Distancia

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Esa tarde, Olivia no se presentó a la cena, lo que continuó ocurriendo por lo menos por una semana. Para no despertar habladurías, tomaba los alimentos en su habitación, con la excusa de que no se sentía muy bien de salud. Sin embargo, Magnus no se creía la excusa ni por un momento.

Una noche que había bebido de más, lord Barrington empujó la puerta de su esposa sin llamar. Ella estaba meciendo la cuna del niño, mientras entonaba una canción de arrullo. La escena lo conmovió, pero no lo detuvo.

—¿Hasta cuándo tendré que soportar sus desaires? —preguntó él, de pronto, haciéndola sobresaltar—.

—No entiendo a qué se refiere... Guarde silencio, que Harry está a punto de dormirse.

Magnus esperó con impaciencia a que ella depositara al niño dormido en su cuna y la asió de un brazo, para llevarla fuera de la habitación.

—¿Qué cree que está haciendo? ¡Suélteme!

—Usted lo quiso así, con todas esas restricciones que puso en su absurdo papel.

—Las mismas que usted firmó sin parpadear.

—¿Qué otra cosa podía hacer? Fue por mi hijo.

—¿Qué quiere de mí?

—Que al menos me acompañe en la mesa. ¿Es mucho pedir? Si piensa que quiero meterla en mi lecho, está totalmente equivocada.

Olivia enrojeció de rabia. Sintió deseos de abofetearlo y decir las peores cosas que jamás podrían salir de la boca de una dama, pero se contuvo, no le daría el placer de percibir su humillación.

—Eso sí, le advierto —prosiguió él—, no sé cuanto pueda soportar aquella cláusula tan ridícula. Soy un hombre, y como tal tengo mis necesidades.

—¿Vino a hablar de sus necesidades, o a invitarme a continuar compartiendo su mesa?

—Lo siento. Creo que he bebido de más. Buenas noches.

—Buenas noches.

Olivia aceptó las disculpas a medias de Magnus, pero no olvidó sus palabras. Con esto en mente, se paró frente al espejo e intentó verse con los ojos de un hombre, o más precisamente del conde.

Él tenía razón, a ningún macho se le movería ni un solo vello al observarla. Tal vez no era tan fea, pero no tenía ni una sola gracia para conquistar a un hombre; su cuerpo era demasiado delgado, sus ojos no eran llamativos y su cabello no era rubio como el de Lilly y sus labios tampoco eran carnosos como los de ella. Había heredado el cuerpo desgarbado del padre, y hasta el mutismo que él poseía cuando estaba sobrio. Si ella fuera hombre, lo más seguro que tampoco se fijaría en alguien sin características que fueran atractivas al sexo opuesto. Se volvería loca, de eso estaba segura. Sería un infierno convivir con aquel hombre, y el que estaba segura, no sería capaz de cumplir la condición más importante de todas: no tener mujeres fuera del matrimonio.

Olivia retomó su lugar en la mesa a la hora del desayuno y en la cena, pero las cosas se fueron tornando de mal en peor; Magnus estaba bebido a la hora de comer, y en ocasiones en el desayuno todavía llevaba la ropa del día anterior. Todo esto significaba que no solo estaba cayendo en el vicio de la botella, sino que apenas dormía por las noches.

Por un momento sintió lástima de él; parecía un niño perdido al que le habían prohibido jugar con su juguete favorito.

—Milord, ¿por qué no damos una fiesta?

No supo de dónde le salió tal propuesta. Ella odiaba las fiestas, las aglomeraciones, el bullicio. El arrepentimiento vino muy tarde, la idea ya había sido expresada.

—¿Y con qué fin? —preguntó él, reacio.

—Bueno, para anunciar nuestra reciente unión. Creo que es mejor que lo sepan por nosotros y no por los chismes de los sirvientes, y luego comiencen las especulaciones.

—¿Cómo cuáles?

—¿Un posible embarazo?

Él se la quedó viendo como si estuviera loca. Cómo se le ocurría pensar que la gente creería que se la llevó a la cama. Sin embargo, no dejaba de tener razón de que un casamiento apresurado levantaba sospechas. Si en su pequeño círculo de amistades llegaban a suponer que había embrazado a su cuñada, estarían años hablando de eso, y quedaría estampado en su hoja de vida.

—¿Tiene habilidad para organizar fiestas?

—No, mi madre...

—¡Por ningún motivo! Enviaré por lady Bancroft. Ella es una experta, conoce mi círculo de amistades y a todo el que es importante en Londres.

—Está bien, milord.

—¡Por favor, Olivia, solo llámeme Magnus! Por lo menos cuando estemos solos.

—Está bien,... Magnus.

Tres días después llegó un elegante carruaje de color marrón con cortinas de color lila y adornos dorados, con una gran "B" en la puerta. Algunos empleados esperaban para ayudar con el equipaje. Magnus se apresuró a ofrecer su mano para que lady Bancroft descendiera sin dificultad del carruaje, mientras, Olivia esperaba con Harry en sus brazos.

Cuando la mujer estuvo abajo y por fin se quitó el sombrero que cubría su cabeza y parte de su rostro, Olivia quedó impactada al ver su extraordinaria belleza. Lady Bancroft era muy blanca, pero su piel no era de color rosa, sino blanca como la nieve. Sus ojos eran violeta, igual que las cortinas del carruaje, y su cabello era tan negro como el plumaje de los cuervos. Para finalizar, unas graciosas pecas decoraban su nariz. No era una mujer joven, y se observaban en ella unos kilos de más, pero era extremadamente hermosa.

—¡Magnus! —exclamó ella con tono alegre—. ¡No sé cuánto tiempo ha pasado, pero es un gusto volver a verte!

—Han sucedido cosas y eso me ha mantenido un poco alejado.

—Nos pondremos al corriente. Habrá tiempo de sobra para eso.

—Por supuesto —repuso él—. Antes, permite que te presente a mi esposa.

—¿Esposa? ¿Otra? —murmuró ella.

—Luego te contaré los detalles —respondió él de la misma forma—. Lady Bancroft, le presento a mi esposa, Olivia, Lady Barrington.

—Es un gusto para mí, conocerla querida. Se aprecia mucha inteligencia en usted, no como la anterior que parecía tener aire en la cabeza. Siento que haya muerto tan prematuramente, pero la verdad sea dicha.

—No sé qué decir a eso, lady Bancroft —repuso Olivia con serenidad—. Lilly era mi hermana.

Insoportablemente enamoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora