Parte 8

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—¿Necesitas ayuda? —preguntó Pedro con una sonrisa amable.

—No, estoy bien. Mi padre viene en unos minutos a buscarme. No hace falta que te molestes. —respondí, intentando sonar segura de mí misma, aunque ya estaba completamente empapada.

Pedro asintió, pero su mirada se detuvo más de la cuenta en mi blusa. Fue entonces cuando me di cuenta de que la camisa blanca de mi uniforme transparentaba todo debido a la lluvia. Un ligero rubor tiñó mis mejillas mientras intentaba disimular la incomodidad.

—Gracias de todos modos, Pedro. Pero en serio, no hace falta que te quedes. —insistí, deseando que la lluvia dejara de ser testigo de mi incómoda situación.

Sin embargo, Pedro ni se inmutó y permaneció allí plantado, mirándome con una expresión que no lograba descifrar del todo. Mi pregunta sobre el incidente del extintor interrumpió el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros.

—¿Os han pillado por lo del extintor? He oído que llamaban por megafonía a Roberto. —pregunté, buscando cambiar el foco de atención y evadir la incómoda realidad que se transparentaba bajo la lluvia.

La expresión de Pedro cambió sutilmente, volviéndose más seria. Sus ojos se encontraron con los míos, y pareció medir cada palabra antes de responder.

—Solo encontraron el patinete de Roberto, pero no tenían más pruebas. —dijo Pedro, con un tono de voz que dejaba entrever cierta preocupación.

Mi ceño se frunció involuntariamente al escuchar la noticia, y la tensión se apoderó del aire entre nosotros.

—¿Cómo pudisteis hacer algo así justo antes de un partido tan importante? Os podrían haber expulsado—exclamé, sintiendo que la decepción se apoderaba de mis palabras.

Pedro, sin embargo, respondió con un tono defensivo.

—No sabía que te interesaban nuestros partidos.

—Y no me interesan, solo intento estar al día de todo lo que pasa en la escuela para plasmarlo en el periodico.—sentencié haciéndome la despreocupada.

—Nunca he visto que nos menciones ahí.

—Nunca habéis ganado absolutamente nada. ¿Qué ha sido lo máximo que habéis conseguido, llegar a cuartos de final? De todas formas, si sigues haciendo de las vuestras os expulsarán y no seguiréis jugando.

—Fue solo una broma, no tienes sentido del humor.

—Una broma que puede afectar la imagen del equipo y poner en riesgo la oportunidad de llegar a cuartos de final. No es solo una gamberrada, Pedro. —le reproché, dejando claro mi descontento.

La lluvia seguía cayendo, pero en ese momento, el agua no era solo la responsable de mi incomodidad física, sino también de la tensión que había surgido entre Pedro y yo.

Estaba furiosa con Pedro por haberme involucrado en esa gamberrada, especialmente cuando las consecuencias se volvían evidentes. La decepción y la molestia se mezclaban en mis pensamientos, y no pude evitar expresar mi frustración.

—No puedo creer que me hayas metido en esto, Pedro. ¿Qué demonios estabas pensando? —le espeté, dejando que mi enfado se reflejara en mis palabras.

Pedro, sin embargo, parecía defender su decisión, aunque con cierta incomodidad en su mirada.

—No estaba previsto que estuvieras ahí. —intentó justificarse.

A pesar de mi enojo, algo dentro de mí se moría de excitación. La adrenalina de la situación, la lluvia que caía a nuestro alrededor y la proximidad de Pedro generaban una mezcla de emociones contradictorias. Aunque estaba enfadada, había un atisbo de intriga y emoción en mi interior que luchaba por salir a la superficie.

—No deberías haberlo hecho en primer lugar. ¿Y qué pasa con el periódico? ¿Y con mi reputación en el colegio? —le reproché, señalando las posibles repercusiones de su imprudente acción. —le dije con firmeza, aunque en mi interior la tensión se mezclaba con un sentimiento inesperado de emoción.

En ese momento, las ruedas de un coche chapotearon por el barro, y de repente, mi padre apareció conduciendo su Mercedes. Bajó la ventanilla, saludó a Pedro con un gesto amistoso y le preguntó por el próximo partido.

—¿Cómo va todo, Pedro? ¿Preparados para el próximo partido? —inquirió mi padre con una sonrisa.

Pedro asintió, agradeciendo el interés, y le habló de los preparativos para el próximo encuentro. Mientras tanto, yo me acerqué al coche, consciente de que mi padre probablemente ya estaba al tanto de la lluvia y mi empapada situación.

—¿Qué ha pasado aquí, Gala? —preguntó mi padre, frunciendo el ceño al notar mi ropa mojada.

—Nada importante, solo un percance bajo la lluvia. ¿Puedo subir al coche? —le pedí, deseando evitar la conversación incómoda delante de Pedro.

Mi padre asintió, y mientras subía al coche, Pedro me miró con una expresión que mezclaba disculpa y preocupación. La lluvia seguía cayendo, pero ahora, al menos, tenía un refugio para escapar de la tormenta, tanto la del clima como la emocional.

Rumores en papelWhere stories live. Discover now