Capítulo 14 - Milena

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—Mila.

Estaba en shock.

Mi nombre sólo me hizo desviar la atención hacia la morena que se colocaba la tanga —o lo que quedaba de ésta— por debajo de la falda, silbó algo como un «Oh, oh».

Mi corazón se congeló.

Ellos habían tenido sexo, claro. Fenrir no tenía por qué ser fiel o pensar en mí cuando yo estaba con mi esposo, comprendía eso; sin embargo, dolía, dolía mucho. El congelamiento se estaba dispersando por mi sangre mientras la morena se acercaba para salir del departamento. No pude apartar la mirada de su esbelto cuerpo ni cuando pasó a mi lado, aunque ella no me miró ni una vez.

—Puedo explicarlo —dijo Fenrir.

Asentí.

Los hombres siempre podían explicar todo; no existía tema en el mundo que ellos no pudieran explicar, era una cosa asombrosa.

»Milena, yo... Verás...

No podía verlo a la cara porque lo imaginaba besando a esa morena tan guapa, tan diferente a mí, así que me concentré en la impecable bandeja plateada donde llevaba mis muffins.

Y me sentí tan ridícula.

Volví a ser la chica peculiar de la preparatoria que le costaba tanto hacer amigos y que siempre terminaba haciendo algo para que se burlaran de ella sin importar el empeño que pusiera en no ser una torpe.

—Los horneé en la mañana —musité. Mi voz estaba rota—. No soy muy buena en la cocina, pero tampoco mala, puedo hacer algunas cosas realmente deliciosas.

—Se ven buenos...

Hice otro asentimiento.

—Lo están, sí...

—¿Puedo probar uno? —inquirió y acercó una mano a la bandeja, pero la aparté todavía sin mirarlo—. Mila...

—Es que no le puse un ingrediente y me arrepiento...

Mis dedos se tensaron en la bandeja. Una chispita burbujeó en mi estómago y se retorció hasta convertir todo el congelamiento en fuego.

—¿Cuál...?

Reuní el valor para mirarlo a la cara. Encontré a un Fenrir que evidentemente disfrutó de una larga noche de sexo mientras que yo...

Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi boca dibujó un mohín por mucho que no quise que fuera así.

»Mila...

—Olvidé el ingrediente principal, ¿sabes cuál es?

Sostuve la bandeja con una mano y tomé uno de los muffins.

Fenrir negó, aunque en su expresión noté que adivinó lo que seguía, sólo que no tuvo tiempo de reaccionar o no me creyó capaz.

»Raticida, ¡hijo de la gran puta!

Y estrellé el muffin en su cara, luego corrí despavorida de ahí.

—¡Mila!

No me detuve a esperar el ascensor, sino que bajé corriendo por las escaleras con Fenrir corriendo detrás de mí.

Mi automóvil esperaba estacionado frente a la entrada principal. Ni llegué al asiento del conductor, sino que entré por el del copiloto y me arrastré hasta detrás del volante. Fenrir subió y sufrió un ataque con el resto de los muffins que me quedaban. Los arrojé sin ser capaz de gritarle algo, ni que se saliera, sólo solté cada uno de los panes contra su cuerpo.

—¡Milena! ¡Basta! ¡Tenemos que hablar!

—¡No! —chillé y lo empujé fuera del automóvil—. ¡Vete!

Mentiras blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora