Capítulo 2

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Estaba comiendo tranquila, observando como las gotas de la lluvia hacían carreras en la ventana por llegar al final de esta. Había amanecido lluvioso y gris, aunque no me importaba porque para mí, lo que pasaba fuera no me repercutía. Transcurrió un mes desde que me caí en la bañera. Había pensado ya en muchas cosas: si había alguien que me echara de menos, qué hacía allí, quién era yo (no me acordaba), qué me había ocurrido, quién era ese chico, por qué no quería comunicarse con migo.... "Y ¿si es mudo?" pensé mientras masticaba un trozo de carne. En mis viajes al baño había podido descubrir que estaba en una casa, bastante amplia y muy lujosa. No había escuchado a nadie ni a nada, así que di por hecho que estaba sola en aquella enorme casa, excepto cuando el muchacho venía a traerme la comida. Mis heridas se habían curado y extrañamente echaba de menos sus manos en contacto con mi piel. Ya eran pocas las curas que recibía por parte de sus dedos. Le había preguntado mil y una veces qué hacía yo aquí, pero nunca recibía respuesta. Creé un plan para salir de aquella habitación pero fue un plan fallido cuando me paró y me volvió a meter en la habitación, sin decirme nada y sin expresión alguna.

Un trueno me despertó de mi profundo sueño. De pronto la puerta se abrió con mucha fuerza causando un gran estruendo. Detrás de ella se encontraba el chico. Me asusté al ver su cara. Sus facciones eran duras. Sin pensarlo me quitó las sábanas de mi cuerpo y me cogió en volandas. Me puso la bolsa negra y con migo en brazos empezó a caminar hacia no sé dónde. Noté como subía unas escaleras ágilmente. Entramos en una habitación fría y aguada. Notaba como la humedad se colaba en mi cuerpo causándome un escalofrío repentino. En contraste con el ambiente de fuera, el cuerpo del chico se mantenía cálido. En un acto reflejo me acurruqué a él con la intención de entrar en calor. Me dejó en suelo y me quitó la bolsa de la cabeza. Tardé en acostumbrarme a la penumbra de la habitación. Era una guardilla con el suelo de madera y las paredes muy mal pintadas. No tenía muebles ni ningún objeto. Vi como el chico cerraba la puertecilla por donde supuse que habíamos entrado. Se metía la llave dentro del bolsillo del vaquero. Se puso en una esquina contraria a la mía. Parecía que no me quería ni ver. De pronto oí unos gritos en la planta de abajo. No logré saber lo que decían aunque por el tono, era un hombre, supuse que mayor, que estaba bastante enfadado. Oía los pasos que subían la escalera que conecta la planta de arriba con la de abajo. Me puse en alerta y un fuerte miedo se apoderó de mí. Quise dar un enérgico grito pero lo ahogué en cuanto me crucé con la mirada del chico. "Quiero salir, quiero irme, tengo mucho miedo" pensé para mis adentros. Reprimí una lágrima al escuchar el sonoro ruido del hombre echando abajo los muebles. Seguía exclamando palabras que las di por intangibles, por lo menos para mí. El ruido se hacía cada vez más cercano. Miraba la cara de mi compañero y no cambiaba de expresión, seguía siendo dura y fuerte. Sin embargo yo, cada vez que se oía un movimiento hacia una mueca con la boca e intentaba reprimir el sollozo que me estaba consumiendo. La pequeña ventana que había en el techo abuhardillado, dejaba ver una fuerte tormenta con rayos y centellas que caían rápidamente a la tierra sin ningún tipo de sonido. No puede contenerme más y las lágrimas corrieron por mis mejillas con un fuerte sollozo que rebotaba en las paredes de la estancia. Al momento de mi gemido, el chico se acercó y me tapó la boca con la mano, haciendo por un momento que me ahogara hasta que la aflojó para dejarme respirar. Cogí la indirecta bastante rápido y me callé. El muchacho se acomodó a mi lado sin tocarme pero a escasa distancia de mi cuerpo. Un escalofrío subió por mi espalda, de frío. Junto con los sonoros ruidos que provocaba aquel hombre, el joven pasó un brazo por mis hombros y me acercó a él. Metí la cabeza entre su pecho e intenté tranquilizarme al son de su respiración. Deseaba que acabase todo lo que estuviese ocurriendo. Me daba miedo aquel hombre que hacía resonar toda la casa y me imaginaba como estaba quedando el piso. Temía a que nos encontrara. El chico nos había metido aquí con llave y no quería que hablara o gritara o nada que hiciese ruido. No había que ser muy inteligente para saber que estaba huyendo de aquel extraño señor. Escuchaba el latido del corazón del muchacho, era rápido y agitado, igual que el mío. Cerré los ojos en busca de paz entre aquella oscuridad. Más tarde me dormí.

La Chica sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora