La boda

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Los días subsiguientes, todo el personal de Clandon Park se sorprendió al enterarse de que Milord se casaría con la señorita Dalton. El mayordomo no tenía idea de lo que había firmado, puesto que el conde tapó las líneas del papel tal como Olivia sugiriera. El reverendo Hicks vino a la mansión a ver a los novios, en vez de que ellos fueran a su iglesia; todo debía ser lo más discreto posible. Tampoco se organizó una fiesta, y el joyero y la costurera también debieron acudir a la propiedad con sus respectivos artículos. En eso era en lo único que estaban de acuerdo: sencillez y discreción; no había necesidad de que todo el pueblo se enterara de que el viudo se casaba con la hermana de la fallecida esposa.

Un ventoso día de otoño, se reunieron en la capilla de Clandon Park, el reverendo Hicks, lord Barrington y Olivia Dalton, para dar el sí frente al altar. Los únicos asistentes a la ceremonia fueron los empleados de la mansión, incluidos los que trabajaban dentro y fuera de ella, quienes no comprendían la frialdad de la pareja que se estaba prometiendo amor eterno ante Dios.

Sin embargo, la verdadera ceremonia había comenzado el día anterior, cuando los abogados comparecieron en Clandon Park, pera que el acuerdo prenupcial fuera firmado por los interesados: si Magnus fallecía primero, todo su patrimonio quedaría en las manos de su heredero, su hijo Harry, y Olivia cumpliría las funciones de albacea, recibiendo una generosa mensualidad de por vida. Si era Olivia la que falleciera antes, todo quedaría igual, puesto que no estaba aportando nada a la sociedad conyugal. Pero, en vida de ambos, Olivia recibiría una propiedad que todavía no estaba definida. Las cláusulas personales incluidas en el papel que ella había escrito y hecho firmar a Magnus y al mayordomo, no aparecían especificadas con claridad, sino bajo el nombre de "condiciones privadas", manifestando que cualquier incumplimiento de estas le daría a Olivia el derecho de la mitad de los bienes de lord Barrington y la tutela del pequeño vizconde Harry Barrington.

Olivia se sentía sofocada, envuelta en el bello vestido de muselina verde pálido, el cual estaba salpicado de pequeñas flores amarillas, haciendo juego con sus ojos marrones. El atuendo estaba acompañado de un pequeño sombrero, guantes de encaje y un bolsito de mano. El calzado era de seda en tonos grises suaves. Se veía verdaderamente bella y elegante. Además, la doncella había insistido en aplicarle un suave cosmético de color rosa encendido en los labios y mejillas, debilitando así la palidez de su rostro.

Obviamente, Magnus tomó nota del cambio en su cuñada, gracias a los arreglos en su vestimenta y en su rostro. Estaba casi hermosa, no tanto como la fallecida Lilly, pero atractiva al fin. En ese momento, descubrió que los encantos de su cuñada no estaban a la vista, sino que se escondían dentro de la profundidad de su ser, como una mujer que ya pasó la infantilidad de la adolescencia y que no sentía interés en conquistar a cada hombre que viera a su paso. No, ella era el tipo de mujer que se reservaba para el adecuado, y ahora él le estaba quitando eso. Magnus se sintió un villano, pero su hijo siempre estaría primero en su vida.

Por su parte, Olivia lo único que deseaba, era que terminara pronto la farsa; correr a la habitación a llorar por el hombre que nunca sería suyo, puesto que ella no era lo suficientemente sofisticada ni hermosa para que un conde de la talla de él, la amara. Ya no le importaba que hubiera sido el esposo de su hermana, ni las sospechas que pesaban sobre él, porque el sentimiento de estar enamorada de él, era tan insoportable que nada más importaba.

Cuando el reverendo Hicks hubo pidió al novio que pusiera el anillo en el dedo de Olivia para sellar el compromiso, ella se quitó el guante izquierdo y él extrajo del bolsillo un anillo con un diamante tan enorme como brillante. Olivia observó la joya azorada, y Magnus cogió su mano sin delicadeza, prácticamente ensartando la sortija en su dedo anular.

—No me vea con esos ojos, no soy el lobo que se la comerá y usted no es ninguna oveja —murmuró en su oído, con un gesto que para el espectador presente parecía un tierno beso en la mejilla.

Olivia lo miró con odio, pero fue apenas un instante, no pretendía dejar traslucir sus verdaderos sentimientos. La boda concluyó y los asistentes aplaudieron a pesar de la confusión en la que se encontraban. Inclusive, la cocinera y una de las mucamas lanzaron pétalos de flores sobre los recién casados. No hubo el consabido beso después del "los declaro marido y mujer", pero todos imaginaron que dada la seriedad de los contrayentes, era mucho pedir.

En cuanto pudo, Olivia se escabulló a su habitación, dejando solo a Magnus entendiéndose con los empleados. Él, por su parte, había dado instrucciones para que se sirviera una merienda a nombre de los nuevos esposos para todo el personal, como una forma de agradecer sus atenciones antes y durante la ceremonia. También era un modo de hacerles ver que nada cambiaría en Clandon Park, a pesar de tener una nueva dueña, por decirlo de alguna forma. Entonces, luego de compartir un momento que a él le pareció demasiado largo, también se retiró, pero a su escritorio para escanciar un buen poco de whisky en un vaso. Enseguida se soltó el nudo de la corbata, se quitó el abrigo y se dejó caer sobre el sofá. Todavía no sabía las consecuencias que traería su acto impulsivo, pero no tenía remedio: ya estaba hecho y solo quedaba afrontar lo que fuera que viniese en el futuro.

Insoportablemente enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora