Capitulo 7 Impugnación.

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Meses Después…

Santana

El otoño llegó y se fue, llevándose los cambios de las hojas y el atardecer ámbar con él.

Los nuevos internos llenaron las posiciones de SHL, nuevos casos y clientes abarrotaban las agendas, y mientras el invierno envolvía la cuidad, una cosa quedó clara: Durham se hallaba solo a un paso en la escala de mierda en comparación a la ciudad de Nueva York.

Por lo menos cuando se trataba del invierno, de todas formas.

Este era el invierno más frío que había experimentado la cuidad, y ya que era una ciudad sureña, no estaban preparados.

En la sala del juzgado en la que me encontraba actualmente, se exhibían mantas contra las ventanas en vez del aislamiento adecuado, y de cada enchufe sobresalían calentadores de ambiente.

Había pocos camiones de sal disponibles para controlar las calles heladas, e incluso menos personas que sabían cómo conducir con ese tipo de clima, y por alguna razón, no había disponibles muchas mujeres apropiadas.

—¿Santana?—el señor Howell me tocó el hombro—La fiscalía ha acabado con la testigo. ¿Vas a redirigir el interrogatorio?

Esa última frase podría haber influido en el jurado.

—Permiso para redirigir, Su Señoría—me levanté de la mesa.

La jueza asintió y miré a la mujer que había en el estrado. Estuvo mintiendo entre dientes desde que comenzó el juicio y yo ya había tenido suficiente.

—Señorita Pierce—me aclaré la garganta—Quiero decir, señorita Everly, ¿cree usted que dejar a su marido en un momento de necesidad fue lo mejor para su empresa?

—Sí—dijo ella—Y se lo dije durante nuestro primer encuentro.

—No—negué—Me dijo que lo amaba y que su único motivo para dejarlo era que pensaba que no la ama. ¿No es cierto?

—Lo es, pero…

—Así que, debido a que él no dijo que la amaba bajo sus términos, porque le dijo que era realmente incapaz de amarla de esa manera, decidió dejarlo. ¿No es así?

—No. Lo dejé porque gastaba el dinero de la compañía en cosas innecesarias y me engañaba.

—¿Alguna vez pensó en sus sentimientos?—le pregunté—¿Pensó en preguntarse simplemente si su abandono lo afectaría, ya sea que estuvieran en buenos términos o no?

—Estaba—ella se estaba viniendo abajo—Estaba engañándome.

—¿Lo estaba? ¿O simplemente usted quería más de lo que él estaba dispuesto a darle emocionalmente, señorita Everly?

—Por favor, pare.

—¿Es posible que usted pudiera haber inventado todo esto?

—No, nunca. Nunca haría.

—¿Es posible que sea una jodida mentirosa?

—¡Orden! ¡Orden!—la jueza golpeó con su mazo y el jurado jadeó—Abogada, a mí despacho. ¡AHORA!

Observé caer las lágrimas falsas por el rostro de la señorita Everly.

Este caso se encontraba terminado.

Entré en el despacho de la jueza y cerré la puerta.

—¿Sí, Su Señoría?

—¿Está jodidamente loca?

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