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S U K U N A

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En cuánto terminó de sonar el himno, pusieron a Sukuna y a Uraume en custodia. No los esposaban, pero, si que los llevaban al Edificio de detrás. Dónde suponía que sucederían las despedidas y últimas conversaciones con sus allegados.

Una vez dentro, cruzaron un largo pasillo y adentraron a los tributos en distintas salas. El interior era bastante lujoso, sin embargo, tampoco era algo que despertará de mucho su interés. Ellos no vivían tan en malas condiciones cómo sucedía con los distritos diez, once y doce. Quién quizá para ellos, una sala con asientos de terciopelo —parecidos a los de su casa—, y suelos con alfombras extensas, era algo inaudito.

Su vida había sido bastante acomodada, sin embargo, tampoco era lujosa como los del Capitolio. Ponía el ejemplo de la ducha, según había escuchado, en el Capitolio tenían facilidades para ducharse el tiempo que quisieran y tener agua fría y caliente, cada que lo desearan. Y según había escuchado, entre agentes de paz que se burlaban, en el distrito doce sólo poseían cubetas para lavarse entre los más pobres.

Su distrito no llegaba a tal extremo, poseían duchas, pero, sólo podían tener agua fría. Por supuesto, ya estaban acostumbrados y en las épocas de calor, era lo que más necesitaban. En el invierno en cambio, trataban de hervir siempre que podían el agua para no congelarse. Pero agradecía no tener que lavarse en una cubeta.

Se sentó en aquellos asientos, y observó la mesilla central que tenía un banderín con el símbolo del Capitolio. Con un suspiro, se dedicó a acariciar la tela de terciopelo, tratando de no pensar; sin embargo, inevitablemente, varias cosas cruzaban su cabeza. 

Tenía una hora para despedidas, y ese era todo el tiempo que tendría para separarse de sus allegados. No obstante, no le importaba a nadie más que Rochelle, y por ende, estaba claro que nadie entraría a verlo. No le preocupaba, esperaría hasta que ella viniese y, junto a Uraume, se prepararían para que los llevasen al tren, con el que debían dirigirse para iniciar su viaje.

Cómo ella iba a ser su mentora, muy probablemente no le iría a ver, solamente para recogerlo y estaba bien. Hablaría con ella más tarde, ya que irían juntos en aquel infernal trayecto.

Dejándose llevar por sus emociones y la intranquilidad que recorría su corazón, vagas memorias surcaban el tiempo. Cuándo pensaba dejase envolver en ellas y en el día en que conoció a Rochelle, la puerta de madera, se abrió de sopetón.

Por ella entró el chiquillo por el que se había presentado voluntario. Aquello lo hizo levantarse para, sin esperarlo, recibir un abrazo del joven adolescente. No esperaba que nadie fuese a visitarlo, y mucho menos tener tal reacción de alguien, que indicase alguna muestra de gratitud o cariño.

—Muchas gracias, Sukuna —le dijo el joven, separándose para verlo con alegría—. Estoy seguro de que ganarás los juegos.

Le soltó el crío, con quizá más fe, de la que Sukuna era capaz de sentir. Eso consiguió alentar su corazón con suavidad, y con una sonrisa, revolvió el cabello del chico. —Ocúpate por hacerte más fuerte, y proteger a los que quieres. Ahora que no estaré un tiempo por aquí, puedes hablar con Berta, la carnicera, y pedirle que te de mi parte de alimentos. Dile que me lo debe por los conejos que le regalé de más; con eso te creerá.

La sonrisa en el joven deambuló por sus labios con aquella sorpresa. Según los rumores que había escuchado, aquel chico de tatuajes era mucho más de lo que aparentaba. Y con esto, lo confirmaba. —¡Gracias, Sukuna! ¡Prometo devolverte todo esto cuándo regreses! —vociferó el joven con unos extraños brillos en sus ojos—. Aún hay alguien más que quiere verte, así que debo irme, pero, ¡te envío toda mi suerte!

𝗧𝗛𝗘 𝗛𝗨𝗡𝗚𝗘𝗥 𝗚𝗔𝗠𝗘𝗦, sukuna y yujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora