𝐄𝐱𝐭𝐫𝐚 𝐈𝐈: 𝐂𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐜𝐨𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨𝐬𝐨𝐬

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El nombre de Anneliese Masdoquio no era tan fácil de olvidar, con mayor razón debido a que Neschastny estaba loca de amor por ella y haría cuanto estuviese a su alcance para preservarla en su memoria. Como una difunta esposa que la dejó viuda luego de un trágico suceso, guardaba sus recuerdos en su mente y el sabor de su nombre entre sus labios.

No quería que sonara como que estaba manipulando las circunstancias para que se dieran a su favor, pero tampoco se negó a que, debido al inercambio de intereses entre Burya y Zaba, ella haya conseguido chofer gratis por lo que fuera del mes. Burya, de hecho, le había dicho al chico expresamente que, si Neschas le pedía que la llevase a algún lugar, él debía acceder también, porque de alguna forma ellas eran la misma persona: esto se lo explicó de una manera tan compleja y enrevesada que él, por no entender nada de lo que estaba diciendo, acabó asintiendo con los dientes apretados en una mueca de nerviosismo. No es como si quisiera negarle algo a la novia de su mejor amigo (quien si lo escuchara referirse a ella de esta manera le taparía la boca y le imploraría que nunca se le ocurriera decir algo así frente a las chicas, lo que era en extremo divertido para alguien que amaba molestar a los demás como él), por miedo a que se la tomaran contra él; no entendía muy bien cómo funcionaban las amistades, así que casi todo el tiempo estaba dudoso en cuanto a su manera de actuar.

Neschas rio un poco cuando Burya le impuso aquella orden al joven Zabavny y éste lo aceptó. Estaban entonces en un centro comercial tomando helados los cuatro juntos.

—No es que quisiera molestarte con eso —le dijo Neschas con cierta timidez—, pero definitivamente no tengo idea de qué buses me llevan de un cementerio a otro ni cuánto tendré que caminar, y ahora que lo pienso, ¡tampoco sé cuántos cementerios tendré que visitar en total! Pero se lo he prometido a Priz; debo ingeniármelas para cumplir.

—Deja lo busco —dijo el chico, que ocupó su celular para hacerlo—. Bueno, solo en los alrededores hay cerca de ocho. ¿Te dijo dónde residía su familia? Tal vez la enterraron en uno cercano a la vivienda familiar.

—La verdad que no se lo he preguntado.

—Neschas, estuvimos encerrados juntos durante tres días —le reclamó Grust.

—Sí, pero entré en pánico —lloriqueó ella—. Por suerte le pregunté el nombre por el que debo buscarla, pero luego nos desviamos un poquito del tema...

—¿Fue después de eso que poseyó tu cuerpo?

—¡Z-Zaba! ¿De qué estás hablando? Ya te dijo ella que un espíritu no puede poseer a un humano.

—Yo no dije de qué manera. —Rio él, y se ganó un empujón.

—No daré detalles...

—Dios mío, Neschastny. —Burya se cubrió el rostro con una mano.

—En fin. —Zaba se inclinó hacia el frente y colocó los codos sobre la mesa—. ¿Lo que quieres es que yo te conduzca por la ciudad en busca de su tumba?

—B-básicamente. —Asintió la chica—. No creo que nos tome más de un día.

—Por mí no hay drama. Grust pagará el combustible, ¿no? —bromeó.

—¿Cómo es que siempre termino involucrado?

—Es que eres millonario.

—No soy millonario —bufó, pero ya sabía que en realidad no podía negarse—. Lo hago porque es parte del trato con Rya nada más.

𝟕𝟐 𝐡𝐨𝐫𝐚𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora