-Era Santa -Capítulo 17 -Nefarius:

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En un estado catatónico que le provocó el shock de ver los ojos de su madre apagarse, no podía quitarle la mirada de encima, parecía dormir. Su mente divagó, pensó a manera de un chiste cruel de la vida, que el tono de su piel ahora si combinaba con su estado actual. Le era impresionante, la certeza de la flecha y la fuerza que tuvo para atravesarle la cabeza justo por la frente. También le sorprendió la calidez de la sangre de su madre, que lo alcanzó en sus manos, al emanar a borbotones por el agujero que elegantemente le provocó Duncan en la cabeza. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, como una cascada que se deslizaba lenta y dolorosamente.

-Maldita sea, ¡hombre!, no tenías que romperle el cráneo. Hubieran pagado generosamente por ella. -le dijo Dárian a Duncan.

-El trato fue sin testigos. -respondió Duncan mientras ordenaba a los hombres de Dárian que sacaran a las bailarinas de sus camerinos.

-Bien Duncan. -dijo Dárian, asintiendo.

Las personas que habían estado bebiendo alegremente en el bar estaban atónitas por lo que estaba ocurriendo. El desorden comenzó, al unísono soltando sus tarros de cerveza, todos los clientes emprendieron carrera para intentar salir del bar, un zafarrancho comenzó, pero los hombres de Dárian, principalmente criminales y parias de la sociedad, rápidamente controlaron la situación, evidenciando ante los clientes de Duncan que no era la primera vez que lo hacían, Se rompieron mesas y sillas, despejando espacio en el salón principal, y la puerta se bloqueó para evitar que nadie saliera o entrara. Los clientes y las bailarinas fueron obligados a arrodillarse en medio del salón. Dárian, con un aura de malicia, se pavoneaba frente a ellos.

-Gracias a la madre de este niño, la mayoría morirá esta noche. -dijo, mientras sujetaba a Nefarius por el cabello.

Nefarius no entendía lo que estaba pasando. El dolor que sentía en la cabeza por el tirón de Dárian era insoportable, inesperadamente fue arrojado con fuerza a una pequeña jaula; el espacio era como para un perro-rata, apenas y podía arrodillarse.

-Maten a todos, tomen a los más jóvenes y vámonos de aquí. -ordenó Dárian a sus hombres.

-Enciérralo a él también. -agregó, dirigiendo su mirada hacia Duncan.

En un instante dos hombres fornidos lo tomaron por los brazos.

-¡Espera! teníamos un trato.

-Hasta que no puedas conjurar la runa, no serás uno de nosotros. -respondió Dárian con los ojos llenos de odio.

-Además, no creíste que sería tan fácil, veremos si sobrevives, ya que no todos lo hacen. ¡Valla, que me llenaré de satisfacción cuando mueras en el intento de conjurar la Runa!.

Los dos hombres arrastraron a Duncan por el bar, mientras este gritaba y se retorcía con evidente temor en los ojos. Antes de que pudiera seguir intentando escapar de los hombres de Dárian, uno de ellos levantó su mano, la serró en un puño y la dejó caer con fuerza en el rostro de Duncan, este chilló y sus gritos fueron ahogados, al menos por esa noche.

Los jóvenes que habían sido despojados de su libertad eran arrojados a una especie de carreta larga formada por vagones llenos de fríos y duros barrotes de metal. El carro parecía un tren, arrastrado por tiros de caballos como en un trineo. Cuando arrojaron la jaula de Nefarius dentro del carro, notó que en su mayoría estaba lleno de niños y niñas no mayores de dieciséis.

-¡Muchacho! Si que me convertirás en un hombre muy rico. El hombre que pago  por ti, si que te desea. Así es que te mantendré a mi lado. Gracias a los dioses que heredaste la belleza de tu madre. Por eso, mis arcas se llenarán. -dijo Dárian a Nefarius con una voz llena de locura.

LA LEYENDA DE LOS GUERREROS: EL ORIGEN DE LA MAGIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora