Capítulo 4: La despedida

44 13 2
                                    

La vida me cambió después de aquel encuentro en la ducha, di un giro de 180 grados.
Estaba viviendo el mejor momento de mi vida, amanecía y me acostaba con una sola palabra en los labios: Marcos.
Lo mejor era que el sentimiento era mutuo, él andaba atontado, me veía y le brillaban los ojos.
Ese verano fue puro fuego, éramos dos niños sin penas ni miedos, explorando, conociéndonos.
Cuando me dejaban quedarme en su casa, aquello era el cuento de nunca acabar. Se juntaba la noche con el día, el día con la tarde y aquella cama era nuestra cueva. Con Marcos aprendí muchas cosas que me sirvieron a lo largo de la vida: a preguntar, a saber lo que me gustaba y lo que no, a decir que no, a conversar siempre.

Un sábado como a las 4 y media de la tarde, la abuela soplona nos tocó la puerta del cuarto y nos despiertó.
Me levanté de la cama rápido y me vestí (yo nunca ensuciaba mucho la ropa cuando estaba en casa de Marcos, me duraba muy poco puesta).
-Pasa abuela.
Le gritó él sentado en la cama.
- ¿Niños ustedes no piensan almorzar hoy? ¿Y la niña?
Le dijo preguntando por mí.
-Está en el baño mima.
-Oye ustedes no se pueden meter los días así sin comer, se van a enfermar.
-Vieja si ya yo estoy enfermo, agonizando.
- ¿Qué te pasa Pipo te sientes mal?
Le preguntó la abuela genuinamente preocupada, la pobre.
-Estoy enfermo de amor mi vieja, muerto en la carretera.
- Vaya pal carajo, ahora sí está bueno esto.
Dijo la abuela saliendo del cuarto.
Salí del baño colorada hasta la punta del pelo.
-Mijo por qué tú le dices esas cosas a tu abuela. A mí eso me da tremenda pena, que sepa que nos metemos todo el día aquí en lo que tú sabes.
-Ah ¿porque tú piensas que ella no lo hizo en su tiempo?, si todavía ella y mi abuelo tiran sus canitas al aire que yo los escucho a veces.
-Sí está bien, pero igual me da pena.
-No sé dónde estaba la pena tuya hace media hora.
Me dijo risueño y me agarró por una mano.
Caí en la cama muerta de risa y puse la cabeza encima de sus piernas.
Me miró y al bajar la cabeza, unos mechones rubios se deslizaron sobre su frente.
-No sé qué voy a hacer cuando no te pueda ver todos los días.
Le dije.
-No vamos a hablar de eso ahora por fa que se me jode el día. Hoy estamos aquí, tú solita para mí y yo todo tuyo, completo. No pienses más nada.
-Sí, pero...
-Shhh. Nada de peros.
Y me calló la boca como él sabía, con un beso.
Primero en los labios, después en los párpados, me pasaba el dedo por el contorno de la boca, por el perfil de la nariz; bajaba y era como un lápiz pintando encima de mi cuerpo.
La ropa volvió a estorbar, siempre sobraba cuando estaba junto a él.
Fue diferente está vez, sentí como si él quisiera fundirse dentro de mí, había algo raro que no supe descifrar.

Esa noche en el camino a mi casa, nos detuvimos en la misma esquina de siempre, la nuestra, citando al Alejandro Sanz, hicimos de esa esquina un recuerdo eterno.
-Tengo que decirte una cosa, pero no sé ni por dónde empezar.
Me dijo.
- ¿Qué pasa?
Le dije temblando como una hoja. Ya yo presentía que algo sucedía.
-Mi mamá me dijo que no hablara de esto, pero a ti te lo tengo que decir, tú lo tienes que saber.
-Pero dime ya Marcos, que me va a dar algo.
-Nos llegó la reclamación de mi papá, en menos de un mes nos vamos.
Y rompió a llorar como un niño de 3 años mientras me decía con la voz entrecortada:
-Tú no sabes cómo yo he esperado esto, los deseos que tenía de irme de toda está mierda, hacer mi vida en otra parte, ver al puro, y entonces... te conocí a ti.
Yo me quedé de piedra. Mi cara más blanca que lo habitual, que ya era mucho decir. No procesaba todo aquello.
Marcos seguía hablando como en un monólogo.
-No te dije nada al principio porque yo no pensé que esto, no me imaginé que tú y yo...que yo iba a estar así. Las relaciones para mí no habían sido así. Eran cosa de dos semanas si acaso y después si te vi ni me acuerdo. Pero tú te me metiste en la cabeza, en el cuerpo
entero, ¿qué me voy a hacer yo sin ti? ¿Eh?
Yo no sabía ni qué responderle.
El mismo miedo, el mismo dolor, la misma angustia de que me abandonaran de nuevo, otra persona que quiero y que se va, mi abuela, mi papá, y ahora Marcos.
-Evelyn dime algo por favor.
Me dijo casi rogando.
Desde el fondo de la garganta me subió una voz que no era la mía, salieron unas palabras que yo no reconocía como propias y le dije:
-Es mejor que no nos volvamos a ver.
Viré la espalda y empecé a caminar.
-Evelynnnn.
Me gritó en plena calle.
-Pero tú estás loca. Espérate ahí, no camines más.
Cuando llegó a mi lado se me paró delante cortándome el paso.
- ¿Cómo me vas a decir eso?, yo no puedo hacer eso. Me voy dentro de un mes ¿cómo me vas a decir que no te vea más? Mi vida, mírame a los ojos. Yo sé que te lo debía de haber dicho antes, pero no hagas esto, no nos hagas esto.
-Yo no estoy haciendo nada Marcos, no soy yo la que se va. Siempre soy la que me quedo.
-Yo sé, yo sé, pero no termines esto así. Por favor, Evelyn.
Suspiró, me agarró la cara para hacer contacto conmigo, yo no lo había vuelto a mirar.
-Está noche hablo con mi mamá y le digo que no me voy, que me quedo aquí con Mima.
-Tú no puedes hacer eso. Eso es una locura Marcos, tú mamá no te va a dejar.
-Ya yo soy mayor de edad, aquí por lo menos, si no me quiero ir ella no me puede obligar.
- ¿Y quién va a ayudar a tu mamá cuando lleguen allá? ¿Y a tu papá? ¿A recuperar todo el dinero que seguro ha gastado para reclamarlos a ustedes tres? Tú no puedes hacer eso. Mucho menos por alguien que conociste ayer.
-Yo no te conocí ayer, tú y yo nos vimos en otra vida y vamos a estar juntos en esta. Si no, me voy a tener que pasar las demás vidas que me queden buscándote. Cómo Drácula a Mina.
Empecé a llorar, había aguantado demasiado.
Yo nunca había llorado delante de él, no había tenido motivos.
Lo abracé, metí la nariz en su pecho y absorbí bien su olor para grabarlo en mi mente.
Siempre olía a la loción Old Spice que su papá le mandaba. Más llanto, me apretaba fuerte contra él. La gente pasaba y nos miraba, pero no me importaba. Marcos se iba y yo me iba morir de dolor.
-Dime que no me vas a dejar, por favor Evelyn.
-Está bien. No te voy a dejar.
Mentí lo mejor que pude.
Me llevó hasta la puerta de mi casa, me dio un beso y entré.
Cuando mi mamá me vio llegar casi le da un infarto al verme la cara.
- ¿Qué fue lo qué pasó?
Ahogada en llanto le expliqué todo. Nunca había tenido secretos con ella, por lo menos no hasta ese momento.
- ¿Qué quieres hacer?
-Yo no puedo verlo más mami. Va a ser sufrir demasiado. Al final se va a ir. Me quiero ir para casa de mi prima hasta que tenga que entrar a la beca. Por favor déjame irme para allá y por nada del mundo le vayas a decir dónde yo estoy.
-Ay mija, el pobre. Tú me pones en cada situación.
-Pero ¿me vas a dejar irme para allá?
-Sí está bien, tú ibas todas las vacaciones de todas maneras, mañana mismo te llevo.
-No mami, llama a mi tío a ver si me puede venir a buscar ahora
-Niña, pero ¿tú estás loca? ¿Tú viste la hora qué es?
-Es temprano mamá, él me viene a buscar si tú lo llamas. Y por favor, no me digas nada de Marcos, si llama si no llama, si viene. No quiero saber.
-Tú sabes que él va a venir. Ya veré qué invento.
-No inventes nada. Dile la verdad. Que me fui para no verlo.

Y así fue. Recogí mi mochila, mis sandalias de salir, mis dos libros del mes y partí para casa de mi prima.
Me quedaban 20 días para entrar en la beca. 480 horas interminables sin Marcos. Gracias a la vida por mi prima, cuando le conté lo que me pasaba, lloró conmigo, y me dijo:
-Mira, fue bonito mientras duró. Ahora hay que seguir. Tú eres fuerte mi prima.
Así pasaron aquellos días, entre juegos de mesa, tertulias por la noche, visitas de mi mamá y mucha playa que nos quedaba cerca. Dos noches antes de entrar a la escuela, regresé a mi casa, hice la maleta y me probé el uniforme.
-Yo sabía que lo iba a tener que volver a arreglar.
Me dijo mi mamá.
- Has bajado como 20 libras.
-Ay vieja que exagerada eres. Déjalo así mismo si total.
Llegó el día de irnos. Llegamos al lugar donde las guaguas nos iban a recoger para entrar a la escuela. Un mar de uniformes azules, caras conocidas y caras nuevas por todas partes, pero nada de la cara que yo quería ver.
De momento un carro conocido dobló la esquina y enfiló hacia el grupo donde estábamos. Se me detuvo el corazón dentro del pecho.
El carro frenó y se bajaron los abuelos de Marcos, menos alegres que de costumbre. Saludaron a mi mamá y me dieron un abrazo.
-Qué linda te ves con ese uniforme mima.
Me dijo la soplona.
-Gracias viejuca.
-Mira yo sé que tú no quieres saber más nada de mi nieto, pero él ha pasado el peor mes de su vida. Es verdad que te debía haber dicho antes, pero no encontraba la manera. Fue a tu casa casi todos los días. ¿Tú mamá no te dijo, que llamaba a toda hora?
Silencio de mi parte.
-Bueno, ya qué le vamos a hacer. Se fueron hace dos días. Llegaron bien gracias a Dios. Aquí te dejó este paquetico. Nosotros averiguamos el día que se iban para la beca, para traértelo.
Ya no pude más, rompí a llorar al ver aquella abuela más triste que yo, que había perdido más que yo. Su hija y sus dos nietos, la luz de su vida y no sabía si le iba a alcanzar la salud para verlos de nuevo. La abracé con fuerza y con cariño.
-Pasa por la casa de vez en cuando. No te olvides de estos viejos.
Me pidió.
-Está bien, nada más que tenga un chance yo paso. Gracias por todo.
-No seas boba y pasa de verdad. Cuídate mucho en ese pre y come que estás muy flaca.
Me dio un beso, se despidieron de mi mamá y se fueron.
A lo mejor cometí un error al despedirme así de Marcos, al renunciar a pasar ese último mes que nos quedaba juntos. Pero fue lo que aquella Evelyn de 15 años pudo hacer para protegerse, para sufrir un gramo menos, y no se podía regresar el tiempo atrás.
Así llegué a la Lenin, con mi maleta a cuestas más llena de penas que de glorias y el paquete de
Marcos en una mano. No había podido abrirlo.
Todos los días de aquella semana fueron atípicos, todo era nuevo, aquel lugar era inmenso y desconocido. Por la noche de ese lunes, me senté en la litera y abrí la bolsa de Marcos.
Dos paquetes de galletitas Rumba que yo adoraba, una lata de fanguito, un pomo de mayonesa y la loción Old Spice.
Las lágrimas me corrían por la cara. Dentro de la loción había una nota, la abrí como niño con regalo de Navidad.

"No dudes ni un instante que has sido la casualidad más hermosa de mi vida. Esto no termina aquí, tú y yo tenemos más historias que contar. Me llevo conmigo el beso que tenía que haberte dado en los labios, pero mejor así, te lo doy a la vuelta. No me olvides nunca
Te amaré siempre como Drácula a Mina,
Todo tuyo
Marcos."

Me acosté acurrucada entre aquellas cosas que olían a él. Con la nota entre las manos. Así me dormí aquel lunes de septiembre del 2008.

Una nueva vida empezaba.
Y había que aprender a vivirla.

Mis Tres AmoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora