Capítulo 18: El piano y esos ojos azules ...

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¡Ya sé, ya sé! Quizás algunos piensen que la historia es "lenta", pero es necesario que entiendan la historia antes de avanzar, pero aquí está, la aparición de nuestro maldito rey de Lítacros



CAPÍTULO 18


Oficialmente princesa, oficialmente el inicio de la destrucción de Garicia.


— Querida ...—Había dicho Herald Hyde al bajar de los escalones del trono mientras le ofrecía una mano a Freya—. ¡La música! —Exclamó.

Los músicos, que habían permanecido en silencio durante la ceremonia, comenzaron a entonar una melodía suave y elegante. Con la mano de Freya entre las suyas, la guio elegantemente hacia el centro del salón quedando rodeados entre tantas personas que mantenían los cuchicheos al ver, al fin, el rostro de la hija del rey. Freya, aunque llevaba puesta la máscara de la cortesía, no podía evitar sentir una punzada de odio y asco cada vez que los ojos de Herald se posaban en ella.

Juntos, dieron inicio al baile. El rey la guiaba con destreza, ajeno a la tensión que agitaba el interior de Freya. Los gestos eran elegantes, las reverencias profundas y cada giro estaba ejecutado con una precisión casi hipnótica mientras que los pasos, refinados y cuidadosamente coordinados, giraban en armonía por la pista de baile. Cada movimiento iba contando una historia diferente: la historia de una princesa que se veía obligada a seguir un guion, incluso si eso significaba danzar con su enemigo disfrazado de padre.

— Madre, tu rostro no refleja buen pensamiento —susurró Eloise Hyde.

Gadea, intentando mantener las apariencias, enderezó su espalda con gesto sereno.

— Qué dices, si estoy en perfectas condiciones —respondió con voz firme, aunque sus ojos revelaban una inquietud que no podía ocultar.

Eloise se acercó a su madre discretamente, buscando entender la razón detrás de su inquietud.

— ¿Qué te preocupa, madre? —preguntó con suavidad.

— Nada.

La música alcanzó su clímax, y el baile llegó a su fin con un elegante movimiento de despedida. Freya, con una reverencia, se separó de Herald, pero él volvió a tomarla del brazo para hacerla ver hacia el público diciendo: "¡Que comience el baile!".

— ¿Madre? —susurró la otra hija, Eda.

— Cállense. Vayan a buscar a sus abuelos.

— Pero la abuela Beatriz no ha llegado aún.

— Oh, allí están los abuelos —dijo Eda.

— Vayan a saludar, ahora.

— Pero madre —habló Eloise—. Deberíamos bailar con nuestro padre.

— Será en otro momento, ahora vayan a saludar a mis padres en este mismo instante —ordenó Gadea de cólera al ver a su esposo llevar a Freya en su brazo por todo el salón, presentándola—. ¿Qué esperan? Vayan ya.

Eda y Eloise se acercaron a los abuelos, quienes los recibieron con afecto. Grisaida de Mitrios, la abuela, expresó su alegría al ver a sus nietas y las abrazó con ternura; sin embargo, Eloise notó la preocupación en la mirada de su abuelo, como si hubiera percibido algo que lo había dejado pasmado. Gadea, por otro lado, caminó por el salón, devolviendo corteses saludos mientras se abría paso entre la multitud que bailaba y conversaba. A pesar de las interrupciones, se movía con agilidad y pudo llegar rápidamente hacia Herald y Freya, quien se encontraba recibiendo, en la palma de su mano y sobre su guante blanco, el saludo afectuoso de un viejo conde.

Culpable, su majestad / LIBRO 1 /Donde viven las historias. Descúbrelo ahora