Capítulo 4

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Veía por el ventanuco como se movía el sol, y más deprisa las nubes. La guardilla era fría y húmeda y comenzaba a tener escalofríos. Buscaba alguna cosa con la que entretenerme, pero no había mucho. Recordaba una y otra vez, el fuerte golpe que le dio Bruno a aquel hombre y como la cabeza le sangraba. El extraño joven no había aparecido y mi impaciencia iba creciendo a la vez que pasaba el tiempo. Notaba mis tripas rugir, pero no eran de preocupar, no me moriría por no comer un día. No escuchaba nada que procediera de la planta de abajo. No me imaginaba que podía pasar si Bruno se fuera de repente, o... se muriera..... o le mataran..... "No quiero pensar en ello" sacudo la cabeza para quitarme esos terroríficos pensamientos. Ahora intentaba fantasear en cómo era mi vida, en quién era o quién fui, cuál es mi nombre, mi verdadera edad... todo eso que una adolescente necesita para poder ser persona. Sabía que tenía el pelo castaño claro, ojos verde, labios finos y rosados, y una tez blanca, pero no muy pálida, con pequeñas pecas que adornaban tímidas en mis mejillas. Solo conocía lo que veía por fuera pero nada más. A veces este poco conocimiento de mí misma, me hacía más vulnerable a ser débil y dejarme llevar por la locura. Debía contenerme y saber por lo menos lo que era ahora. Era una chica encerrada, sin saber muy bien por qué, que le cuidaba un chico, Bruno, que podía leer las mentes y era el ser más perfecto de la Tierra. También sabía que me encontraba en una casa, alejada de la civilización en un inmenso campo sembrado y con hermosas flores y plantas. Al momento se oye como se queja la puerta al abrirse y aparece Bruno detrás de ella. Me levanto enseguida al ver su horrible cara. La tiene sangrado y llena de moratones. No dejo que entre en la guardilla por que le paro en medio de la escalerilla.

-¿Qué te ha pasado? –le pregunto cogiendo su cara entre mis manos- ¿Te ha hecho daño?

-No es evidente –señala su propia cara y se ríe-. Anda vamos abajo, tengo que curarme.

Abro los ojos tanto como me son capaces. Nunca me había dejado salir por voluntad propia sin la bolsa negra, a la casa. Bajé la escalera con sumo cuidado intentando no hacer el mínimo ruido, por si alguien seguía en la casa.

-No te preocupes –me tranquilizó-, no hay nadie salvo tú y yo. Puedes estar segura.

Miré con más detenimiento la planta de abajo que es donde nos encontrábamos ahora mismo. Las paredes estaban pintadas de escarlata como las de arriba y había la misma moqueta. Los muebles iguales de esplendidos y una decoración magnífica. Estaba todo impoluto, y no me explicaba cómo podía haberse peleado ese hombre con Bruno, sin destrozar nada, o como el extraño chico podía arreglarlo todo tan rápido y con tanta precisión. Llegamos a la cocina. Era gigantesca con encimeras de suave granito, estanterías blancas como la nieve y una moderna pero sofisticada lámpara, alumbraba el lugar. Veía como el joven cogía papel para taparse la herida de la mano. Hasta ese momento no me había dado cuenta que tenía cortes, prácticamente por todo el cuerpo. Me acerqué a él para intentar ayudar. Aunque no serví de mucho, el chico quedó limpísimo después de varios minutos de cura. Se sentó en la mesa y se sirvió un vaso de lo que parecía ser limonada. Me ofreció pero negué con la cabeza educadamente.

-¿Quién era ese hombre? ¿Qué quería? –cuestioné mientras me sentaba en frente de él.

-No insistas, no te lo voy a explicar, por lo menos por ahora no, ya si eso más adelante....

Le miré e intenté que captara mi indirecta. Resopló y se echó hacia delante con las manos en el vaso.

-Te quería a ti.

-Lo supuse –dije irónica-, no sé, cuando me cogió de la camisa y.... –no terminé la frase, me daba mucha vergüenza.

-Entonces por qué preguntas –volviendo a apoyarse en el respaldo de la silla.

La Chica sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora