Capítulo 3 - Milena

489 99 18
                                    

—Serás la mujer más hermosa de la fiesta —dijo Desmond con sus manos sobre mi cintura y contemplando mi reflejo en el espejo.

—Gracias —sonreí y acepté su dulce beso en la mejilla.

—¿Ese vestido es un diseño de Taylor?

—Claro —Pasé las manos sobre el faldón azul cubierto de piedrecitas del mismo color—. Me ha encantado desde que vi el boceto y lo hizo para mí.

—A veces pienso que Taylor está enamorada de ti.

Busqué la mirada de mi esposo en el espejo, pero él se giró para continuar colocándose la corbata.

—¿Por qué dices esas cosas?

No era la primera vez que lo hacía.

—Porque es la verdad, no siento que sea normal toda esa atención y preocupación por ti.

—Es mi amiga, es lo que hacen las amigas, ¿acaso no tienes amigos?

—Sí, pero ninguno me usa como musa.

—Es diferente, Tay es una artista.

—Artista —rio y meneó la cabeza—. Esa mujer tiene el talento de una patata.

—Sabes que no es cierto, Taylor es muy talentosa y...

—Y todo lo que ha conseguido es por el dinero e influencia de su padre —interrumpió y volvió a mirarme—. Ese vestido es horrible.

Mi quijada cayó.

—¿Horrible? ¿No tienes las lentillas o qué? Este vestido es hermoso.

—Define hermoso.

—Es este vestido —insistí—. Y acabas de decir que seré la mujer más hermosa de la fiesta.

—Porque eres hermosa, pero ese vestido no te hace justicia.

Dudé. Desmond siempre lograba hacer eso, hacerme sentir insegura de mis opiniones y decisiones. En parte comprendía que era su trabajo, pues era un talentoso abogado que trabajaba en el bufete familiar; sin embargo, era difícil discernir sus intenciones cuando había un halago y una crítica destructiva en la misma oración.

—Me encanta este vestido y creo que me veo increíble —opiné con sinceridad.

—Porque eres preciosa, pero...

—Gracias, pero el vestido igual es precioso y Taylor es una mujer talentosa e independiente.

«Mujer independiente», esas palabras causaban urticaria en mi marido.

—Creo que tienes malos gustos.

—Probablemente, por algo te elegí —finalicé la discusión.

Desmond titubeó. Aproveché esos segundos para tomar mi bolso y salir de la habitación.

Nuestro hogar era grande, no como el de los padres de Taylor, pero vivíamos en una bonita zona residencial con casas elegantes y costosas sin llegar a ser una mansión; todo gracias al trabajo de Desmond.

El piso estaba impecable, esa misma mañana se había limpiado toda la casa mientras yo estaba con Tay.

¿De qué me quejaba?

Llevaba zapatos de diseñador, las uñas con manicura, un bolso que costaba lo que muchos ganarían en un año y, aun así, me sentía miserable.

Recorrí el largo pasillo de las habitaciones, bajé por las impolutas escaleras beiges y llegué a mi sala en tonos arena. Desmond contrató a un diseñador para encargarse de cada rincón del hogar mientras estábamos de luna de miel en Italia.

Mentiras blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora