Los términos

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Olivia se llevó al mismo tiempo una mano a la boca y la otra al pecho. Tuvo que cubrir sus labios para no gritar, y sostener su corazón para que fuera a salir brincando por la sorpresa.

—Eso no es posible —dijo ella, intentando reponerse de la impresión.

—¿Por qué no? Es lo mejor que podemos hacer.

—Usted no me ama, y yo... Yo lo detesto.

Dicho esto, Olivia salió casi corriendo de la habitación, mientras Magnus la miraba perplejo. Era la primera vez que lo rechazaban, por lo que no entendía que una mujer no lo considerase atractivo, y sobre todo un buen partido. Olivia era una muerta de hambre a los ojos de él, y ostentaba un orgullo que era demasiado grande para su posición. Sin embargo, no se iba a dar por vencido, de una u otra forma la convencería, aunque tuviera que usar métodos poco éticos para hacerlo; finalmente, lo que importaba era el bienestar de su hijo.

A la hora de la cena, Magnus se acomodó en la gran mesa, esperando que Olivia apareciera. Por un momento pensó que ella no vendría, pero era una mujer lo suficientemente orgullosa como para dejar que los demás se dieran cuenta de su verdadero sentir. Se comería la rabia y la vergüenza con tal de demostrar que a ella no le afectaba nada. Así que el conde reprimió una sonrisa cuando ella entró con su altivez de siempre al lujoso comedor de Clandon Park.

Comenzaron a comer en silencio la cena de tres platillos. Cuando estaban en el postre, con aire de indiferencia, Magnus le habló usando el tono más suave que pudo obtener, dada su rudeza.

—¿Pensó en lo que le dije, Olivia? Quiero decir, mi propuesta.

—No. Es algo que no vale la pena tenerlo en consideración.

—¿Está segura?

—Sí.

—Bien. Yo podría obligarla. Podría ir contando por ahí, cómo usted y su madre me estafaron.

—Yo, no... —Olivia se puso roja de rabia, ¿cómo se atrevía ese hombre? —. ¿Me está amenazando?

—Soy un caballero, jamás haría eso. Sin embargo, sé que usted es una mujer inteligente y pensará con más detenimiento mi propuesta.

Olivia se levantó indignada de la mesa y se marchó dejando detrás de ella solo su aroma a jabón y el murmullo de sus faldas. Mientras tanto, el conde se puso de pie para ir en busca de un whisky; necesitaba saborear su triunfo.

Olivia se encerró en su habitación; quería llorar hasta que no le quedaran más lágrimas que verter, pero al ver al pequeño Harry durmiendo en la cuna junto a su lecho, los deseos de transformarse en un caudal de agua se esfumaron. ¿Qué debía hacer? ¿Comprometerse en un matrimonio sin amor, o abandonar a su sobrino y de paso permitir que su cuñado fuera difamándolas a ella y a su madre? Ahora no lograba pensar con claridad; tal parecía que la cabeza le iba a estallar. Mejor se iría a la cama y por la mañana, quizás sus ideas estuvieran más claras.

Por la mañana irrumpió en el comedor. Magnus leía unas cartas mientras desayunaba, tranquilo. Estaba relajado, se percibía que había dormido bien, no como ella.

—¿Qué gano yo? —preguntó Olivia abruptamente.

—Buenos días, Olivia. Parece que olvidó sus modales.

—¡Me importan un pepino los modales! Diga: ¿qué gano con este falso matrimonio?

—¿Lo piensa tratar como un negocio?

—Sí.

—A la hora de la cena tendré algo pensado.

—Está bien.

El resto del desayuno continuó en silencio. Ambos comieron sin mirarse y después con un breve saludo, Marcus se puso de pie antes que ella y se retiró de la habitación. Recién ahí, Olivia se permitió derramar unas lágrimas de frustración, pero para cuando apareció la mucama, ella ya había recuperado la compostura. Después, se levantó también de la mesa y fue a buscar a Harry, para llevarlo de paseo a los enormes jardines de la mansión. Aprovecharía ese tiempo para pensar; quería que a él le costara caro salirse con la suya. Ella no era una mujer interesada en el dinero, pero lo exprimiría lo que más pudiera. Deseaba con toda su alma que el juego de Magnus le afectara a él donde más le doliera.

Olivia caminó por la propiedad, empujando el cochecito de Harry, quien ya estaba muy grande para sostenerlo por mucho tiempo en los brazos. Pensó una a una las condiciones que le impondría a Magnus, y cuando estuvo satisfecha, regresó a la casa. Ya casi era la hora de la segunda comida del niño, la cual lo llevaría a tomar una siesta matutina. Entre tanto, ella se dedicaría a poner por escrito todo lo que había pensado, para que no se le quedara nada fuera de la propuesta.

A la hora de la cena, estaban nuevamente allí, ambos. Esta vez, Olivia se había hecho servir al otro extremo de la mesa, justo enfrente de Magnus. Siempre se había sentado a un costado del conde, no por un tema de cercanía, sino porque consideraba que era de mal gusto ocupar solo los extremos de una mesa tan extensa como aquella. Por supuesto, si a él le llamó la atención el gesto, no lo hizo notar; Olivia estaba haciendo un berrinche.

—Señor Lonely —dijo de pronto ella, y el mayordomo salió de su discreto lugar para acudir al llamado—. Entregue esto a Milord —agregó, pasándole una hoja de papel doblada por la mitad.

—Sí, señorita.

—Son mis clausulas —avisó Olivia.

Confiado, Magnus, recibió el papel y en lo primero que se fijó, fue en la hermosa caligrafía de la joven. Luego comenzó a leer con interés, pero poco a poco su ceño se fue frunciendo más y más, hasta que al final casi se ahoga al leer el último punto.

—Beba un poco de agua —le ordenó Olivia.

—¿Es una exigencia? —preguntó él, pensando en la ridícula petición, sobre todo porque entre ellos no existiría nada —. ¿Por qué me pide esto? —continuó Magnus, esgrimiendo el papel como si fuera una espada.

—No es una petición, es una imposición.

—¿Dónde tengo que firmar? —preguntó Magnus, seguro de poder quebrantar al absurda clausula.

—Al pie, y el señor Lonely también, como testigo.

—¿El estará enterado de este absurdo?

—Puede cubrir el papel con una servilleta y él firmará a ciegas. ¿Le parece?

—Lonely —ordenó Magnus—, vaya al escritorio por tinta y pluma.

—Enseguida, Milord.

—Mañana mismo iniciaremos los preparativos.

—Como quiera.

Insoportablemente enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora