VIII. Tragedia

107 22 2
                                    

De vuelta en Londres, la familia Holmes fue felizmente recibida por la servidumbre de la mansión y algunos amigos de la familia, incluyendo a William y Louis. Sherlock estaba ansioso por contarle a sus amigos todo acerca del lugar al que había viajado. En cuanto bajó del carruaje, buscó a los hermanos con la mirada entre la multitud, sin éxito. De pronto, sus ojos fueron cubiertos por detrás y una voz familiar susurró en su oído.

- ¿Quién soy? -Preguntó divertido William.

- ¿No crees que ya estamos grandes para estos juegos, Liam? -Sherlock contestó con tono inquisitivo por lo bajo, antes de darse la vuelta en un movimiento rápido para abrazar al rubio detrás suyo, apresándolo y haciéndole cosquillas.

- ¿De qué hablas, Sherly? Era tu favorito cuando éramos pequeños. -Contestó el rubio entre risas. Sherlock se tomó un monento para apreciar el sonido y guardarlo en su memoria.

Cuando Sherlock por fin se decidió en liberar al rubio, el trío se dirigió dentro de la mansión, dispuestos a conversar un rato mientras el pelinegro desempacaba.

- Es un lugar muy bonito. Tiene grandes árboles frutales y vastos campos. Además, casi no hace frío y la gente alrededor es muy amable. Pensé que sería el lugar ideal para ir a acampar. -El azabache comentaba animadamente mientras ordenaba sus pertenencias.- Fue un cumpleaños memorable, sin duda. Pero los extrañé mucho, me hubiera divertido aún más de haber venido ustedes.

- Hablando de eso, tenemos algo para ti. -Dicho esto, el chico le entregó un regalo. La caja era algo pesada, y el rubio le indicó que la sujetara con cuidado.- Feliz cumpleaños, Sherly. Esperamos que te agrade, ambos cooperamos para comprarlo.

Algo curioso es que sin importar cuánto tiempo pasara, Sherlock seguía abriendo sus regalos con la misma emoción que hace años atrás. A Liam le parecía algo lindo, en especial la expresión que adoptaba mientras desenvolvía los obsequios: una mezcla entre concentración y entusiasmo. Sherlock colocó la caja sobre la cama y procedió a abrirla. Cuando vió lo que había dentro, una amplia sonrisa iluminó su rostro. Estaba tan feliz que se puso a dar saltitos por la habitación y se lanzó a abrazar a sus amigos. En momentos así era como si el tiempo realmente nunca hubiera pasado.

Desde hace unos meses, el pelinegro había adquirido un enorme interés por la química. Seguido se metía en problenas por las reacciones desastrosas que sus experimentos causaban. Aún así, William veía un futuro brillante para él. Su determinación y pasión le parecían cualidades envidiables. Estaba seguro que tarde o temprano se volvería más habilidoso en las ciencias. Así que no tuvo que pensar mucho para llegar a la conclusión de que un kit de química sería el regalo indicado para él.

- ¡Muchas gracias a ambos! Son los mejores amigos que podría desear. -La reacción de Sherlock resultaba conmovedora a tal punto que los ojos del rubio se habían humedecido sin darse cuenta. Verlo feliz era suficiente para hacer emerger su lado más sensible.- Hay que probarlo cuando todos se vayan, afuera. Así no romperemos ni estropearemos nada.

Una vez que los amigos y conocidos empezaron a retirarse, el trío salió de la casa. Mycroft iba con ellos para evitar que Sherlock hiciera volar algo o alguno de los niños resultara herido. Para esto, el mayor se aseguró de que cada uno de los niños tuviera puesto el equipo de protección adecuado. William decidió que sería buena idea leer el instructivo antes de hacer cualquier cosa para evitar algún tipo de accidente, pero como de costumbre, la paciencia de Sherlock no duró mucho y comenzó a hacer cosas por su cuenta. Era cierto que había aprendido bastante de ciencia teórica en poco tiempo, pero aún le faltaba mucho por conocer sobre mezclas y reactivos, de modo que no tardó en hacer un ligero desastre. Mycroft lo reprendió e hizo prometer a Sherlock que arreglaría ese desastre él mismo, en vez de esperar a que alguien lo hiciera por él. Que viniera de una familia acomodada no significaba que podía hacer lo que quisiera sin consecuencias. Era una lección que Mycroft tenía muy en claro que quería hacer que su hermanito entendiera.

Después de que el menor limpiara el pequeño desastre, este por fin accedió a leer el manual antes de aventurarse a hacer otra cosa. Liam le reconoció la pequeña muestra de madurez, lo cual puso al pelinegro algo nervioso. Se sentía bien que su amigo lo reconociera; incluso mejor que el eligio de sus padres o de su hermano. Una vez más, pero con muchísima más cautela, Sherlock se dedicó a hacer una mezcla. La reacción fue diferente: el contenido del frasco se tornó de distintos colores mientras burbujeaba, según el reactivo que se le colocaba. Cada uno de los niños decidió probar con distintas sustancias para ver qué tonalidades eran capaces de alcanzar. William consiguió un color rojo intenso, que fácilmente podría ser confundido con sangre. Louis, un tono amarillo opaco que le recordaba al metal de baja calidad que el señor Hope hacia pasar por oro en su viejo vecindario, con el propósito de obtener unos cuantos peniques, usualmente sin éxito. Finalmente llegó el turno de Sherlock, obteniendo convenientemente un azul parecido al de sus propios ojos. Liam pensó para sí mismo que el resultado le sentaba bien.

Entre tanto, nadie notó la presencia de un tercero, que los observaba desde la lejanía. Era fácil para él pasar desapercibido puesto que también se trataba de un niño, capaz de escabullirse fácilmente entre la variada vegetación que cercaba la propiedad de los Holmes. Además, había ensayado muchas veces sus movimientos para asegurarse de no cometer errores. Si algo había aprendido de las duras lecciones de su padre, era que en el mundo mercenario no había lugar para fallas. Cometer una constituiría quizá no llegar en una sola pieza a casa. Era un trabajo difícil sin duda, pero su padre insistía en que era tiempo en que él empezara a alimentar su propia boca. Se decía a sí mismo que no tenía alternativa, o las consecuencias serían peores para él.

Con esto en mente fue que posicionó su arma de largo alcance, apuntando hábilmente en dirección a su objetivo de esa tarde: Mycroft Holmes. El joven estaba lejos de notarlo, por lo que en teoría debería resultar un trabajo sencillo. Si sólo pudiera deshacerse de la carga emocional que arrebatar una vida tan inocente como la de aquel chico le proporcionaba. Pero era complicado, teniendo en cuenta la escena que sus ojos presenciaban: ese joven no solo era el primogénito de los Holmes, a quien se le había encomendado matar por órdenes de una familia rival, con una fuerte recompensa de por medio. No, él era más que eso. Lo que pudo observar en esos breves minutos era que Mycroft Holmes era un hermano ejemplar, que cuidaba diligentemente de su pequeño hermano. Él no tenía que pagar el precio del estúpido resentimiento. Sin embargo ahí estaba, apuntando directamente a su corazón. No podía retroceder. No tenía más opción que acabar con él. Y finalmente presionó el gatillo, apartando la mirada sin deseos de ver el crimen que había cometido. Los gritos no tardaron en hacerse presentes, por lo que concluyó que lo mejor sería desaparecer cuanto antes. No contaba con que aquel disparo atraería la atención de cierto agente que paseaba cerca de la zona, siendo descubierto no mucho después.

La conmoción alertó a más de un sirviente de lo que había pasado, quienes no tardaron en acudir rápidamente al lugar. Lo que vieron cuando llegaron fue al cuerpo inconsciente del hijo mayor de la familia, tendido en medio del jardín. Sujeto a él estaba Sherlock, que lloraba desconsoladamente y gritaba por ayuda. Los hermanos ya habían ido a alertar a los padres de ambos de lo sucedido. Nadie sabía qué había ocurrido. El ataque había sido tan repentino que los tres chicos tardaron en procesar lo que estaba frente a sus ojos.

El resto era recordado por el menor como en cámara lenta. Sus padres habían salido en el auxilio de su hermano, seguidos por William y Louis. El señor Holmes tuvo que sujetarlo por detrás para conseguir que soltara a Mycroft, para que este pudiese ser trasladado a un hospital. Sherlock luchaba por permanecer a su lado, a pesar de que su mente racional le decía que debía dejar que el mayor fuera atendido. Recordaba a Liam aproximándose hacia él y abrazándolo de manera consoladora, estrechándolo fuertemente contra su pecho mientras el azabache continuaba llorando sin control. El rubio se encontraba igualmente en shock, pero comprendía que debía ser el soporte que su amigo necesitaba en esos instantes. El recuerdo del carruaje alejándose le recordaba cómo había terminado lo que podría calificarse como el peor día de su vida.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 10 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

A Sudden Meeting || Sherliam/YnMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora