La equilibrista

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Las maderas del techo de la terraza se estaban volviendo aburridas cuando miro hacia la ventana de mi abuela. Una gran ampolleta se enciende en mi cabeza al recordar su enfermedad que la tenía postrada, era momento de llevarle entretención a los luceros apagados. Ella estaba trenzando su largo cabello blanco cuando entró con bombos y platillos anunciando a la Gran Elizabeth, la equilibrista. Su sorpresa fue enorme y una sonrisa logré dibujar en su arrugada piel, pero cuando me ve pararme en el borde de la ventana mientras daba saltos y giros ante el vacío, su voz se corta. Un desgarrador grito llama a mi madre, el cual supuse era para que ella también viera mi espectáculo, pero no. Al entrar en vez de felicitarme comienza a reprenderme por mis niñerías peligrosas que no eran para una hija de Don Manuel, lo que me lleva a ver a mi abuela buscando su protección, pero estaba tan agitada que antes de que me diera cuenta ya me habían sacado del dormitorio. Mis días eran tristes luego del sermón de mis padres, es por eso por lo que no estaba ni caminando por los techos o panderetas. Yo solo quería llevarle felicidad, pero solo logré darle preocupaciones. Una tarde me decido y voy a visitarla para evaluar su ánimo, el cual esperaba fuera de rabia por mi show de circo. Sin embargo, una amplia sonrisa ahora pedía que la Gran Elizabeth fuera la bailarina más famosa.


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