a través de la puerta que conducía a la cocina. Suspiró cansada y aterrada, esa clase de cosas le nublaban la mente. 

-Sana, tienes que lavar los platos.

La silueta de su forma se pudo ver claramente. Estaba reclinado contra la entrada, tenía los brazos cruzados. Ya sabía lo que significaba eso, azorada, cruzó con la cabeza baja.

-Dame esos papeles. Les voy a echar un vistazo. Tienes que lavar los platos, no te demores, tenemos que hablar.

Casi que arranchándolos, le quitó las hojas. 


  Minutos después se encontraban en la sala. Cada uno sentado en un sillón, enfrente del otro. Por alguna maldita razón, su padre seguía teniendo esas pequeñas manías, que no hacían nada mas que socavar con la poca resistencia que le quedaba. Se sobaba las manos, se agarraba de los cabellos y lo peor de todo, si es que eso podría ser así, tenia la mala costumbre de hacer rechinar los dientes frenéticamente. Un disgusto total.  

Puso esa expresión maniática de siempre, y devoró con la mirada las fichas. Sana fijó su vista a sus zapatos. Un par de zapatillas negras, de cordones sucios, con una pequeña hebilla de decoración plateada. "Un lindo par de zapatitos sí"- pensó, tratando de alejarse de esa oscura habitación, como si pudiera deslizarse fuera de foco. 

El ambiente era tan tenso, que se podía cortar con un cuchillo por la mitad. Los ojos de su padre se deslizaban de letra en letra, mostrando sus emociones a piel de flor, a través de cada pequeña arruga, cada ceja levantada y cada mirada asesina lanzada, como si se tratase de una saeta de fuego.   

Oh Sana, ¿en que te has metido? 

Ahora te sientes vacía, tratando de sacar el alma de tu cuerpo, para no tener que aguantar  las consecuencias. 

-Sana.

La mencionada levantó la cabeza, muestra de su total y completa atención.

A su padre le gustaba eso, le gustaba mucho verla tan pequeña frente a el. Como una linda muñequita, dispuesta a todo de buena voluntad. Era beneficioso en palabras prácticas. 

De cualquier modo, a él nunca le habían gustado esas mujeres que eran exageradas. Al más mínimo toque, se molestaban. Era imposible vivir así, con unas criaturas tan mezquinas. Sin ir muy lejos se acordaba aún de la muchachita del bar de la semana pasada. Parecía de 15 o 16, pero ya se veía preparada para la vida adulta. Con una maciza capa de pelo castaño hasta las caderas, y una brillante blusa de flores, combinada con una falda que llegaba casi a las rodillas; la combinación perfecta. No parecía muy amargada, y lo mejor de todo, parecía muy joven, de la manera en que le gustaba. 

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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Ojitos Lindos | SaiDaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora