Capítulo 4 - Milena

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—Bueno, Mila, es mi hijo —contestó el padre como si no fuera obvio cuando ni siquiera le pregunté a él, sino al chico que continuaba mirándome como si estuviera loca.

—¡Lo sé, pero...! ¡Dijo que estaba en Los Ángeles!

—¿Sorpresa? —inquirió Fenrir y sacudió su playera—. Esto es un desastre.

«¡Un tremendo desastre!», grité para mis adentros.

—No lo puedo creer —dije con las manos sobre el rostro—. Suficiente, me voy.

Tomé mi celular y salí de ese balcón con la barbilla en alto sin mirar al par de hombres que no apartaban la mirada de mí.

—Pero Mila... —dijo el padre, aunque no escuché lo demás porque escapé como la cobarde que era.

¡Es que no podía ser verdad! Mi rostro se volvía rojo cuando pensaba en las cosas que dije a la supuesta imagen fantasmagórica.

«¿Qué demonios le pusieron al vino?», pensé y miré en el interior de mi copa. La deposité en la primera mesa libre que encontré al bajar las escaleras.

—¡Milena! —gritó Tay con pánico apenas me descubrió a punto de abandonar la casa—. ¡Tengo que decirte algo!

Me detuvo del hombro, giré y crucé los brazos.

—Fenrir está aquí —me adelanté—. Sí, lo vi, hice el ridículo porque pensé que estaba borracha e imaginaba cosas, ¿qué marca de vino compraste?

Taylor encogió los hombros.

—No tengo idea, ¿cómo que hiciste el ridículo? ¡Es que te juro que hablamos hace un rato y me dijo que celebraría en casa de mamá!

—Pues está aquí y... —suspiré hondo. Luego negué—: Me voy, Tay, lo lamento.

—No puedes irte, Mila, ¡vamos a celebrar Año Nuevo!

—No tengo nada qué celebrar —espeté—. Mi matrimonio es un desastre, no cumplí ningún sueño este año, no tengo metas, sólo despierto y cumplo con mi maravillosa función de esposa trofeo cada día del año, ¿qué demonios voy a festejar? ¿Iniciar otro año igual al anterior? ¿O que Desmond ahora quiere tener hijos y es lo último que deseo?

Las lágrimas cayeron. Estaba abrumada. Mi mente era un campo de batalla entre la frustración que me causaba la vida perfecta que tantas chicas añoraban y esas escasas horas con Fenrir en las que me sentí más viva que nunca.

Tay apretó los labios, me tomó de la mano y me condujo lejos de los invitados hasta la cocina donde sólo se encontraba el personal que contrató para la fiesta.

—Siéntate y respira —me pidió y me sirvió un café de la cafetera que siempre se mantenía encendida en la casa—. Iré por mi maquillaje, ¿de acuerdo?

Asentí.

»Y tu matrimonio no es un desastre, Mila. Es normal tener discusiones.

—No es eso —negué despacio y miré hacia la puerta. Una parte muy grande de mí quería que Fenrir entrara por ahí—. Es sólo que no tengo metas ni sueños, Tay, al menos no ninguno que pueda cumplir al lado de Desmond.

—Su deber como esposo es apoyarte.

Puse los ojos en blanco.

—Desmond no sabe eso.

—Pues qué idiota, Mila, tienes que imponerte.

—No es tan sencillo.

—¿Por qué?

Mentiras blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora