Capítulo 3

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Pensaba y pensaba en las últimas palabras de Bruno. Había pasado una semana desde aquello pero no paraba de darle vueltas. Me seguía trayendo la comida como siempre, pero no me miraba, no sé si no se atrevía o era por miedo, la verdad no me importaba pero sí me molestaba el hecho de que no me hablase. Al final había conseguido que me dirigiese la palabra y después de cuatro frases volvemos al principio, era muy irritante. En esa semana confirmé al cien por cien que podía leer o escuchar la mente, lo que me desconcertaba mucho porque cuando él estaba presente tenía que tener cuidado con lo que corría por mi cabeza.

Abrió de nuevo la puerta, la tercera vez en ese día. Traía la cena. Estaba sentada en la cama jugueteando con una goma. Dejó la bandeja y extrañamente se sentó a en frente mía, sosteniendo mi mirada. Bajé la cabeza en modo de enfado, sin saber muy bien por qué. "¿Qué demonios querrá ahora?" suspiré, con la esperanza de que me contestara.

-Pregúntame lo que quieras saber –dijo a modo de respuesta a mi pregunta-. Te contestaré con toda la sinceridad que pueda.

Puse cara rara y esperé a que se riera o hiciera algún comentario, pero siguió con esa cara sin expresión. Pensé con los dedos en los labios.

-¿Sabes quién soy?

-No.

-¿Sabes por qué me raptaron y me maltrataron?

-No.

-¿Viste algo que pudiese darnos alguna pista de quienes fueron?

-No.

-¿Tienes algo que me pueda ayudar a recordar?

-No.

-¿Me vas a ayudar?

-Ya lo estoy haciendo.

Le miré a los ojos y en la penumbra de la noche, le brillaban con fuerza. Supe al momento que no me mentía.

-¿Por qué no me dejas salir de esta habitación?

-Porque afuera no estás a salvo.

-¿De quién?

-Pues de los que te borraron la mente.

-Espera, espera, espera –le paré, parpadeé varias veces para aclararme-, ¿cómo que me borraron la mente?

-Sí –respondió con firmeza-, no tuviste golpes que te pudieran causar cualquier trastorno, asique después de pensarlo mucho tiempo, caí en la conclusión de que te habían borrado la mente.

-¿Pero cómo se puede borrar a alguien la mente? –pregunto temerosa.

-Con hipnosis, o drogándole... -piensa-, a ti te drogaron....

Tuvo que hurgar en la herida emocional que ya se había cerrado. Ya había superado lo que supuestamente me había sucedido para que viniera él a recordármelo. Al momento le cambió la expresión y me asusté, no me gustaba esa cara de miedo.

-¿Qué pasa? –dije horrorizada.

-A no ser que... -dejó la frase en el aire haciendo insoportable el silencio.

-A no ser ¿qué? –repetí desesperada.

-A no ser que te hayan borrado la memoria de una forma muy poco habitual –no le entendía en absoluto, pero le seguí la explicación-, la Transformación.

-¿La Transformación? –repetí ilusa- ¿Qué demonios es eso?

-Es mejor que no hablemos de eso –se levantó de la cama. Seguía teniendo esa cara que cada vez hacia que me preocupara más-. No me preguntes nada, bajo ningún concepto, nunca, qué es la Transformación ¿entendido? –me grita mientras me apunta con un dedo amenazador.

Abre la puerta y sale dando un fuerte golpe. Estoy inmovilizada por una fuerza extraña. Cuando vuelvo al mundo real empiezo a comer la carne que había en el plato intentando olvidar todo lo que había pasado.

El canto de los pájaros era una música relajante para mi cabeza, embotada por todo lo que había ocurrido la noche anterior. Estaba en la cama, arropada con las sábanas hasta el cuello, intentando no perder calor. No hacía frío fuera, pero se estaba a gusto dentro. Los rayos del sol jugueteaban con mi piel, causándome un efecto laxante en mi cuerpo. Esperaba impaciente a que el extraño chico abriera la puerta con mi desayuno. Pasaron varios minutos, media hora, creo, pero nadie aparecía detrás de la puerta. Me levanté maldiciendo a Bruno y su retraso en mi comida. No pensaba que se hubiera olvidado de mí, solo que se había retrasado. Me cambié de ropa y me arreglé el pelo. Costaba desenredarme los nudos de mi pelo castaño con los dedos de las manos. Pasada la hora empecé a preocuparme. Me impacientaba su tardanza y mi estómago lo reclamaba.

El sol se encontraba en lo más alto de su camino y Bruno no aparecía. Me acerqué a la puerta y la aporreé con la intención de que me oyera. Pero no obtuve respuesta. Toqué el pomo con cierta inseguridad. Lo giré y para mi sorpresa la puerta se abrió, con su habitual crujido. Recordé vagamente como la noche anterior Bruno se fue sin cerrar con llave la puerta. "Soy libre" pienso eufórica. No me centro mucho en mirar la casa, es grande y espaciosa, con unos muebles de lujo y una moqueta roja en el suelo que combinaba a la perfección con el escarlata de las paredes. Bajé las escaleras a toda prisa, siempre vigilando que el extraño chico no me pillara. La planta de abajo era igual que la de arriba, no me fije en detalles, quería encontrar la puerta de salida. Después de recorrer media casa la encontré. Sonreía de oreja a oreja, sin dejar de pensar que era libre, que volvería... a algún lugar. Pero fatídico fue mi estupor al encontrarme que el pomo de la entrada estaba cerrado. Forcejé un rato, cuando oí unas risitas que se acercaban a mí por la espalda. Me di la vuelta repentinamente y me encontré cara a cara con un hombre, pero no era Bruno. Era mayor, posiblemente más de cuarenta años, pelo canoso y varias arrugas en la frente. Ojos azules como el cielo y llenos de algo que no pude descifrar. Me miraba sarcástico y no paraba de sonreír. Me daba miedo, mucho miedo, no pude contener un grito. De pronto me cogió por el cuello de la camiseta y me levantó con una sola mano, sin dejar de reír.

-¿Qué te pasó? –su voz era grave y burlesca- ¿El pequeño Bruno te rescató? Que chico más ingenuo, lo que hacen los tíos jóvenes por un "pibón" como tú.

Me miró de arriba abajo con esos ojos tan penetrantes, sentía como me desnudaba con la mirada. Tragué saliva. Intenté pensar con claridad en ese momento, pero no podía. Empecé a pegarle con toda la fuerza que tenía. Rió y rió mientras le daba puñetazos y patadas, no parecían hacerle nada. Notaba como cada vez me latía más rápido el corazón. De pronto el hombre me suelta repentinamente y se cae al suelo como una marioneta. Veo como la sangre del golpe le corre por la cara. Miro a Bruno, desconsolado y con miedo, que me agarra la mano y tira de mí fuertemente. Me dejo llevar, estoy demasiado aturdida para resentirme y hacer preguntas. Subimos las escaleras a toda prisa. Entramos en la guardilla del tejado y me sienta en una esquina. Me coge la cara entre sus manos y me obliga a sostenerle la mirada.

-¿Te ha hecho daño? –su voz suena asustada y acelerada.

Niego con la cabeza.

-Está bien, quédate aquí y no te muevas, bajo ningún concepto, volveré a por ti ¿entendido? –me susurra.

Asiento a modo de respuesta. Se acerca a mí y sus labios se posan en mi frente formando un beso. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Le miro y nuestros ojos se funden en una mirada de temor y a la vez de esperanza. "No te olvides de mí" le ruego.

-Nunca.

La Chica sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora