I. Perdido

525 59 11
                                    

El otoño había llegado a Londres, y el frío -que iba en aumento- comenzaba a noterse cada vez más en las calles. Los abrigos largos y los guantes volvían a aparecer tras los cortos meses de templadez de la ciudad. Personas iban de aquí para allá, en lindos carruajes o a pie, paseándose por los mercados. Entre ellos, un pequeño niño, pelinegro y de tez pálida, caminaba tratando de esquivar a las personas que iban y venían. Ya había sufrido algunos pisotones, y golpes ligeros, y había estado cerca de ser arrollado por uno o dos carruajes, debido a su corta estatura. Los ojitos ya comenzaban a humedecérsele y su labio inferior temblaba ligeramente, tratando de contener el llanto. Llevaba cerca de una hora y media perdido -segin podía calcular-, y no había rastros de su hermano cerca.

El pequeño se dió por vencido, pues a pesar de contar con una mente brillante, el sentido de orientación nunca había sido su fuerte. Después de cruzar la calle con cuidado, decidió buscar un puesto tranquilo en el mercadillo que estaba al frente. Trató de pedir ayuda a una señora que vendía flores, pero lo único que consiguió fue que la mujer lo mirara mal, antes de ahuyentarlo. Siguió su camino para probar suerte con otra persona, pero de repente alguien le bloqueó el paso.

"¿Qué tenemos aquí? ¿Un niño rico, quizá?" El tono de voz del sujeto le causó desconfianza, por lo que quiso volver por donde había venido, pero fue interceptado por una segunda persona. "No pienses que puedes irte tan fácil, después de tener el atrevimiento de venir a nuestro barrio."

La situación comenzaba a inquietarle, y presentía que aquellas personas no tenían precisamente las mejores intenciones. De pronto, a su mente llegó una idea. Agradeció que la desesperación no la haya bloqueado por completo, y se escabulló rápidamente por debajo de una de las mesas de productos. Corrió sin rumbo entre los callejones de los suburbios, sintiendo como aquellas personas le pisaban los talones. "Necesito esconderme en algún lado", pensó mientras veía a su alrededor sin perder el paso. Desafortunadamente, no conocía para nada esos lares, y terminó entrando en un callejón sin salida al poco rato. Lágrimas ya habían comenzado a rodarle por las mejillas, nunca había estado tan asustado en su corta y acomodada vida.

"Te encontramos, ya no puedes seguir huyendo." Él no entendía qué querían de él, pero podía darse una idea. No llevaba nada encima, más que su ropa y zapatos. Aún así, pertenecer a la clase noble era más que suficiente para lograr sacar una ganancia. Si esas personas exigían rescate, su familia se vería obligada a pagar una generosa suma a cambio de su libertad. Pero no se dejaría atrapar tan fácil. Divisó algunas cajas con basura en una esquina; no se veían muy resistentes, pero él tampoco era muy pesado, así que tal vez -si tenía suerte- su plan funcionaría. Echó a correr rápidamente hacia allí, y comenzó a subir por la escalera improvisada, tratando de llegar al borde de la pared. Ellos no tardaron en seguirlo; no podrían desperdiciar una oportunidad como esa. Ya faltaba poco para lograr su cometido, pero aunque estirara los brazos no era capaz de alcanzar la barda. Sintió un profundo terror cuando uno de los chicos tomó su pie, jalándolo hacia abajo. Lloró y gritó tan fuerte, rogando porque alguien lo ayudara. Fue entonces que lo vió: un ángel con ojos carmesí y cabello dorado como el oro, que lo observaba desde arriba. Este se inclinó y le tendió la mano, con la promesa implícita de que lo impulsaría si lograba tomarla. Este pataleó, logrando asestarle una patada en la cara al tipo, haciendo que lo soltara. Inmediatamente después echó un buen salto, y se aferró al agarre, como si su vida dependiera de ello. De cierta forma, lo hacía.

Una vez del otro lado, el ojiazul se dedicó a seguir al rubio, aún con las manos agarradas. Corrieron por un tiempo antes de llegar a una especie de fuerte secreto, construido dentro de una pequeña abertura en la pared.

Pasada la adrenalina inicial, el pelinegro comenzó a sentir el dolor que esta había inhibido. La mueca que hizo no pasó desapercibida por su contraparte, quien se inclinó un poco hacia él para examinarlo. Un raspón en la rodilla --que seguro se había generado cuando ambos saltaron al otro lado de la barda-, un rasguño en el tobillo y un golpe en la mejilla fue lo que pudo encontrar ttas escanearlo ágilmente.

A Sudden Meeting || Sherliam/YnMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora