8: El fantasma de Kai

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No quiero hacerlo.

No se trata de un capricho, ni de una forma de venganza. No quiero hacerlo, de verdad que no quiero.

Al buscar a los chicos en la mañana, a sabiendas de lo que me esperaba, mi estómago empezó a revolverse. No pude tomar desayuno, así que terminé hambrienta para el primer bloque de la agenda de los demás. Luego de percatarme de que todos fuesen a lo que se suponía que debían hacer, ignoré mi lista de quehaceres y me senté en el sofá del sótano a tratar de respirar y entrar en calma.

Entonces fue cuando Lucas bajó al sótano y me descubrió. Iba camino a escribir nueva música, no para los chicos sino para la empresa, así que de paso me llevó con él.

—¿Es por Kai? —pregunta, ahora que estamos en el sillón del estudio, de los pocos muebles que hay aquí dentro.

Estamos sentados más cerca de lo que uno se sienta de otra persona en un sillón de tres plazas. Nuestras piernas y brazos se tocan, así que es una cercanía intencional. No me desagrada, de todos modos. En realidad, diría que me ayuda a bajar el estrés que me causa pensar en mi salida de más tarde.

—Claro que es por Kai —juego con mis dedos, incapaz de mirar a otro lado.

Una mano cubre las mías y, al sentir su calor, no tengo opción más que relajarme un poco.

—¿Quieres que hable con él?

—No, debo encargarme de esto —suspiro, echando mi cabeza hacia atrás y mirándole de lado—. Pero, cada vez que veo su cara o pienso en él, solo recuerdo a ese imbécil adolescente que me hizo la vida imposible —mascullo—. Ojalá pudiera ser un poco más como tú.

—Yo soy un tonto que se dejó pisotear más de una vez, no es recomendable —pone su cabeza igual que la mía y me sonríe.

Veo su gorro negro, el cual me pregunto si lava alguna vez, o si es que tiene tantos que los va intercambiando. Acerco mi mano dispuesta a sacárselo con delicadeza, pero cuando tengo mi mano en la parte superior, Lucas me agarra la muñeca.

—¿A dónde va esa mano? —alza una ceja.

—¿Por qué siempre usas gorro? Tu cabello es bonito.

—Mi cabello es un desastre.

—Entonces péinalo y ponle productos para definir rizos, yo qué sé —como no me sostuvo con fuerza, le quito el gorro y su cabello explota en un montoncito de ondas grandes que no se comparan al cabello de mi primo ni de cerca, pero que luce bastante adorable viniendo de él.

—Dame eso... —se inclina para quitármelo, pero en lugar de apartarlo, me pongo el gorro en el cabello.

Él se detiene y vuelve a su puesto, observándome con una sonrisa pequeña.

—Te queda bien, te regalaré uno.

—Regálame este —pido.

—Es mi favorito, no puedo.

—Qué mentiroso —entrecierro los ojos—. Anda, lo usaré hoy y será como llevarte conmigo, así me sentiré mejor por todo lo que se viene —junto las manos a modo de ruego, aunque lo conozco lo suficiente como para saber que cedió desde el momento en que puse el gorro en mi cabeza.

—Está bien, pero debes cuidarlo con tu vida —se acomoda el cabello como puede, aunque se nota a leguas que no sabe cómo arreglarlo para que tenga forma—. Le diré a Eric que me dé su secreto para tener el cabello perfecto.

—Pero el suyo es lacio y el tuyo tiene ondas, no servirá. Además —pongo mi mano en sus mechones despeinados—, me gustas así, te da un toque.

Podría sonar como el tipo de frase que dices por accidente y de la que te deberías corregir para que no se entienda otra cosa, pero mi subconsciente sabe lo que hace, es mi mente la que finge demencia.

Esas canciones que nunca te mostréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora