Cuatro: Cosas del destino.

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El bloque tres es el edificio más alejado de la zona residencial, para llegar a él hay que pasar por los otros bloques, que en total suman cinco, y casi colindando con el gran muro de piedra que rodea toda la zona, está la entrada del bloque.
Los caminos de gravilla son preciosos pero incómodos para transportar equipaje. Las maletas avanzan a trompicones y hacen un ruido espantoso.

—Como no sea esta la entrada de nuestro bloque, juro que me cargo al que nos ha dado las instrucciones —amenaza Diana que intenta avanzar arrastrando una maleta enorme. Se han equivocado dos veces de bloque y tienen el tiempo justo para buscar sus habitaciones y acomodarse antes de asistir a la primera charla.
—Ahí en la entrada pone bloque tres, menos mal —dice Violeta aliviada.

El interior del edificio es acogedor. Hay un pequeño vestíbulo con sofás, máquinas expendedoras, y una zona de recepción. Parece un hotel de lujo.

Diana y Violeta aún no son conscientes del todo de que han entrado en una de las mejores escuelas de música del país, con todos los lujos que eso conlleva y se les hace extraño ver algunas de las acomodaciones.
La persona de recepción es una chica joven, no parece mucho mayor que ellas, les da una llave con el número de su habitación y les explica algunas cosas que deben de tener en cuenta.

En la Academia de Formación Musical Superior hay normas muy estrictas, y todo el personal de la organización se encarga de recordarlas casi a diario. Los horarios de las clases son inamovibles y sagrados, la asistencia es vital y más de tres faltas puede significar una penalización o incluso la expulsión. Durante la semana tampoco se permite abandonar el recinto, al menos no hasta las siete de la tarde pero con la condición de regresar a las nueve y media. A las diez se cierran las puertas y cualquiera que se queda fuera recibe una sanción. El fin de semana la cosa es distinta, las puertas permanecen abiertas toda la noche y los alumnos no están sujetos a ninguna norma en particular.
Diana ha comentado en varias ocasiones que van a aprovechar los fines de semana al máximo para no volverse locas.

A las dos les han asignado la habitación número siete. Cada bloque tiene varias plantas y cada una su propia zona de convivencia y habitaciones compartidas. Según ha oído Violeta, hay habitaciones de hasta ocho personas y algunas especiales de solo dos. Ninguna de las dos sabe con cuánta gente tendrán que compartir habitación pero les hace particular ilusión pensar en conocer a gente nueva que comparta la experiencia con ellas.

La habitación número siete es enorme, al subir a la segunda planta lo primero que se encuentran es una zona amplia y acogedora que parece un salón grande. Las habitaciones están señalizadas por unos pequeños carteles en la pared.
La siete está justo al final de un pasillo, antes de entrar a la habitación hay una zona de vestuario y duchas.

—No me creo que estemos aquí —dice Diana con entusiasmo. Ambas gritan de felicidad y se abrazan.
La habitación es amplia, hay un ventanal enorme que brinda una luz natural preciosa. Frente a la puerta hay varios armarios empotrados con puertas correderas. Junto a dos de los armarios ya hay dos maletas que aún no han sido abiertas pero que indican que ya han llegado las primeras compañeras. Justo al lado de la zona del ventanal y los armarios, hay tres escalones que llevan a una zona de la habitación más elevada donde hay una cama litera, y tres camas individuales pequeñas.
No saben qué cama escoger todavía, así que deciden esperarse a conocer a las demás compañeras.

Pasan un rato charlando acerca de lo increíble que es todo y sobre sus expectativas. Diana está feliz pero también está algo rara y Violeta sabe por qué, pero no se atreve a decir nada. Después de lo que pasó la otra noche no han hablado del tema y aunque ella lo evite, está siempre presente de alguna forma, Sandra no deja de enviarle mensajes o de llamarla. Tal y como sucede en ese preciso instante en el que Diana está contando algo acerca de las clases que quiere elegir y a Violeta le suena el teléfono: es un mensaje de Sandra que le pregunta cómo va todo.

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