Magnus regresó a casa al tiempo de cenar. Como siempre la comida lo esperaba sobre la opulenta mesa, servida con toda la elegancia que un conde se merecía. Sin embargo, a pesar de haberse sentido tan bien por la mañana, ahora lo invadía nuevamente esa sensación de aburrimiento que lo acompañaba tan a menudo últimamente. Viajó hasta Londres buscando algo de diversión y lo único que encontró fue a un viejo amigo que lo había evadido de manera bastante obvia al final de la jornada. Por lo visto se trataba de un hombre en busca de redención; alguien que pretendía dejar atrás un pasado turbulento. Con sorna, Magnus pensó que quizás lo próximo que sabría de él, era que se terminaría convirtiendo en monje. En fin, ese no era su problema al fin de cuentas. Dejó el plato a medio comer al lado y se fue a la calle en busca de un coche de alquiler, pero antes tuvo cuidado de quitarse todo lo que pudiera delatar su origen; prefería pasar por un rico en busca de diversión, pero nada más.
El cochero se detuvo frente a la Casa Azul, se apeó del pescante y abrió la puerta al pasajero, con la orden de esperarlo. Magnus entró, y lo primero que observó que en diez años el lugar no había cambiado casi nada; no supo si sentirse complacido o envejecido por tal hecho. Casi tan pronto como había cruzado el umbral se apareció la madame, que en este caso se hacía llamar Lady Red, pues según ella no tenía objeto afrancesar su nombre siendo inglesa.
—¡No puedo creer lo que ven mis ojos! Pensé que ya no lo volvería a ver, distinguido caballero. ¿Cuántas quiere?
—Dos.
—¿Las quiere elegir?
—Usted sabe mis requerimientos.
—Sí, que no se vean vulgares y que no parezcan tontas.
—Eso mismo. Esperaré en el coche. Elija a unas confiables, puesto que el dinero se los entregaré a ellas.
Al poco rato subieron tres mujeres, para nada discretas, al carruaje que esperaba en un callejón. Ellas intentaron de inmediato seducir al conde, pero él las rechazó alzando una mano. El cochero ya sabía a dónde tenía que dirigirse, así que no hubo necesidad de órdenes ni palabras.
Minutos después, el cochero estaba abriendo la portezuela del coche, para que sus pasajeros se bajaran; estaban delante del Gold Lyon, club elegante pero de mala fama.
Sin mediar interrupciones, pasaron directo a uno de los salones más lujosos: el de color violeta, color destinado a la opulencia en aquel lugar.
Fue una noche abundante de sensualidad para Magnus, pero al despertar se sentía igual que el día anterior: vacío. Pensó que esas mujeres lo sacarían de ese ostracismo en el que se encontraba, pero no fue así, sino todo lo contrario. Solo le sirvió para descubrir qué no deseaba tener más de eso en su vida. Sin embargo, estaba consciente de que su hijo necesitaba una madre. No podía tenerlo al cuidado de las niñeras y la tía hasta que el chico estuviera en edad de ir al internado. Al pensar en la tía, de pronto se le ocurrió una idea que le pareció genial, pero solo en cuanto a la conveniencia, puesto que de ninguna forma el hecho le causaría placer.
Mientras tanto, Mary Dalton gozaba de las atenciones de Sir Charles, y de su hija. La viuda al tener un carácter parecido a la difunta esposa del Caballero: una mujer dominante que hacía feliz a un esposo sumiso, parecía haber caído de pie dentro de aquella familia. Así que le fue sencillo ser invitada a Bath: solo tenía que continuar siendo como era.
A Olivia le extrañó el regreso antes de lo esperado de Magnus. Solo habían sido tres días, pero ella no dejó de pensar en él ni un solo instante, ni siquiera cuando estaba ocupada con el pequeño Harry. No sabía con exactitud qué ocurría dentro de su cabeza, ¿por qué pensar tanto en un hombre que aborrecía? Además, no debería permitir que invadiera su conciencia, era el viudo de su hermana y por ende estaba prohibido. Toda la culpa era de esa vida tan sosa que llevaba, sin amistades y mucho menos pretendientes, ¿pero a qué hombre le interesaría una mujer de su edad? Quizás a un vicario viudo con varios hijos, o a un profesor con una madre a la cual cuidar. Es decir, hombres que tuvieran motivaciones más allá del interés romántico. Su vida era un desperdicio, no había hecho nada bueno ni interesante con ella. No era una mujer independiente, no tenía dinero y menos aun bonita. Al mirarse al espejo, este le devolvía una imagen común y corriente, sin gracia ni atractivo. Olivia sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos tan inquietantes y bajó a recibir al conde, tal como debía hacer cualquier subordinado.
Magnus bajó del carruaje y apenas sin saludar a los sirvientes que aguardaban afuera de la puerta, alineados como militares, entró a la casa como una tromba marina, que desea llevarse todo a su paso. Pasó como una exhalación junto a Olivia y le hizo señas de seguirlo. Ella lo miró con extrañeza, ¿qué le ocurriría?
Magnus no se detuvo hasta llegar a la biblioteca. Pasó derecho hasta el gabinete de licores y escancio una buena cantidad de whisky en un vaso. Se lo bebió casi de un trago mientras observaba detenidamente a Olivia. Ella, que no era tonta, comprendió que estaba siendo objeto de una inspección y se sintió incómoda, al punto que ella misma recorrió su figura para ver si tenía algo mal puesto que estuviera causando irritación en el conde.
—Basta—dijo él, dejando de golpe el vaso encima de una mesa—. No se mire, no tiene nada extraño, no se ha convertido en un bicho tampoco.
—¿Entonces?
—Tal vez le parezca ridículo, o loco, lo que estoy a punto de pedirle, pero después de pensarlo mucho creo que es lo mejor, por lo menos para Henry. Por supuesto que habrá reglas y recompensa al final de todo. No se saldrá de esto con las manos vacías, su hermana no me lo perdonaría.
—No entiendo lord Barrington, por favor hable claro.
—¡Ah! Cierto, aún no le he dicho lo importante.
—¿Lo cuál, es?
—Necesito que sea mi esposa.
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Insoportablemente enamorada
Fiksi SejarahOlivia es la hija mayor de la familia Dalton. Es una mujer fuerte que cree en la independencia femenina y tiene un gran carácter, pero estas cualidades parecen desvanecerse al lado de la belleza de su hermana menor, Lilly. La pequeña Lilly ha tenido...