Capítulo 2.

32 17 0
                                    

Al cruzar las puertas del hospital, Cecilia se sumergía en un mundo donde la camaradería era tan esencial como el aire que respiraban. Sin embargo, ella se mantenía al margen de las conversaciones triviales con los demás profesionales de la salud. No por falta de interés, sino por una elección consciente de preservar su enfoque en lo que realmente importaba: el bienestar de sus pacientes.

El hospital, un templo dedicado a la vida y la curación, no estaba exento de las complejidades humanas. Historias de pasiones ocultas, rivalidades y envidias se filtraban a través de los pasillos, pero Cecilia elegía no prestar oídos a tales distracciones. Para ella, involucrarse en esos dramas era ajeno a su misión, una que requería claridad y dedicación.

Era consciente de que detrás de la noble fachada del hospital, se ocultaban tramas menos honorables. Sin embargo, su compromiso con la medicina y su integridad profesional la mantenían alejada de cualquier chisme malicioso o intención oculta.

Su única alianza era una colega respetada dentro y fuera de las blanquecinas paredes de ese viejo edificio, y la encargada de los casos más desafiantes. En ella, Cecilia encontraba una guía y una aliada, alguien en quien podía confiar plenamente en el laberinto de la medicina moderna.

Ese día era especial, uno de los pocos en que la doctora Scheper revisaría el progreso de los pacientes asignados a Cecilia. La doctora, ocupada con conferencias y su consultorio privado, confiaba en Cecilia para mantener un seguimiento constante de los pacientes. Era una responsabilidad significativa que Cecilia aceptaba con honor y compromiso.

Podían conversar durante horas, desgranando cada detalle sin reservas. A pesar de que las visitas de la doctora Scheper eran esporádicas debido a su apretada agenda, nunca desaprovechaban la ocasión para compartir un café. Para Cecilia, era como ser la hija que la doctora siempre había anhelado.

Al ingresar al hospital, Cecilia ofreció un saludo amable a sus colegas, acompañado de su sutil sonrisa distintiva. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz artificial, y sus labios, de un tono naturalmente vivo, capturaban la atención inadvertida de muchos. Aunque no faltaban quienes se acercaban con la intención de invitarla a salir, ella declinaba con cortesía, prefiriendo mantenerse al margen de los flirteos y los rumores que a menudo circulaban por los pasillos.

Con paso decidido, se dirigió a la oficina de la doctora Scheper, su refugio para la organización de la abrumadora documentación. La tarea de distribuir pacientes entre los practicantes, aún novatos en la complejidad de su profesión, y los enfermeros responsables de supervisarlos, requería una meticulosidad que rozaba lo hercúleo.

La ausencia de un sistema estructurado podría desorientar a cualquiera, y Cecilia no era la excepción. Al llegar a la puerta de la oficina, tocó con delicadeza, esperando la familiar voz de la doctora invitándola a entrar.

Cecilia, con la paciencia y precisión que la caracterizaban, tocó la puerta de la oficina de la doctora Scheper. La respuesta no se hizo esperar, una voz cálida y firme la invitó a entrar.

— Adelante. — La voz de la doctora Scheper, siempre acogedora, flotaba en el aire.

Al cruzar el umbral, se encontró con la mirada acogedora de su mentora, quien le ofreció una silla con un gesto amable.

La oficina era un refugio de conocimiento, impregnada del aroma a libros antiguos y café recién hecho, aquella se volvía de sabiduría y experiencia. Las paredes, adornadas con diplomas y reconocimientos, eran testigos del legado de la doctora, y ahora, de la promesa que Cecilia representaba.

— Buenos días, Doctora Scheper. — Saludo Cecilia, su sonrisa reflejando una mezcla de respeto y cariño.

— Cecilia, no esperaba verte hoy. ¿No era tu día libre?. — Preguntó la doctora, una nota de sorpresa en su tono.

Lo que habita en sus mentes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora