Capítulo 11: El músico

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-Te pedí un jugo de naranja para cuando llegaras.
Me dijo.
-No sabía si te gustaba, pero bueno creo que a todo el mundo le gusta el jugo de naranja.Igual si quieres algo diferente me dices sin pena.
-No, el jugo está bien.
Le dije y me puse a buscar la agenda y el bolígrafo. Me trajeron la bebida y efectivamente, era una delicia.
-Entonces, ¿estás estudiando periodismo?
Preguntó. Asentí con la cabeza mientras me tomaba el jugo.
-Y ¿Te gusta la carrera?
Él sí había elaborado su guía de entrevista.
-Sí muchísimo, ¿comenzamos?
Le dije y abrí la agenda.
-Uyyy que nervios. Dale, dispara.
Lo miré con curiosidad. No era lo que imaginaba cuando pensaba en "entrevistar a una persona famosa". Creo que los pre juicios me jugaron una mala pasada, y me esperaba a alguien en primer lugar, mayor, más serio, distante, más reservado y esquivo. Frente a mí
tenía un joven vestido extremadamente sencillo, jean y pullover negro, sin ningún tipo de prendas, ni siquiera llevaba reloj. Pero lo que más me impresionó fue su estatura,
francamente debía medir sobre los 2 metros. Tenía una armonía peculiar en sus facciones, ojos muy nobles, nariz afinada y una boca echa a mano.
Se notaba que se cuidaba y que hacía ejercicios, tenía los brazos depilados y me pregunté si estaría así del cuello para abajo. Mejor empezaba mi entrevista ya, porque no me gustaba el rumbo de mis pensamientos.
- ¿Crees que pueda grabar la entrevista? Solo yo escucharé las grabaciones, es para que no se me vaya ninguna idea importante después.
-No hay problema. Graba.
Encendí la grabadora del celular y le pregunté.
-Si tuvieras que hablarle de ti a un desconocido, ¿Cómo te presentarías? ¿Qué características sientes que te definen?
Cruzó las manos sobre el pecho y pensó un segundo.
-Bueno, me llamo Alejandro, todos me dicen Ale, tengo 27 años y soy pianista. Lo más importante en mi vida es la música y mis padres. Todos en mi familia somos músicos, así que aparte del español, ese era el otro idioma que se hablaba en mi casa y lo aprendí desde
que nací. Me gusta el deporte, no fumo, no bebo, nunca he consumido drogas.

Me observó como buscando la aprobación de su respuesta. Le pregunté:
- ¿Se podría decir entonces, que no tienes ningún tipo de vicio?
Que pregunta más tonta por dios. Por eso hay que preparar bien las entrevistas.
-Vicios sí tengo, lo que no son esos.

Me miró con picardía. Ese hombre me revolvía algo dentro, lo que no sabía qué. Podía ser hambre también que se me había ido la hora del almuerzo.
- ¿Qué tipo de música tocas?
Continué.
-Jazz. ¿Te gusta el jazz?
Me preguntó.
-La verdad no sé mucho de Jazz, sé qué es un género que lleva bastante improvisación y destreza, pero hasta ahí llego. Háblame del Jazz que haces tú. Ese es el que me interesa ahora.
Los ojos le brillaban.
-El jazz es mi vida, hay pocas cosas que disfruto más que la energía de estar en un escenario, interactuando con mis músicos, improvisando. El jazzista tiene que saber inventarlas en el aire, mantener el contacto con los otros músicos del grupo y vivir el
momento.
-Me dices que hay pocas cosas que disfrutas más que el Jazz. ¿Me podrías decir alguna de ellas?
-No sé te va una. Vas a ser una buena periodista. ¿Más que el jazz? déjame pensar, compartir con mi familia, ver felices a mis padres.
Cuando estaba a punto de tomar una nota, pensando que había terminado la respuesta, me dijo.
-Y por supuesto, la compañía de una mujer hermosa.
Continué mirando para la agenda sin ninguna intención de levantar la vista. Él siguió.
- ¿Te gustaría ver un espectáculo de Jazz?
Realmente lo que me gustaría es que él me diera un espectáculo unipersonal de jazz. Pero en vez de eso le dije:
-Me encantaría y sería de muchísima utilidad para el proyecto.
-Pues no se diga más, vamos.
- ¿Vamos? ¿Para dónde?
-A un lugar cerca donde me presento de vez en cuando. Te garantizo que vas a aprender más de mi persona allí que aquí. Me vas a ver en mi elemento.
Lo medité, revisé la hora, 5 y media de la tarde.
Me levanté y recojí mis cosas, dándole la aprobación que buscaba.
Por el camino conversamos, le hablé de mí, de lo quería para mí vida y me gustó escuchar sus proyectos, sus planes. A pesar de que no estaba grabando sabía que no se me iba a olvidar un solo detalle de aquella conversación.
Llegamos a una especie de sótano y al entrar fue como transportarnos a otro mundo. Se acabó el bullicio de la calle, la claridad del día. Estábamos en lo que en otro momento de la historia habría sido un antro. Había varias mesas, que a esa hora estaban en su mayoría vacías. Ale saludaba a todos con un apretón de manos y algún que otro abrazo. Se giró hacia mí y me extendió el brazo:
-Ven, siéntate aquí.
Me indicó una mesita que estaba pegada al escenario. Era un lugar pequeño, pero bien equipado en una de las esquinas del antro.
Me senté y lo vi acomodarse en la banqueta del piano. Empezó  a tocar una melodía que, a pesar de mi poco conocimiento del tema, notaba que no era jazz. Era más lenta, pegajosa. Como por arte de magia, comenzaron a aparecer personas en el escenario, un bajista por allá, un saxofonista en el otro rincón, un trompetista. Al inicio parecía que cada uno iba por su cuenta, inmersos en su propia melodía, pero poco a poco se iban sincronizando. Tocaban sin partituras y era evidente que Ale era el centro de todos, él llevaba el compás, marcaba el ritmo.
Aquel hombre se transformó al entrar en ese lugar. Tenía razón, estaba en su elemento.
Qué maravilla por dios. Tocaba, me miraba, se reía. No podía distinguir dónde acababa él y empezaba el piano. Eran uno solo y era una delicia presenciar aquello. La energía que
desprendían sobre ese escenario era contagiosa, las pocas personas que estábamos allí, comenzamos a aplaudir y a animar al conjunto.
Yo no podía creerme aquello, podría estar toda la noche ahí sentada viéndolo tocar. Eran cuatro músicos sobre ese escenario, y yo no podía apartar la vista de Ale. Estaba cautivada, no hacía más que reírme como una boba.
Terminaron la pieza y todos nos paramos a aplaudir. Se lo habían ganado la verdad.
Ale se acercó a la mesa con un pomo de agua en la mano.
- ¿Qué te pareció? ¿Te gustó?
Me preguntó.
-Uff sin palabras, esto ha sido una maravilla de verdad. Tienes muchísimo talento y los otros muchachos también.
-Somos un conjunto. Llevamos 5 años tocando juntos.
-Se nota. Lo disfruté mucho de verdad. Gracias por mostrarme un mundo que no conocía.
-Si por mi fuera te mostrara muchas otras cosas. El mundo entero, si tú quieres claro.
Lo miré callada y esas alarmas que no sonaban hacía tiempo empezaron a pitar por todos lados.
Cuando se siente, se siente.
Y yo sentí en ese momento una necesidad de no despegarme de aquel hombre, quería saberlo todo sobre él.
- ¿Te voy a hacer una última pregunta?
Le dije y lo miré de frente, sin parpadear.
-Me dijiste que entre las cosas que más disfrutabas en la vida estaban el jazz y la compañía de una mujer hermosa.
-Anjá, eso dije y lo reitero.
Me respondió.
- ¿Alguna vez has hecho las dos al unísono?
Esa pregunta me salió del fondo del pecho, o quizás de un poco más abajo del pecho.
- ¿Las dos al unísono? ¿Al mismo tiempo dices?
Continué mirándolo sin responder, dejando que procesara la idea por él mismo. Vi en su rostro que comprendía lo que le decía, él era inteligente, no tenía ni un pelo de bobo y le
sobraba la creatividad. ¿Era músico no?
Se acercó un poco más, me tomó una mano y la observó. Luego la otra y recordé lo que pensé la primera vez que lo vi. Mis manos, las dos, cabían perfectamente en una de las suyas. Ya entendía por qué. Había nacido para ser pianista. Él era lo que tenía que ser.

-Lo que me has hecho imaginar no tiene precio y no, nunca he hecho las dos cosas a la misma vez.
Me respondió en voz baja, casi en un susurro. Mis manos seguían dentro de las suyas. Me dijo:
-A partir de hoy, el único propósito que voy a tener en esta vida, es tenerte encima del piano y tocar mi melodía favorita en tu piel.
Reparé entonces en qué estaba casi agachado, para estar a mi altura. Yo no era bajita,pero es que lo de él era demasiado.
Volvieron a mi mente ideas locas, ese tamaño, esas manos. De ahí no iba a salir nada bueno.
Ya estaba metida en un problemón. ¿Cómo salir de una situación que yo misma provoqué?
En ese instante me sonó el móvil.
-Te salvó la campana.
Me dijo.
Era mi mamá para pedirme que no me demorara que ella tenía que salir y estábamos esperando un mandado.
-Me tengo que ir. Muchas gracias por la tarde y por esta experiencia.
Le dije y recojí mis cosas.

-Gracias a ti que me has dado algo en que pensar hoy por la noche.
Me sonreí, siempre me había gustado jugar con fuego. Y encontrar a alguien que te siguiera la rima no tenía precio. Lo reté una vez más con la mirada:

-Me alegra. Medita la idea y después me comentas.
-Ahh ¿porque vas a seguir? Tú no quieres irte de aquí hoy muchacha.
Hasta él se dio cuenta. Claro que no quería irme, quería quedarme y cumplir esa fantasía que antes de meterle en la mente a él, me había pasado por la mía.
Pero no ese día.
-Mejor salgo ya. ¿Cuándo podríamos continuar con la entrevista?
Le pregunté tratando de recuperar la compostura y el profesionalismo tirados por la borda tan descaradamente.
-Mañana a las 6 de la mañana si quieres.
Me respondió.  Entendía su disposición.
-No hay que exagerar. ¿En la tarde puedes?
-Puedo. ¿Nos vemos en el mismo lugar?
-Me parece bien.
Le di un beso en la mejilla y salí de aquel lugar.
Respiré el aire de la calle que me venía de maravilla para despejar todas esas ideas de mi cabeza.
En el camino a casa repasé todos los acontecimientos de la tarde en mi mente e iba riéndome sola. Me alegró comprobar que no tenía afectado el mecanismo de las mariposas en el estómago que llevaban tiempo sin revolotear.
Sencillamente, no había llegado nadie suficientemente alto para echarlo a andar de nuevo.
Era evidente que mi botón de volar no estaba en el estómago, mis mariposas despegaban a 2 metros del suelo.

Mis Tres AmoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora