11: Los dos lados de Eric Carlson

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Eric.

—Buen trabajo —concluye Amy, la instructora de baile, al terminar la sesión de hoy—. Voy a conversar con Alexandra para reducir tus horas de baile a la semana, has avanzado tanto que te serviría más enfocarte en algún estilo de baile en específico —opina la mujer, muchísimo más baja que yo, pero con un control de su cuerpo sorprendente—. ¿Alguno que te llame la atención?

—Cualquiera con el que pueda moverme me sirve —me encojo de hombros, recuperando el aliento después de hacer toda una coreografía junto a ella.

Me limpio la frente con la toalla que tengo en la mano, y paso de ella a mi cuello. Sudo demasiado, sudo tanto que me doy un ligero asco cada vez que comienzo a hacerlo. Lo único bueno es que no huelo tan mal.

—¿Te inclinarías a un estilo de Jazz? Te imagino en algo así —opina.

—Sí, suena bien —asiento. Ella es bailarina profesional y entre sus tantas disciplinas está el Jazz. Le he tomado cariño con el tiempo, así que preferiría quedarme con ella de ser posible.

La sala de baile, de suelo café claro y un espejo extenso en la pared contraría a la del ventanal detrás de mí, es uno de mis lugares seguros. Nunca pensé que bailar pudiese ayudar tanto a dejarse llevar y olvidarse de todo lo demás. Amy dice que cuando ella baila siente que ya sus pies no tocan el suelo, sino que se mueven en el aire, como si volara, que con cada paso asciende más y termina moviéndose en el espacio. Es demasiado hippie para mi gusto, pero llego a comprenderla.

Quedo solo en la sala y me examino en el espejo. Tengo el cabello pegado a los lados de mi cara, mis mejillas enrojecidas, mi camiseta blanca sin mangas mojada por el sudor y el pecho aun subiendo y bajando con fuerza por el cansancio. Necesito un baño urgente.

La puerta de la sala, en la esquina a un lado del enorme espejo, se abre y cierra bastante rápido, dejando entrar a una figura bajita, con dos coletas negras y que habla por teléfono sin darse ni cuenta que estoy aquí.

—Estaré a tiempo, no te preocupes —Mely, que camia hacia el sillón en la esquina de la ventana para dejar sus cosas, hoy optó por usar un outfit rosa. Un top corto y un mono de moda—. Vine a practicar, te hablo después, bye —dicho eso, cuelga, deja su teléfono sobre el sillón y se da la vuelta—. ¡Mierda! —suelta, al sobresaltarse, para justo después taparse la boca y reír—. Lo siento, lo siento, me asustaste.

Parpadeo un par de veces antes de reaccionar y caminar hasta el sillón, donde he dejado mi mochila con mi botella de agua, donde ella se encuentra justo ahora,

—Ya estoy por irme —alcanzo a decir. Mi cuerpo se ha tensando con solo verle el rostro—. Espera un minuto, pasaré el trapero, puede que haya gotas de sudor en el suelo...

Meto mi toalla en la mochila y la cierro, para colgármela en la espalda y así dirigirme hacia la puerta. Debo verme como un idiota.

—Da igual, solo practicaré una coreografía unos minutos antes de irme —responde. Por el espejo veo que está calentando el cuerpo.

Necesito salir de aquí rápido. Extiendo mi mano hasta el picaporte y al moverlo, este se queda en su lugar mientras que mi mano pasa de largo su circunferencia al seguir sudada. Intento de nuevo y un sonido de algo bloqueado es todo lo que recibo. Pruebo de todas las maneras que se me ocurren, pero nada sirve.

—No abre... —murmuro, ella lo oye.

—¿Eh? ¿Se atoró?

Mely se acerca a donde estoy, y no tengo otra opción más que voltearme y enfrentarla como una persona normal en situaciones así. Es una puerta atorada, no es el fin del mundo.

Esas canciones que nunca te mostréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora