—¿Por qué la sorpresa, «famosa Milena»? ¿No sabías que estaba comprometido?
Mi cerebro sufrió un corto circuito.
«Comprometido», es decir, imposible.
Dolió.
Dylan cruzó los brazos sobre el pecho y levantó la barbilla con autosuficiencia.
Fenrir parecía avergonzado. Apenas el día anterior estuvimos en su tienda y nuestra conversación no fue muy inocente. Él me acarició y todavía llevaba el fantasma de su roce sobre mi piel.
Sin embargo, era una esposa trofeo, expertas en salir airosas de momentos incómodos para no avergonzar a nuestros exitosos maridos o, en ese caso, a mi encuentro de una noche.
—No, disculpa, no hemos conversado tanto —reaccioné con una sonrisa—. Sólo sabía del anillo de promesa.
Y señalé el anillo que noté que llevaba en la mano desde la fiesta de Año Nuevo. Sólo tuve que atar cabos a velocidad luz.
Fenrir suspiró hondo.
—¿Entonces no te ha hablado mucho de Karine? —continuó Dylan.
Negué sin parar de sonreír. Ya no quería saber de la mujer que era su dueña, estaba bien así.
—Es que no hemos hablado demasiado. Mis compromisos con mi marido me dejan poco tiempo libre.
Levanté la mano y enseñé la preciosa y costosa sortija que portaba. Dylan hasta enarcó una ceja con el resplandor del diamante.
Fenrir hizo una mueca que su socio no vio.
—Vaya —rió Dylan por lo bajo—. No sabía que la «famosa Milena» estaba casada.
—¿Por qué me llamas así? —inquirí.
—Bueno, vamos a seguir ¿o qué? —interrumpió Fenrir y de un certero empujón casi envía a Dylan al vientre de su madre.
La curiosidad me venció. Los seguí hasta la tienda que estaba repleta de cajas, se encontraban desempacando el equipo para tatuar.
Nunca había visto una de esas máquinas y me provocaron un escalofrío. No comprendía cómo alguien podía buscar de forma voluntaria llenarse de piquetes de agujas.
—¿Y qué te pasó en la cara, Milena? —preguntó Dylan, al menos omitió lo de «famosa».
—Me caí —resumí.
Dylan enarcó ambas cejas y miró a Fenrir; éste encogió los hombros.
—No serías buena para la tienda, ¿y si te caes arriba de un cliente mientras lo tatuamos? Terminaríamos demandados.
Tragué duro.
«¿Fenrir insinuó que podría trabajar aquí?».
—No soy tan torpe —me defendí—. Sólo fue un accidente.
—Tampoco puedes ser recepcionista con la cara llena de moretones, sería mala imagen —agregó Dylan—. Lo primero que dirían es que tu esposo te golpea y nosotros no hacemos nada por ayudarte.
Otro corto circuito.
«Tal vez necesito un electricista para mi cerebro».
Fenrir me salvó:
—Bueno, sólo es un moretón, tampoco exageres, Dy.
—Olga no tiene ni un moretón en la cara, Fenrir —retó Dylan y se sentó en el suelo para seguir sacando cosas de una caja.
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Mentiras blancas
RomanceMilena está casada con un prestigioso abogado que la tiene como una princesa en casa y sin mover un dedo; sólo debe ser una esposa trofeo sin preocuparse por nada más. Sin embargo, no es feliz. Se ha entregado a su matrimonio y abandonado todos sus...