Capítulo 3: El romance

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El domingo pasó por mí como acordamos a las 10 en punto.
Caminamos hasta que nos dolieron los pies, yo no sabía ni dónde estaba, pero tampoco me importaba. En cada esquina un beso, me miraba fijo como si quisiera absorberme, como si quisiera decirme más de lo que me decía.

Hablamos de todo y a las 7 de la noche yo sentía que lo conocía de toda la vida. Cuando íbamos de regreso el camino se hacía muy corto y yo no quería llegar a mi casa. Sabía que el lunes regresaba la rutina, las clases, los trabajos y todo eso implicaba menos tiempo con Marcos.
Una cuadra antes de llegar, paramos cerca de la esquina. Había oscuridad a pesar de que no eran las 8 aún. Yo sabía que él estaba tan conectado como yo, sentía la química en el ambiente. Me subió en un murito a la entrada de un pasillo y me ha dado un beso de película del sábado con lenguaje de adultos.
Yo era señorita, no era tonta y había experimentado algunas cositas, pero nunca había tenido relaciones sexuales. Nunca había sentido ningún tipo de premura hacia el sexo, lo veía como algo que iba a pasar algún día como es lógico, pero no me quitaba el sueño.
Hasta ese día.
Ese beso me recorrió la columna vertebral de norte a sur, se me erizaron los pelos que no sabía que estaban en mi cuerpo. Es una sensación hasta dolorosa la primera vez que se siente, porque tiene una intensidad desbordada. Se separó de mí y me quedé atontada, la
boca roja y la respiración agitada. Marcos transpiraba, su cuerpo había reaccionado al instante.
Él se dio cuenta.
Me miró a los ojos y me preguntó serio:
- ¿Has estado con alguien antes?
Y como para mí eso nunca había sido un problema le respondí:
-No, todavía no.
En un segundo pasamos de 100 a cero. Me bajó del muro, me agarró de la mano y empezamos a caminar.
-Espérate Marcos. ¿Qué pasó? ¿Por qué paraste?
Se me acercó al oído, me pasó un mechón por detrás de la oreja que se había escapado y me dijo:
-Me voy a encargar de que tú primera vez sea inolvidable. No va a ser en un pasillo.
-Pero a ver, le dije, por supuesto que no iba estar contigo en ese pasillo. Ni que estuviera loca yo. Solo nos estábamos besando. Podíamos haber seguido, no tenías que frenar así tan brusco.
-No entiendes nada.
Me dijo mientras seguía caminando.
-Pero haber, explícame.
Una avalancha me cayó encima. Por suerte no había muchas personas en la calle a esa hora. Me levantó en peso, como si fuera más ligera que una pluma.
-Si empiezo a besarte así, yo no voy a poder parar. Esto no me había pasado antes así tan rápido. Te me has metido en las venas. Tu boca es perfecta corazón, tiene el tamaño y la temperatura perfecta. Podría besarte la noche entera.

Yo siempre fui fácil de palabras. Lectora voraz desde que aprendí que la M con la A sonaba MA. Marcos logró lo impensable. Dejarme muda.
Y ahí supe con total certeza, que iba a hacer el amor con Marcos, no esa noche, tal vez no esa semana. Pero no iba a poder esperar mucho tiempo. Iba a ser nadar contra la corriente.
Me dejó en mi casa sana y salva, nos despedimos de mala gana y se fue.

Esa semana fue irreal. Ahora que la recuerdo creo que ningún hombre me ha cortejado tanto como lo hizo Marcos. Me llevaba flores a la salida de la escuela, me dedicaba canciones, me escribía cartas (que aún conservo). Siempre andaba sonriente, de buen humor.
Me llevó a su casa a presentarme a la familia. Todos me recibieron con mucho cariño. Se notaba que él era el niño lindo y consentido de su casa.
Siempre me agarraba la mano, me besaba la frente, me decía hermosa. Yo estaba en las nubes.
Ese mes pasó volando. Llegaron las pruebas de ingreso y obtuve mi plaza en la Lenin.
Fue una alegría agridulce, había trabajado mucho para conseguirlo, mi mamá se había sacrificado infinitamente para pagar mis repasos; pero yo no podía estar del todo feliz.
Eso representaba alejarme de Marcos.
Recuerdo que, para celebrar, le pidió permiso a mi mamá para llevarme a comer. La pantera estaba feliz así que no puso ni un pero, ni siquiera marcó hora de llegada.
Lo que ella no sabía era que la cena de celebración era en casa de Marcos. Él lo había preparado todo con mesa para dos en la azotea, mantel blanco y todo en conspiración con la abuela soplona. Lástima que la lluvia se le adelantó y nos cayó encima un torrencial.
Llegamos a su casa empapados en agua, pero locos de la risa. A mí no me importaba nada, me quité las sandalias que eran las únicas que tenía para salir y le pedí una toalla.
-Es mejor que te bañes con agua tibia, no te me vayas a enfermar. Yo te presto ropa mía.
Me dijo.
- Sí es mejor. Para quitarme este mojazón de arriba.
Me llevó al baño, me enseñó dónde estaba todo, me puso la ropa encima del lavamanos y cuando se volteó para salir le agarré la mano.
-Quédate.
Le dije en un susurro.
- ¿Estás segura?
-Nunca había estado tan segura de nada en toda mi vida.

Me llevó a la ducha y me quitó toda la ropa mojada. Así como Dios me trajo al mundo me quedé parada en el medio de la ducha, él se sentó encima del inodoro y me observó desde la punta de la cabeza hasta el dedo meñique del pie, recorriendo cada centímetro de piel como si quisiera memorizarme. Puedo confesar que no sentí el más mínimo pudor, nada de vergüenza, por el contrario, me sentí poderosa.

Hoy sé que debemos aprender a amar nuestra desnudez, apreciar nuestro cuerpo; decirle cosas agradables a nuestra imagen desnuda en el espejo, es un ejercicio extraordinario para nuestra autoestima y amor propio.
Pero yo no sabía nada de eso con 15 años, aunque tenía la certeza de que aquel muchacho me quería y que en sus ojos yo era arte.

Mis Tres AmoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora